Tipos de directores de juego
Como si de una gran orquesta se tratase, toda reunión para jugar al rol debe tener un director que sepa manejar el cotarro, para ir explicando a los jugadores cómo se desenvuelve cada situación, con qué personajes se encuentran, las horribles incidencias que les ocurre cada poco… en fin, ellos son lo que se preparan las partidas de antemano (con algunas honrosas excepciones, como luego veremos) para que todo sea más fácil.
De ellos depende que la dinámica y el normal desarrollo del juego sea el adecuado para conseguir el fin último de toda partida que se precia: pasar un buen rato, y sin necesidad de tomar alcohol ni sustancias psicotrópicas (breve pausa para publicidad: parece mentira que hoy en día los jóvenes sólo se sepan divertir con drogas o sexo, y los más inteligentes con la excelsa y maravillosa Página Definitiva, claro). Pero al igual que pasa con los jugadores, el mundo de los Directores de Juegos o Masters de la partida está surtido de los más extravagantes elementos de la fauna humana. Pasen y vean Ustedes por sí mismos:
El pesado: son aquellos que mejor preparan una partida. Mapas de cada sitio, una descripción detallada de cada personaje de la partida, una lista con más trucos de magia que Tamariz (¡¡ta-chááán!!), son algunos vivos ejemplos de las cosas que les esperan a los jugadores.
Y dirán Ustedes “¿no se trata de eso el rol? ¿de imaginar nuevos mundos lo más realistas posible?”. Sí, pero tampoco es muy gratificante estar tirando los dados cada 3 nanosegundos a cada paso “porque en la vida real también os podéis resbalar mientras camináis”, o “los nudillos se te pueden romper perfectamente cuando llamáis a una puerta, ¿no?”. Recomendación: tened presente que no hay cosa que más les duela que les digan “oye, la partida de hoy rapidita y sin detalles, que luego nos tenemos que ir”. Aunque ojo con los infartos.
El hijo puta: ¿se acuerdan que la semana pasada les presentamos un tipo de jugador denominado el Guasón Robaperas? Pues en esto se convierte cuando sufre una mutación en su cerebro (sí, la deformidad y el mal gusto no conoce límites, piensen en Tamara) y se dispone a dirigir una partida. Ante un director de estas características, los jugadores deben tener claro que están sentenciados desde el principio, y que es imposible que acaben bien la partida. Hitler pasa a ser Santa Teresa de Calcuta comparado con este tipejo.
Bichos enormes inmortales, nada de premios ni mujeres bellas, enfermedades,… todo lo peor que se le pueda ocurrir aparecerá en la partida y, mientras los jugadores no hacen más que gastar goma y lápiz a un ritmo vertiginoso para ir reduciendo sus puntos de vida, el tío cabrón se relame. Lo más recomendable es que nunca sea Director, o que ante la imposibilidad de esto último, es mejor desde un principio no tener amigos así (si es que hay que decíroslo todo).
El lioso: son muy desordenados, pero nunca lo reconocen. Su máxima es “dentro de mi desorden yo sé donde está cada cosa”, algo que es completamente mentira, y que no vale ni de excusa barata con su madre a la hora de recoger la habitación. Con todas las hojas descolocadas, los libros de juego pintados anárquicamente, y mogollón de libretas llenas de tachones, la cosa no da para mucho.
El improvisador: “¿para qué molestarse en currárselo un poco si luego no te van a pagar por ello?” debe pensar el más Vago (con mayúscula) de todos los Directores de Juego. Tomando como ejemplo a Florentino (el del Informal, el otro es un Ejemplo Superior para todo el mundo, ya que sacarse 50.000 millones de la manga y que nadie hable de ello es digno del mismísimo Gandalf), si puede juega en una posición de 90º, así como tumbado, y como no se ha preparado la partida (es más, probablemente ni se haya leído el juego), se la va inventando sobre la marcha.
Naturalmente la aventura no hay por donde cogerla, porque tiene menos sentido que la fama de Yola Berrocal: dragones de 30 metros en sótanos estrechos, magos que no saben lanzar hechizos, tesoros al principio del todo, acertijos cuya respuesta no conoce ni el Director,… lo mejor es pasar olímpicamente de él, e irse apuntando en la ficha lo que a uno le dé la gana. Total, a quién le importa.
El normal: muy raro de ver, este tío es uno más entre el común de los mortales. Juega, se divierte, y en cuanto deja la partida de rol no habla más del tema. Además, tiene otras aficiones aparte de los duendes y los hobbits, como los deportes, la política, y las mujeres en general; incluso algunos de sus amigos no juegan al rol. Tristemente está en vías de extinción.
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