Asturias
Añorando al verdadero hombre astur
Asturias, patria querida: una aproximación acelerada a la historia de la región
Asturias no es una Comunidad Autónoma más de las Españas, de España o del Estado español (elijan lo que más les guste). No. Asturias es España. En Asturias se constituye la esencia de la nación española moderna en sus sentidos mítico, epopéyico, emocional, ético e histórico. Pero, sobre todo, viril. Porque de Asturias es una estirpe de hombres que se inicia en Don Pelayo y acaba en Letizia Ortiz. Muchahotes de pelo en pecho que, dado que Ortiz no se puede presentar para arrasar en las elecciones, deja como referente sólo a Álvarez Cascos. De forma que, desaparecido en combate, las elecciones prometen ser de lo más soso. Se trata de luchar por España pero sin españoles de verdad en primera línea. Fíjense Ustedes que en Asturias no sólo gobierna el Partido Socialista, demostrando cómo degenera la raza, sino que el PP ha visto cómo desde ahí, la ya famosa “trama asturiana” se aliaba con moros. Y no, eso sí que no.
Porque si España ha sido y es algo en el mundo lo es gracias a su oposición a los moros. Y simbólicamente Asturias es el origen de esa lucha sin cuertal. Un elemento que bianualmente la Vuelta Ciclista a España celebra con la mítica etapa culminada en Lagos de Covadonga y que es el que, blandido como seña de identidad, permite a nuestro país, cuando lo exhibe orgulloso, salir del Rincón de la Historia como si tal cosa. Si ahora va y resulta que los asturianos lo ponían la dinamita a moros como si tal cosa para que jugaran, ¿qué queda de España? Cuando los españoles de bien se resisten a creer que ETA pueda no tener nada que ver con el 11-M no están tratando de huir de la realidad por turbias razones electorales: están, simplemente, luchando porque la razón teológica por la que España y Asturias existen siga en pie.
Asumido tal estado de cosas y la identificación Asturias-España, aparecen otras cuestiones graves sobre la identidad regional. Porque ¿tiene sentido que Asturias sea una Comunidad Autónoma? Pues pareciera evidente que no, dado que se confunde con la misma y grande España (y no sólo con la provincia de León, eternamente reclamada por los astures más incapaces de comprender que, puestos a reclamar, podrían exigir todo con la excepción de ciertas partes de Galicia y los irreductibles vascones). Ahora bien, desde el momento en que La Rioja, Murcia o Cantabria adquirieron carta de naturaleza territorial y política, dado que no se puede consentir que los catalanes y vascos anden a sus anchas con sus autonomías y sus gobiernos regionales, mientras el resto de ciudadanos tienen que conformarse con ser simplemente españoles y convivir unitariamente… ¡amos nada! Pues claro, ante tal exhibición, ¿cómo negar a Asturias esa misma condición?
A partir de ese momento, comienza la trabajosa labor de “construir una identidad”. Como en tantas y tantas regiones de España los asturianos han recurrido al manido atajo del bable, perimportante lengua (además de permonina, perhermosina y perguapina) que ciertos grupúsculos atizan con la legítima intención de conseguir representación parlamentaria y organizar un nacionalismo asturianu que “decida en Madrid”. La ventaja del bable es que en el resto de España se ve con simpatía, ya que todos nos sabemos hijos de los astures y de su forma de hablar. La desventaja es, precisamente, que como elemento de comunión regional en clave nacionalista es poco útil precisamente porque todos los españoles… vemos al bable como un castellano pronunciado de forma simpática. Es por ello que, hábiles, los agentes de la disgregación han ideado empezar a llamar a la cosa asturianu, que acojona como un poco más.
Y es que Asturias, guste o no, está inevitablemente asociada a España. Por eso es especialmente difícil montar algo apañado con esto de los símbolos. Estamos en un país con autonomías organizadas deprisa y corriendo que tuvieron que inventar en muchos casos nombres, himnos y banderas. Pero lo de los asturianos es especialmente grave, ya que ellos directamente hubieron de recurrir a canciones populares tan acendradamente asociadas a las intoxicaciones etílicas como el “Asturias Patria Querida”. Al baldón que puede suponer para una región que una canción de borrachos sea su himno regional (por mucho que esté vinculada a la región en cuestión, la cosa no es seria; imaginen a La Rioja asumiendo como himno el “El vino que tiene Asunción…”) se une en el caso de Asturias un factor mucho más grave en la actual España de las Autonomías con rasgos diferenciales: que es el himno oficioso de los borrachos de TODA España. ¿Qué afirmación territorial puede lograrse así? En cualquier caso, el Parlamento de Asturias, en un esfuerzo encomiable por tratar de dotarse de contenido y de mostrar al mundo su necesidad, aprobó una “Ley de Himno Regional Asturiano” en la que se contempla la obligación de cantarlo con “respeto y solemnidad” (o algo semejante). Así que ya saben que, si se les ocurre ponerse a ello sin la debida actitud, estarán incumpliendo las leyes asturianas.
Claves electorales de la política asturiana:
Asturias es una región roja, con la rutilante excepción de Oviedo. Al menos, en el imaginario español. Mineros y pequeños pescadores, más la posterior industrialización en torno a Gijón, han conformado el mito de un tejido social asturiano “de izquierdas”. La República, el 34 y la Guerra Civil cimentaron este mito, que reverdeció sus laureles con las sucesivas mayorías socialcomunistas tras la implantación de la autonomía.
Hasta que en 1995, en plena escalada del PP, la sorpresa noqueó a toda la izquierda española. Se había perdido Asturias. Durante cuatro años el PP puso toda la carne en el asador con su reluciente mayoría “suficiente” a salvo de coaliciones de rojos radicales gracias a la estricta observancia que la federación asturiana de IU hizo de la estrategia del sorpasso-pinza omisiva (de manera, todo sea dicho, electoralmente suicida, como luego pudo verse). Y, un año después, el PP ganaba las Elecciones Generales en España y un asturiano pero ante todo español por antonomasia, el ya mencionado y añorado Francisco Álvarez Cascos, bruñidor de mayorías populares aquí y acullá, era recompensado con una Vicepresidencia.Todo pintaba fenomenal para el PP asturiano, con la izquierda en franca retirada e incapaz de destrozarles.
En ausencia de peligro rojo, fue el propio PP quien optó por descuartizarse. El Presidente de la Comunidad Autónoma acabó desposeído de la confianza de Cascos, y todo se fue al garete. Con la excusa de un problemilla organizativo en materia de Cajas de Ahorros (o sea, referido a la mejor fórmula de controlarlas políticamente) que se reducía a saber si éstas debían depender de los hombres del Presidente o de los hombres de Cascos, la guerra civil estalló en un PP que, por ello, afrontó roto las elecciones del 99. Y la izquierda (PSOE e IU) recuperó una cómoda mayoría parlamentaria que revalidó en 2003.
Así las cosas, Asturias afronta el trámite electoral de 2007 añorando a Cascos. Sobre todo, claro, el PP. Porque sólo lo que ese hombre significó pudo hacer frente con eficacia al Mito. Pero también todos los demás, dado que unas elecciones molan si hay algo de pimienta y cierta esperanza de que se produzcan sorpresas y cambios de gobierno.
Quienes nos chutamos en vena sondeos y predicciones electorales tenemos la vana ilusión de que “pueda pasar algo en Asturias”. Pero sabemos que es difícil. Entre la prima al gobernante propia de todo trance electoral español y que en el PP falta una reflexión seria sobre la esencia asturiana que le permita aspirar a recuperar el poder, todo parece indicar que la reválidad electoral del socialcomunismo será plácida.
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