Castilla-La Mancha
Del cacique a la red clientelar
En Castilla-La Mancha gobierna el socialismo desde las primeras elecciones autonómicas. O, más bien, ha gobernado José Bono veinte años y después su mandado, una vez PP Bono se largó a Madrid a que Rodríguez Zapatero le “recompensara los servicios prestados”. La personalidad del dirigente obliga a cuestionar que la primera afirmación se corresponda totalmente con la realidad, pero nominalmente no hay dudas: el Gobierno autonómico castellano-manchego ha sido siempre del PSOE. Y los diversos intentos del Partido Popular de conquistar Castilla La Nueva para la regeneración democrática se han saldado hasta la fecha con monumentales fracasos. ¿A qué se deben estos continuos batacazos?, ¿son Cuenca, Guadalajara, Ciudad Real, Toledo y Albacete las provincias guardianas de las esencias del socialismo español en su vertiente más tradicionalistas?, ¿están sus gentes imbuidas por espíritu del marxismo reparcelador y reformador del agro? o, por el contrario, ¿son acaso los manchegos precursores del talante y las ansias infinitas de paz que dotan de densidad, desaparecida la reivindicación de clase, a la ideología de consumo del PSOE?
Sencillamente, y por responder ya desde el principio de forma clara, no. Las claves del éxito de Bono no radicaban precisamente en la afinidad ideológica de su electorado con el programa de modernización y progreso social de su Presidente. Se fundamentaron siempre, en realidad, en cómo se había ido realizando esa modernización y progreso social, empleando métodos que han aunado las más clásicas tradiciones de la tierra con el nuevo espíritu de nuestro tiempo. Bono, por expresarlo con crudeza, tejió la red clientelar de caciques locales más tupida del Estado autonómico español, aunque ha habido quien ha sostenido que este honor debía en justicia ser asignado a la Galicia de Fraga. De esta forma, Castilla-La Mancha, la históricamente olvidada, la Cenicienta de España, se ha incorporado con pleno derecho a los más avanzados sistemas de gestión de recursos públicos de la época de la Restauración. Para algunos escépticos, y dado la fecha en la que estamos, esto será poca cosa. Pero han de tener en cuenta estos críticos que Castilla-La Mancha, por este procedimiento, ha dado en sólo dos décadas un salto de más de tres siglos: De la Edad Media al XIX y sin necesidad de revoluciones liberales burguesas.
El haber de Bono era pues considerable. Unamos a ello que se trataba de un sujeto muy dotado para poner al servicio de las costumbres caciquiles más tradicionales el aparato de la técnica y de las modas modernas. Bono, para apesebrar a los solícitos castellanos, recurría a equivalentes manchegos de las peonadas, a repartir subvenciones a diestro y siniestro para promover transformaciones agrarias ruinosas, a dejar exhaustos los acuíferos de toda la cuenca del Guadiana y del Júcar (el Tajo todavía no ha sido desecado, pero todo se andará) a cambio de pingües beneficios para los empresarios amigos, pero todo ello lo hacía en technicolor, con innumerables y eficaces medios dedicados a la propaganda. Imaginen la combinación: Bono repartiendo pasta y publicitándolo a todo tren. Demoledor. Y encima aderezado con populismo del más tópico y por ello eficaz, exigiendo impuestos revolucionarios a las infraestructuras de interés general del Estado o poniendo de facto una Universidad en cada localidad de más de 50.000 habitantes de la región (pues la Universidad de Castilla-La Mancha duplica y hasta triplica infraestructuras con el fin de tener a más ciudadanos contentos y a más clientes satisfechos que dependían de Bono). Todo este derroche de dinero público tenía como única función buscar el desarrollo de la imagen pública de Bono. E, históricamente, funcionó a la perfección: Bono repetía sin problemas elección tras elección.
