Valencia

La Fórmula 1 de la demagogia electoral

Ontología política valenciana

La Comunidad Valenciana, nombre que recibe el engendro por unos denominado “País” y por otros “Reino”, se enfrenta a unas elecciones que pueden marcar conciencias. Porque de reservorio electoral de la izquierda la región ha pasado a ser considerada un bastión de la derecha. ¿Qué son los valencianos, tirios o troyanos? ¿De qué va esa gente? ¿Son separatistas que a poco que te descuidas te montan un tripartit separatista capitaneado por Ignasi Pla, ese peligroso líder de masas, o gentes confesionales enamoradas de su arzobispo y, secundariamente, de ese querubínico xiquet de cor que le lleva el agua y el vino para sus orgías teologales de nombre Francisco Camps?

La Página Definitiva siempre ha sostenido dos teorías un tanto iconoclastas respecto de la verdadera y pura esencia valenciana que se resumen en tomar en consideración dos factores habitualmente ignorados por el resto de sesudos analistas políticos. En primer lugar, que aquí hay unos que votan unas cosas y otros que votan las de más allá, sin que los cambios en el juego de mayorías reflejen necesariamente cambios en la sociedad ni signifiquen, por supuesto, que todo el mundo comparta ciertos rasgos. Esto es, que si aceptamos (por juguetear) eso de que hay un peligroso tripartito separatista y soberanista en ciernes y luego va y resulta que ganan las elecciones, eso no supone demasiado sobre la esencia y alma del país: seguirá habiendo un 45% de personas que habrá votado al Partido Popular (o sea, como hace cuatro años pero con el mérito añadido de haberse tragado su buena ración diaria de la novedad que Camps ha traído a la España de las autonomías en forma de vertebración del Estado autonómico por vía confesional confesional).

En segundo lugar, somos de la opinión de que los cambios electorales en Valencia han estado históricamente más decantados por pautas nacionales (españolas, vamos, lo digo por no confundir al personal, dado que hay minorías en la Comunidad que entienden que el adjetivo se puede referir a Cataluña, a Valencia o incluso a la ciudad de Torrente -ojito al creciente y peligrosamente excluyente nacionalismo torrentino, se los digo yo-). Así, las elecciones de 1983 son fiel trasunto del dominio socialista en España, de igual forma que lo fueron los siguientes doce años de lermismo y el triunfo de Zaplana en 1995 era reflejo del viraje a escala estatal que llevaría a Aznar a la Moncloa en 1996.

Esta regla de tres permite aventurar que las cosas pueden ir perfectamente como soñaría el más antiespañol de los antiespañoles: los valencianos votando masivamente ETA (bueno, no masivamente, sino en número suficiente para tirar al único partido que no apoya y refuerza a ETA) y generando en los medios de comunicación y la realidad virtual que construyen desde y para Madrid un tripartito bis. Porque habiendo ganado lo que en realidad no es sino un partido socialdemócrata light (el PSPV) junto a una heterogénea agrupación de comunistas, verdes, liberales en lo social y altermundistas con cierto tinte nacionalista es del reino del absurdo que alguien pueda ver en ello peligro alguno de disgregación de la patria. Lo divertido de todo esto es que, precisamente porque nada en Ignasi Pla tiene que ver con Maragall (en lo bueno y en lo malo) y nada en Compromís tiene que ver con Esquerra (en lo bueno y en lo malo) es posible que ganen, con el viento de cara en el factor clave en Valencia: el arrastre de Madrid (clave que demuestra, por lo demás, lo absurdo de pensar en clave nacionalista en la política valenciana). Pero siendo posible la victoria justamente porque nada de peligroso o de nacionalista tienen, siendo posible porque el factor de más peso en Valencia es, a la hora de la verdad, Madrid, es divertidísimo pensar en que, desde fuera, haya quien pueda sentirse preocupado por tal eventualidad o, si se materializa, asustado ante la repetición en Valencia de la desgracia que ya campa en Cataluña y que es posible que se reproduzca en Baleares.

De todas formas, no se engañen, LPD recuerda que el mantra a repetir aquí es, sin duda, Madrid. ¿Significa eso, por otro lado, que las cosas en Valencia están así de claras como para poder afirmar que el PP perderá por el efecto arrastre de Zapatero? Pues, como es obvio, no necesariamente. Hay algunos factores correctores a tener en cuenta.

