Capítulo 11.- Los prospectos
La literatura más rentable
Título: Inistón Antitusivo
Autor: Anónimo, por encargo de la empresa farmaceútica Parke-Davis
Categoría: Prospecto de medicamento (jarabe para la tos)
Siglo: XXI
Aunque avalado por el éxito de ventas, el prospecto del Inistón Antitusivo no responde al modelo de texto realizado al son de una moda y con el único objetivo de llegar a las masas. Se trata de un escrito bien realizado, por momentos emocionante, y que entronca con la tradición de prospectos clásicos como el de la Aspirina, el del Voltarén Emulgel, Clamoxyl, Tuselín, Nolotil, Rhodogil o Augmentine.
Los alegres colores del logotipo de la marca sirven de introducción para el primer capítulo, dedicado a la ‘composición’. Este pasaje se resuelve con sobriedad y sencillez, evitando los giros barrocos que pueden estropear una sección muchas veces malinterpretada por autores que pretenden complicarla, bien por mera pedantería, bien por un exceso de celo científico.
En el apartado de ‘propiedades’ se produce un desliz propio de principiante. Leemos: “La triprolidina proporciona alivio sintomático en los procesos alérgicos dependientes, total o parcialmente, de la liberación de histamina”. Al margen de la cacofonía en –mente, esta sección tendría que estar mejor explicada. Ese gusto por el término “sintomático” se ha convertido en un cáncer del género, en detrimento de la tradicional expresión “de los síntomas”, y la parte final necesita de una aclaración sobre la histamina. El resto sí responde a los que esperamos, tanto en lo que respecta a la pseudoefedrina como al bromhidrato.
El apartado de ‘indicaciones’ brilla a considerable altura. Combina la explicación científica con la divulgación mediante el uso de paréntesis: “Alivio sintomático de la tos improductiva (tos irritativa y tos nerviosa)…”. Resuelto en poco más de un renglón, este capítulo engancha definitivamente al lector.
La parte dedicada a la ‘posología’ se desarrolla con ritmo hasta que se especifican la dosis para ancianos. Leemos: “… pero sería aconsejable monitorizar la función renal y/o hepática…”. De nuevo la sencillez se topa con un pasaje enrevesado que utiliza un verbo poco ortodoxo (monitorizar) y se decanta por el siempre desaconsejable enlace y/o.
Después de estos fallos, el prospecto recobra brío y encadena tres capítulos impecables, dedicados a las ‘contraindicaciones’, ‘precauciones’ y ‘advertencias’. El pulso narrativo sumerge al lector en un mundo de peligros cotidianos, donde no faltan las exposiciones a componentes dañinos, el riesgo de dopaje o las malformaciones del feto. Si bien se trata de tópicos del género, están distribuidos y contados con oficio.
A partir de ahí se produce un contraste que aleja este texto de otros superventas vacíos de contenido. Esa claridad y excelente acumulación de tópicos descrita hace que el lector se identifique con los protagonistas: la triprolidina, la pseudoefedrina y el bromhidrato. Sin embargo, la sección de ‘interacciones farmacológicas’ se vuelve hermética. No se trata de los errores de divulgación o las explicaciones deficientes de otros apartados. El autor conecta de manera magistral con la antigua hechicería, con los ritos tribales; y lo hace desde la modernidad. El futuro enlaza con el pasado mediante términos como “simpaticomimético” o “efecto hipotensor”, además de siglas como IMAO.
Esta llamada a lo mágico desde una perspectiva actual vuelve a enlazar con los capítulos ‘efectos secundarios’ y ‘sobredosificación y tratamiento’, en la misma línea que ‘contraindicaciones’, ‘precauciones’ y ‘advertencias’, es decir, narrativa de prospecto en estado puro. El interludio oscuro liga ambas partes vibrantes, haciendo las veces de eslabón poético capaz de permitir un descanso y cierta fascinación. En lugar de decaer, la prosa encuentra en ese punto un modo de respirar, de recomponerse ante lo que viene. Y es que ‘efectos secundarios’ y ‘sobredosificación y su tratamiento’ suponen un continuo in crescendo que llega a su cenit con las posibles convulsiones que requerirían la administración de benzodiazepinas por vía rectal.
Tras el desenlace apoteósico, el autor resuelve, como mandan los cánones, con las ‘condiciones de conservación’, la ‘presentación’ –ambas sencillísimas y solventadas con un simple “normales” y dos tipos de envase respectivamente- y el cuadrito indicativo (otro guiño a los clásicos) de que los medicamentos deben mantenerse fuera del alcance de los niños.
En resumen, un texto muy recomendable que a pesar de ciertas lagunas contiene todo lo que se espera del género, desarrollado con una cadencia que va poco a poco atrapando al lector. No podemos hablar de obra magistral o innovadora, pero sí de artesanía de calidad, algo más que suficiente habida cuenta de los derroteros que están tomando los prospectos, cercanos casi todos a la simplonería de las indicaciones explicativas de los botes de cremas de afeitar o llenos de referencias incomprensibles propias de algunos éxitos del campo de las instrucciones de electrodomésticos. Aunque desde hace años asistimos al debate sobre la muerte de los prospectos de medicamentos, algunos como el que nos ocupa demuestran de sobra que todavía quedan historias que contar sin necesidad de grandes alardes.
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