Historia Sagrada. 54
Las plagas (V): Sólo se muere dos veces (Éxodo 9, 1-35)
Hasta ahora la estructura narrativa de las Plagas de Egipto es, como han tenido ocasión de comprobar, extremadamente previsible: Yaveh envía una plaga detrás de otra y, al mismo tiempo, endurece cada vez más el corazón de Faraón para que éste se desdiga de sus palabras como si tuviera a un vicepresidente económico que le obligara a renunciar a sus propósitos iniciales de liberar a los israelíes. Con tal dualidad, ni que decir tiene, Yaveh se aseguraba la diversión por más tiempo y podía demostrar, en suma, que Él, a diferencia de los ángeles, sí tenía sexo, y que dicho sexo era macho, y mucho.
Sin embargo, en el episodio que nos ocupa la narración da un giro considerable, consistente en alcanzar nuevas cotas de previsibilidad que hasta el momento sólo se nos antojaban posibles en una teleserie española: el Señor envía una plaga de la hostia, Faraón se ablanda, se endurece y Yaveh envía otra plaga más, a un ritmo endiablado. ¡Si casi vamos a una plaga por versículo! La Biblia, en ocasiones, puede resultar frenética.
La cosa empieza con el Señor amenazando con cargarse a todo el ganado de Egipto de una tacada, y añadiendo el siempre insultante toquecito de que, además, el ganado de Israel quedará impoluto. Como Faraón es un tipo duro, naturalmente, decide pasar de las amenazas de Yaveh. Y como hablamos del Dios del Antiguo Testamento el resultado es el que es: nada de parabólas, poner la otra mejilla ni mariconadas desas. En un solo día Él se trapiña todo el ganado de los egipcios, dejando a Faraón acojonado y más blandito que el Primer Ministro de Micronesia en una negociación bilateral con EE.UU.
A propósito de lo cual, por otra parte, cabría decir: hasta el momento hemos asistido ya a hondonadas de plagas en las que sistemáticamente sólo resulta perjudicado el buen pueblo egipcio, mientras que los israelíes se van de rositas. En una economía de subsistencia como la que en aquellos años tenían todos los países del mundo, incluso Egipto, pueden Ustedes imaginarse el valor que adquirirían los escasos productos existentes (cultivos, ganado, esclavos) tras de una nueva plaga de Yaveh. Y dado que estos productos estaban en manos de los israelitas, ¿por qué no compraban directamente Egipto y se quedaban allí, dado que está claro que en aquella época era un país incluso mejor que la Tierra Prometida? Y, bueno, sí, está claro que a Faraón lo que le pasara a su pueblo le daba igual, que para algo estábamos en una dictadura que ríase Usted de los jemeres rojos. Pero, por otra parte, si se suponía que el Pueblo Elegido estaba pasándolo fatal, eran esclavos de Faraón, estaban deseándose ir, y Faraón los odiaba, … ¿Cómo es posible que viera sistemáticamente cómo el cabrón de Él los dejaba impunes y no hiciera algo al respecto? ¡Si Faraón se cargaba, como hemos visto, a cualquier egipcio que le viniera con un sueño raro “que te hace pensar” o, directamente, le mirara mal!
Sea como fuere, la cosa siguió igual que en anteriores plagas, con Faraón poniéndose de nuevo gallito y Yaveh enviando más plagas. Y aquí viene uno de los grandes momentos de la Biblia: Él, que como habrán visto a estas alturas es deidad de recursos y cuyo surtido de plagas se antoja por momentos inacabable, envía una especie de polvo mágico sobre toda la superficie de Egipto, el cual “producirá sarpullido con úlceras en los hombres y en las bestias, por todo el país de Egipto”, sin tocar ni un pelo de los israelitas, como de costumbre. Pero… ¡Se sienten, coño! ¡Quieto parao! ¿Cómo que producir sarpullidos en el ganado? ¡Él, peazo de animal, que te has cargado a todo el ganado en la plaga anterior! ¡Que se te ha traspapelado el Anexo III del formulario para la provisión de plagas! ¡Primero sarpullido, luego muerte, no al revés! Pero así es Él, amigos, puede hacer lo imposible.