El problema es que ahora Bono no está. Puso a su mandado al abandonar con gran dolor de su corazón su tierra para servir a los ciudadanos de toda España en el Gobierno de Rodríguez Zapatero. Una vez fue invitado a salir del mismo, lamentablemente, no podía volver al cortijo. Los mandados, es lo que tienen, cobran fuerza a poco que uno los deja sueltos. Que se lo pregunten a Zaplana respecto de Camps, ese buen chico. Así que Bono ha regresado forzosamente a los cuarteles de invierno y asistirá cómodamente instalado a la reelección de su sucesor, de nombre Barreda.
Las elecciones de Castilla-La Mancha en 2007 son pues de enorme interés. Porque ponen a prueba la eterna acusación de que Bono había funcionado buscando sólo realzar su imagen y creando una red clientelar para su beneficio. Desaparecido el factotum, el PP ha viso la ocasión de lanzarse a por la región y han buscado un candidato “de campanillas”. O sea que, como siempre, han buscado a algún mandado de Madrid y lo han colocado ahí para que haga los encargos y, si hay suertecilla, para que les gestione la banlieue. En este caso, ¿qué mejor que una consejera de transportes de la Comunidad de Madrid, dado que la principal función de Castilla-la Mancha para la cohesión del Estado es servir de soporte a las infraestructuras que permiten a los madrileños llegar a la costa y localizar asentamientos urbanos baratos para las clases medias y trabajadoras de la periferia de la capital?
La apuesta del PP, como siempre, es de entidad. Aznar se sacó en su día de la manga a Adolfo Suárez Illana, hijo del mismísimo Adolfo Suárez González, ex-Presidente del Gobierno español con la UCD. Como es obvio, algo mejorará los resultados, dado el aparatoso batacazo del señorito. En este caso, al menos, juegan la carta de una mujer, a ver qué pasa animando el cotarro de género, así como la de que se trata de una persona trabajadora, para contrastar con el episodio de 2003. Pero, en cualquier caso, se basa no tanto en las cualidades personales de Cospedal como en la esperanza de que, desaparecido Bono, el Gran Cacique, la tupida red de intereses que ha sostenido más de 20 años al PSOE en el Gobierno se desmorone.
Personalmente, las dudas nos asaltan. La fortaleza de una buena red clientelar reside no tanto en el culto a la personalidad que está en la cumbre como en el disfrute de una serie de chollitos variados, canongías de más o menos lujo y la conservación de estructuras de poder a escala intermedia. Todo esto, por mucho que Bono lo construyera esencialmente en su beneficio, es un legado que su labor de gobierno ha transmitido a la siguiente generación y, en consecuencia, a Barreda. Que, en condiciones normales, se paseará y ganará con la gorra. Máxime cuando en Castilla-La Mancha no existen esas molestas excrecencias de la democracia representativa que se llaman partidos minoritarios: ni Izquierda Unida, ni regionalismos varios, tienen demasiada incidencia. De forma que Castilla-La Mancha es un perfecto vivero de lo que muchos desean para toda España. Un sano bipartidismo donde, por lo general, los vuelcos en el poder suelen ser más complicados y poco habituales de lo normal.
Ustedes mismos.
Nota: En Castilla-La Mancha hay quien afirma la existencia de una coalición de partidos de filiación izquierdista integrada a nivel estatal en la Federación de nombre Izquierda Unida. Nosotros no percibimos esa presencia con la suficiente fuerza como para merecer mención alguna, pero no queremos ser acusados de fomentar el bipartidismo. Igualmente, y aunque ignoramos su nombre exacto y nunca hemos oído hablar de él, estamos convencidos de que en los últimos años habrá surgido algún partido de corte regionalista-nacionalista que por mucho que todavía pequeño debe de tener cada vez más fuerza y reivindicar la autonomía del manchego como lengua propia. No nos interesa en absoluto su programa o aspiraciones, que bien podrían ser desbancar a IU como tercera fuerza (caso de que IU sea todavía la tercera fuerza política de la región), pero el respeto a los hechos diferenciales de esta gloriosa y asimétricaamente cuasifederalista España nos obliga, igualmente, a mencionarlo.�
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