Elecciones 2007: Guerras de religión

La escena política de la Comunidad Valenciana es ligeramente más complicada que la traslación de la correa política madrileña porque hay algunas guerras y guerrillas que distorsionan el panorama. Las más importantes tienen que ver, ya que estamos hablando de Valencia, con la política madrileña, por supuesto:

– Factor 1: El PP, en general, ha llevado en España una política consistente en asentar el voto castellano-madrileño aun a costa de perder con ello en muchos otros sitios. Canarias o Galicia, quizás en breve Navarra o Baleares… pueden dar fe de ello. Sin embargo hay una excepción a esta línea general que en realidad no lo es tanto dado que la clave del asunto es, en el fondo, la de siempre: joder a Esquerra Republicana de Catalunya. Se trata, como habrán deducido ya, del trasvase del Ebro, el famoso gambito del PP de cambiar por décadas Aragón por Murcia. Y, si es posible, meter en el pack de ganancias a la Comunidad Valenciana. A lo que ayuda, y mucho, que este asunto se vende en estos lares como una manifestación más de la inquina catalana hacia Valencia, que ya no sólo roba la paella y las fallas sino también, incluso, ¡habrase visto la osadía!, el agua del Ebro. El asunto tiene una incidencia electoral indudable, sobre todo en el sur de la Comunidad Valenciana (la provincia de Valencia y sus regantes tradicionales andan más preocupados, en realidad, con que no les desequen el Júcar), pero afecta de alguna manera a los “sentimientos” más superficiales de casi cualquier valenciano, que se identifican con mucha facilidad con un zafio victimismo fallero. De forma que no se trata de un asunto menor. ¿Suficiente para compensar por sí solo el poderoso influjo de la política madrileña sobre los resultados valencianos? Quizás sí, pero hemos de tener en cuenta que otros asuntos ejercen de contrapeso. Que también tienen que ver con Madrid o, en este caso, con la facilidad con la que un líder autonómico valenciano es capaz de dejarlo todo por una Dirección general o, si las cosas vienen bien dadas, incluso un Ministerio.

– Factor 2. Junto a la guerra de religión entre los que profesan la fe del trasvase y los que creen en el Dios todopoderoso de las desaladoras, otra guerra entre escuelas teológicas tendrá una incidencia electoral en la Comunidad Valenciana. Zaplanistas y campsistas andan todavía a garrotazos, después de que acaeciera lo que todos suponíamos: cuando pones a un mandado a cuidarte el serrayo mejor que te andes con ojo y te busques alguien emasculado o, al menos, castrado (que una cosa es que folle y otra que te joda hacienda y descendencia). Y, en el mejor de los casos, que te ocupes tú mismo de tu patrimonio, porque es dar mando en plaza a otro y esperar cinco minutos a que se crezca. Incluso cuando se trata de un monaguillo aparentemente inocuo como Camps. Zaplana, ingenuamente, dejó todo por Madrid para encontrarse con que ETA voló unos trenes el 11-M junto a los servicios secretos franceses siguiendo órdenes de Rafael Vera y Rubalcaba y, ya saben, todo se fue al garete. Mientras tanto, Camps se había hecho con el partido y el poder en la Comunidad Valenciana, algo nada sorprendente para nadie menos para Zaplana, a quien la pinta de su sucesor le hizo pensar que estaba castrado, emasculado o tonto. Y no era para tanto la cosa. Por lo demás, aunar voluntades en su favor le resultó a Camps ciertamente sencillo dado que, más allá de la moral cristiana, pocas diferencias había entre obedecer a Zaplana o a Camps. O bueno, sí, una vez Camps mandaba y Zaplana no (y ya no digamos tras la derrota en Madrid del PP en 2004), el primero era el único de los dos con capacidad para repartir cargos. Y eso une mucho, no crean, incluso diluye diferencias teológicas de calado. Máxime cuando, como es sabido, Camps, como buen católico, es capaz de perdonar en todos sus allegados y en sí mismo cualquier desliz cometido contra muchos de los diez mandamientos (a quienes no nos los permite es a los demás, a los que no somos católicos ni le podemos ofrecer nada). Pero más allá de cuestiones teológico-morales, la lucha entre Zaplana y Camps ha tenido como efecto desmoralizar y desmovilizar los pocos feudos zaplanistas que quedan, apartar y orillar a las pocas personas que han demostrado fidelidad personal y política del PP valenciano y dejar la orientación de la política del Consell en manos del Opus Dei. Dado que Zaplana y los zaplanistas pueden tener muchas virtudes pero, como es normal en política, el buen rollo con los rivales en el seno del partido no es una de ellas, la campaña en el sur de Alicante para apoyar a Camps está siendo antológica por inexistente. Y en Valencia cunden rumores de todo tipo sobre los orígenes de la financiación para grupúsculos de ultraderecha que, haciendo bandera de valencianismo lizondista, se han montado incluso un periódico con toda la parafernalia a uso para arañar votos al PP, al parecer con la eficacia justa (esto es, sin que lleguen a obtener representación parlamentaria).