Esta especie de antecedente del ántrax no provocó, como cabría pensar, una Acción Humanitaria de Faraón contra, por ejemplo, los suecos, sino que lo dejó tan acojonado como de costumbre, sobre todo porque los magos de Faraón (que son de quita y pon: a veces aparecen para intentar revertir las plagas, a veces Faraón decide ahorrarse la siempre gravosa consulta. Aunque, en cualquier caso, nunca pueden con Él, como es lógico) intentan hacer acto de presencia ante su amo pero son incapaces de dejar de rascarse el puto sarpullido, según dice la Biblia, aumentando así la humillación e impotencia de Faraón.
Con lo que… ¿Por fin se van los israelitas? No, amigos. En este inacabable festival de plagas a Faraón aún le quedaba dureza en su corazón para unas cuantas más (hay que reconocerle al tío, aunque Yaveh contribuya sobremanera a su dureza, una presencia de ánimo digna de mejor causa). Así que Él lo vuelve a hacer, una vez más, y esta vez se decanta por el granizo, y avisa a Faraón: “Envía, pues, a recoger tu ganado, y todo lo que tienes en el campo; porque todo hombre o animal que se halle en el campo, y no sea recogido a casa, el granizo caerá sobre él, y morirá. De los siervos de Faraón, el que tuvo temor de la palabra de Jehová hizo huir sus criados y su ganado a casa; mas el que no puso en su corazón la palabra de Jehová, dejó sus criados y sus ganados en el campo.”.
¡Otra vez, señores, otra vez! El puto ganado reciclable de Faraón! ¡Que ya lo has matado hace dos plagas, Él, que hay que ver qué saña que acreditas! Y además, bien está que quieras putear a Faraón, pero, … ¿Era realmente necesario matar a todo el ganado, provocarle un sarpullido a continuación, con lo que jode eso, y luego volver a matarlo? Aunque, eso sí, en la segunda ocasión se le concede el beneficio de la duda a los egipcios colaboracionistas con Yaveh, lo cual les podría permitir el indudable beneficio de contar con un ganado muerto sólo una vez.
Ante tan magno milagro triple (muerte-sarpullido-muerte), Faraón hizo dos cosas. Una, suponemos, aumentar al 97% los impuestos sobre la provincia de Gosén, donde estaba el Pueblo Elegido con su ganado de puta madre. Otra, hincar la rodilla, agachar la cerviz, acojonarse ante el hecho consumado, negociar con los terroristas y permitir por enésima vez que los israelíes se fueran. Así que Moisés, del que no es que nos hayamos olvidado en este capítulo, es que el hombre se limita a repetir el mismo esquema de actuación una y otra vez, termina con el granizo, aclarándonos la Biblia que esta plaga, en realidad, no era para tanto. Además de cargarse sólo al ganado cuyos dueños no creyeran en Yaveh (y a los dueños también, por cierto. Con lo cual, si todos salvo Faraón estaban, a partir de ese momento, con Yaveh, … ¿por qué no daban un golpe de Estado y lo derrocaban, todos juntos? ¡Ay, amigos! ¡Los Antiguos sí que sabían hacer dictaduras totalitarias, y no las mariconadas de ahora!), el granizo sólo había afectado al lino y a la cebada (menuda putada lo de la cebada; ¿cómo alimentarían al ganado?). El trigo y el centeno, por tratarse de “cultivos tardíos”, nos dice la Biblia, no se vieron afectados.
Faraón necesitaba mucho menos que eso para endurecer su corazón una vez más (según la Biblia, “se obstinó en pecar”, el muy cabrón). Y esta vez, por si acaso, Él también endureció, de paso, los corazones de todos sus siervos. Porque, claro, si habíamos quedado en que el granizo sólo había dejado con vida a los egipcios que tuvieran temor de la palabra de Él, ¿cómo les envías más plagas y les puteas a mansalva, si resulta que son buena gente?
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