Ceuta y Melilla
¡Son nuestras!
Elección tras elección, sean estas generales o autonómicas/municipales, dos bastiones del desarrollo y la democracia como las Ciudades Autónomas de Ceuta y Melilla son sistemáticamente olvidadas. El inmenso valor sentimental que estas posesiones tienen para todo español de bien creemos, sin embargo, que aconseja que La Página Definitiva no caiga en estos vicios de gentes insensibles a la grandeza del hecho de que la esencia imperial de España (como diría Gustavo Bueno) tenga ocasión de manifestarse de vez en cuando.
Ceuta y Melilla son dos posesiones españolas de naturaleza colonial incrustadas en la costa norte de Marruecos. Tradicionalmente, este tipo de asuntillos eran considerados como profundamente ofensivos para el país anfitrión por cuestiones de honra y ello provocaba los consabidos alegatos sobre la soberanía. En la actualidad, esto son mamarrachadas comparado con el principal problema que suponen estos peculiares enclaves: constituyen un foco de corrupción que desestructura la economía de la zona en kilómetros a la redonda. Nada raro, ya que combinan como únicas actividades su utilidad como bases militares y la dedicación de sus gentes a honrados negocios aprovechando tanto su naturaleza de zonas de paso como la laxitud inherente a toda buena autoridad colonial. Para disimular un poco todo esto, Ceuta y Melilla cuentan, a pesar de que lo lógico sería reconocer la realidad (que allí mandan el Ministerio de Defensa y las hacendosas mafias locales, pues entre ambos mantienen al 95% de la población), con un remedo de instituciones representativas, que son elegidas coincidiendo con las elecciones municipales y autonómicas. Y ello a pesar de que, como Ciudades Autónomas (apelativo que sirve evitar hablar de “colonias”, “territorios de ultramar”, “enclaves africanos”, o “granos en el culo de Mohamed VI”), en realidad no son ni una cosa ni otra. Pero, como básicamente la cosa consiste en que son como Ayuntamientos que hacen de Comunidades Autónomas pero sin poder legislar, todos contentos. Y, sobre todo, ellos. Pues se trata de los entes locales más ricos en términos relativos de toda España.
Justamente estas inmensas posibilidades de poder hacerse con un caudal de dinero que repartir a asociaciones afines, o con los que poder encargar obras a empresarios conocidos, o con los que contratar a funcionarios de confianza… son las que convierten en atractivo el hacerse con el Gobierno de las Ciudades Autónomas. Muchos millones de euros que permiten vivir fenomenal al 5% de la población que no está sustentada por el ejército o mafias y que se ha dedicado profesionalmente a la política (reconocemos, con todo, lo injusto del reduccionismo, pues es cierto que también hay políticos que proceden de los grupos basales de las sociedades ceutí y melillense). Téngase en cuenta que ciertos elementos consustanciales a la esencia de Ceuta y Melilla hacen especialmente interesante el ejercicio del poder allí:
a) Ceuta y Melilla no interesan a nadie. Como para que un escándalo sea conocido en la península debe adquirir proporciones de descomunal calibre las habituales prácticas de distracción ordenada de los caudales públicos suelen ser impunes siempre y cuando no sean manifiestas ni ofendan a nadie en exceso con el reparto.
b) Todos sabemos que, a la larga, Ceuta y Melilla serán marroquíes. De forma coherente con esta convicción a nadie importa excesivamente que el dinero teóricamente dedicado a la mejora de las ciudades acabe en la práctica en los bolsillos de unos pocos. Total, ¿para qué embellecer y mejorar las infraestructuras de lo que, en unas décadas, será territorio de Marruecos?
c) El descontrol fronterizo, las relaciones con otras religiones, otras nacionalidades y otras formas de hacer las cosas, convierten la política de Ceuta y Melilla, simplemente, en un cachondeo.
Con este panorama, la política de Ceuta y Melilla se ha configurado históricamente de forma autónoma y repetitiva. Diversas redes clientelares articuladas en torno a las facciones que componen estas cosmopolitas urbes se reparten de forma en la práctica más o menos pacífica el poder (entre bueyes no hay cornadas). Éstas, por guardar las formas, buscan una etiqueta-parasol que permita legitimar de alguna forma su carácter político, ya sea alguna de las “marcas blandas” de los partidos estatales (PP, PSOE, en ambos casos meras etiquetas que luego esconden una realidad de clan tanto en Ceuta como en Melilla), ya una cátera de agrupaciones políticas locales que responen a criterios ignotos para el peninsular de bien. Entre ellos, pacíficamente, se reparten el pastel.
Las cosas funcionaron históricamente más o menos como siempre hasta la irrupción, en las penúltimas contiendas municipales, de Jesús Gil y su ostentóreo Grupo Independiente Liberal, que ganó con estrépito las elecciones en ambas ciudades. Durante unos meses reinó la confusión, finalmente disuelta en la forma habitual. Los representantes del GIL, abducidos a la hora de la verdad por los hábitos propios de la política local, acabaron integrados en las estructuras de poder tradicionales. De ahí sólo ha quedado un refuerzo de los partidos en que a la larga se integraron, esencialmente el PP, que desde entonces manda con cierta comodidad en ambas plazas.
Las elecciones del año 2007 prometen ser revolucionarias, grantizando, como siempre, más de lo mismo.
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