– Factor 3. Por si este elemento no es suficiente para compensar los daños por la imagen anti-trasvase y de vendido a los catalanes de Zapatero y todo el PSOE, un tercer elemento acaba de dibujar el panorama, ya en clave valenciana (joder, no se me quejen, ¡que España se rompe por todas partes y nosotros también tenemos derecho a votar mirándonos el ombligo de vez en cuando!), en beneficio del barullo de progres. Y es que, hartos de moverse entre el 4 y el 4’8% de los votos, los “nacionalistas de izquierda” (sic) del Bloc Nacionalista Valencià se han avenido a ser sodomizados en el reparto de puestos de salida por lo que queda de Esquerra Unida, de forma que sus votos, por primera vez en 20 años, no irán a la basura. Estamos hablando de unos votos que, si se hubieran contado hace 4 años, habrían provocado que el PP no hubiera tenido mayoría absoluta. Y que en estas elecciones, en principio, sí estarán ahí, incordiando en el reparto de escaños con esas historias de los restos y el reparto D’Hondt. No todos, claro, porque el BNV ha abandonado en su tránsito hacia el escaño y la respetabilidad su ideario tradicional (defensa de la anexión de Valencia a la entelequia de los Països Catalans). Y si bien ello le permite moverse en un entorno electoral más propicio también le cuesta la pérdida de algunas capas de sus electores tradicionales. Con todo, sustancialmente, el PP ha de contar con que esta vez casi todos los votos contra su política van a contar. Sólo quienes se decanten por el proyecto catalanista en estado puro, Esquerra Republicana del País Valencià, verán cómo sus votos sirven sólo a afectos simbólicos. Compensando lo que, por el otro lado del espectro, es previsible que ocurra con los votos lizondistas, en este caso en perjuicio del PP, acrecidos, como decíamos, por la inyección de pasta que les ha caído. De forma que si bien en 2003 los votos que no se contaron eran de casi un 5% en la parte izquierda y de apenas un 2% en la derecha, estos comicios prometen que la ecuación pueda llegar, casi, a invertirse.

Parece que, en síntesis, todo beneficia al PSPV en su reconquista. ¿Cuál es el motivo de que Camps no esté temblando desde hace tiempo y de que los medios y sus encuestas reflejen un plácido panorama hacia su reelección? El cuerpo nos pide declarar que es simplemente una cuestión de incompetencia, pero la verdad es que es de justicia reconocer que hemos de tener en cuenta un último dato: la estrategia del kandidato borroka alternativo al kaiser de los yates y de la Fórmula 1. Y es que da hasta vergüenza, a poco que uno se pare a pensar, defender que el tipo y su cohorte de asesores tengan alguna posibilidad de tener éxito. Probablemente ahí radica la clave de que nadie ose salir a la palestra a decir lo que en otras circunstancias sería obvio (que las cosas no están ni mucho menos fáciles para el PP en Valencia), en que da un poco de apuro pensar que haya quien pueda pensar que con eso convalidas intelectualmente la política (sic) de oposición del PSPV de estos años. Porque toda su estrategia en este tiempo se ha reducido por parte de Pla a:

– consolidar su poder orgánico, a la espera de que la Generalitat caiga como fruta madura (que es lo más normal), con la confianza de que mientras tenga contento al comité de empresa del partido puede permitirse sucesivas derrotas electorales (y, de momento, le ha ido bien, aunque es obvio que resulta más que dudoso que el partido le diera, caso de derrota, una tercera oportunidad)

– poner a parir a Zaplana, porque al parecer las lumbreras que conforman su equipo de asesores son los únicos que no se han enterado de que, desde hace ya cinco años, Zaplana se largó a Madrid y quienes mandan aquí son otros.

Esta estrategia electoral, para sorpresa y pasmo de los expertos profesionales que asesoran a Pla, puede resultar insuficiente en ciertas circunstancias (que, la verdad, son casi todas). Y es que contar con un cierto apoyo en materia de recursos intelectuales en una campaña electoral es algo que siempre se agradece, no crean. Máxime cuando en el otro bando cuentan como gran baza con el apoyo del mismísimo Papa, de Bernie Ecclestone y de la crème de la crème en materia de yates y golf. Que Pla gobierne, no se engañen, no será consecuencia del entusiasmo que despierta en las masas, sino de la revuelta cívica que el estado de obsolescencia de ciertos servicios básicos genera en una ciudadanía que asiste con pasmo a que sus impuestos se dediquen, mientras tanto, a fiestas privadas. Porque, la verdad, se lo han puesto a huevo. Y aún así, de tan triste que ha sido su deambular político sus posibilidades sólo existen, en realidad, gracias a Ben Laden (ya saben, el voto que arrastre la dinámica política que llega de Madrid).

De manera que en la Comunidad Valenciana estamos a punto de rizar el rizo en materia de verbena diferencial periférica: un terrible y peligrosísimo tripartito separatista al que la gente votará porque estará votando en clave española. En cualquier caso, no conviene dormirse en los laureles porque, en esta feria de los hechos diferenciales de opereta, en cualquier momento nos sale un competidor más potente y perdemos el lugar de privilegio que ahora ocupamos.пересечение границы с россиейпродвижение сайтов тарифы


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