Extremadura
Guerrismo militante del siglo XXI
Extremadura es una bella comunidad autónoma, una de las 17 bellas comunidades autónomas que componen el Estado español. La rutilante belleza de Extremadura se manifiesta no sólo en sus hermosos parajes o sus monumentos históricos, sino, sobre todo, en la acusada personalidad propia, es más, idiosincrasia propia, en resumen, características diferenciales, que la convierten en una comunidad única, una de las 17 comunidades únicas que conforman el Estado español.
Dichas características diferenciales se ponen fácilmente de relieve por la simpatía de sus gentes, la variedad de su gastronomía, y la existencia de hondas tradiciones culturales como, por ejemplo, tirar a un burro desde lo alto de un campanario como culminación de unas fiestas patronales, a diferencia de lo que podría ocurrir en otras partes de España, donde prefieren tirar yeguas o quemar autobuses, o bien ejecutar hermosos bailes tradicionales ataviados con vestidos de bella factura claramente diferenciados de otros 16 bailes con sus correspondientes vestidos.
Sin embargo, este hondo legado cultural ha sido tradicionalmente ignorado por los habitantes del resto de España, los cuales se han fijado más bien, a la hora de catalogar a Extremadura, en los fríos datos macroeconómicos. Tras las miríadas de extremeños que Franco envió al País Vasco y a Cataluña para destruir sus tradiciones e idiosincrasia (las de País Vasco y Cataluña, no las extremeñas), ofreciendo pantanos a Extremadura como pago por la mano de obra, la población total extremeña se ha quedado en un millón de esforzados habitantes que no han logrado, hasta la fecha, superar la característica auténticamente diferencial de Extremadura respecto al resto del Estado español: su elevada tasa de paro, el 13% (casi cinco puntos por encima de la media española), que se conjuga con la relativamente escasa renta per cápita para crear, entre ambos, la región más pobre de España.
En efecto, Extremadura se situaba históricamente en torno al 50% de la media de la UE, aunque bien es cierto que desde el momento en que la UE se vio ampliada a 27 ridículos miembros este porcentaje pasó a superar el 60%, un gran éxito que podría ser aún mayor si Indonesia, India y Afganistán también ingresan en la UE, momento en el cual Extremadura superaría la media. Pero mientras este hecho se produce, lo cierto es que Extremadura sigue siendo una región pobre, y lo que es más, una región en la que el impacto de los Fondos Estructurales y de Cohesión no ha sido, en apariencia, determinante, pues a pesar de esta inyección económica suplementaria Extremadura se mantiene anclada en el 50% desde 1988, mientras otras regiones españolas han experimentado un crecimiento perceptible.
Frente a todo esto se ha alzado, durante años, una voz, alta y potente, que clama por ahora en el desierto exigiendo el reconocimiento de las necesidades e intereses extremeños en Madrid: el presidente de la Junta de Extremadura a lo largo de seis legislaturas consecutivas, Juan Carlos Rodríguez Ibarra, un político que se define a sí mismo como “valiente”, gran valedor de Extremadura ante el resto de España, lo que garantiza que dicho resto de España siga pensando de Extremadura lo mismo que antes y además añada “políticos impresentables” al inventario. Rodríguez Ibarra ha sido el representante de Extremadura como sociedad de descamisados, un político radicalmente izquierdista que lleva a cabo sus acciones preferentemente ante los micrófonos y las cámaras, momento en el cual despliega toda su capacidad para efectuar sutiles análisis políticos radicalmente izquierdosos para, por ejemplo, apoyar los GAL o rechazar las primarias en su partido porque, según dijo, “a la gente no se le puede preguntar sobre cuál es su candidato, porque elegirán al contrario que el que diga la Ejecutiva Federal”. Por tanto, asumimos, tampoco se le debería preguntar por quién es su candidato a presidente de la Junta de Extremadura, porque vete a saber si en un momento dado se equivocan y eligen al malo, esto es, eligen a otro que no sea Rodríguez Ibarra.
Por fortuna, no ha hecho falta llegar a este extremo, porque el propio Rodríguez Ibarra, en un ejercicio más de profesión de fe en la democracia, tras sólo 24 años de Gobierno, ha decidido retirarse. Y no sin antes dejar atrás un sustancioso legado: Rodríguez Ibarra ha tenido tiempo para desarrollar, como último presidente preautonómico y único presidente de la Autonomía, un proyecto de modernización que hasta la fecha ha dado los resultados ya sabidos: la misma pobreza que cuando llegó y la misma percepción negativa de Extremadura, convenientemente acrecentada por los exabruptos de su Presidente en su pluriempleo de contertulio, desde el resto del país.
Sin embargo, Rodríguez Ibarra ha ganado elección tras elección, y previsiblemente volverá a hacerlo su sucesor, Guillermo Fernández, en las próximas elecciones. Su rival, Carlos Floriano (PP), el último de una ristra de aspirantes fracasados ante Rodríguez Ibarra (puesto que ya fracasó en 2003), viene avalado, eso sí, por los mismos procedimientos democráticos que parece defender el actual Presidente de la Junta (elegido en un Congreso del PP regional con candidatura única y el 98% de los votos a favor; ni en los mejores tiempos del Politburó se conseguía un consenso similar).
Probablemente vuelva a ganar el PSOE, como siempre en esta comunidad. Al menos, así lo indican las encuestas, para las cuales la marcha de Rodríguez Ibarra no ha tenido ningún efecto cuantificable en la intención de voto. Lo cual, sobrado es decirlo, es una lástima, porque aunque en apariencia resulte un síntoma positivo (por plasmar el escaso -nulo- impacto electoral de Ibarra), en la práctica significa, precisamente, que la perfección del sistema caciquil implantado por Ibarra es tal que da lo mismo quién esté al frente. Porque Ibarra representa, al igual que el ex presidente de Castilla – La Mancha, José Bono, la tradición caciquil española combinada con el populismo fácil. El Presidente de la Junta no tiene ningún reparo en dárselas de estadista a nivel nacional criticando la política del PP y también la de su partido cuando no consiste en decir que el PP es la derechona ni en sacar la cartilla de racionamiento como hacía Alfonso Guerra en sus buenos tiempos. Pero, al mismo tiempo, Rodríguez Ibarra elabora continuamente un discurso victimista cuyas líneas de fuerza se resumían, en su día, en “somos pobres, y el Gobierno del PP, la Unión Europea del PP y el PNV del PP son los culpables de ello”. Naturalmente, el único que no tiene la culpa de nada es él, pues él lucha por los intereses de Extremadura por la vía de crear una tupida red clientelar a lo largo de toda la región que, cuando menos, garantiza que una parte relativamente importante de los extremeños viva razonablemente bien con los sueldos que otorga la Administración autonómica. Desde este punto de vista, su razonamiento es impecable: él tiene un presupuesto que gasta en crear puestos de funcionario y dar subvenciones, esto es, crear riqueza; en cuanto al resto, si no tienen trabajo ya no es cosa suya, si las infraestructuras son manifiestamente mejorables a él que no le miren, si la región no prospera que vayan a Madrid a protestar.
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