Capítulo 10.- La autoestima
Un amigo de un conocido del vecino la tuvo
– Mi mujer se lió con el perro y ambos se fugaron en mi moto con sidecar, creo que conducía el chucho.
– Usted tiene la autoestima baja, caballero. La autoestima es semejante en algunos aspectos a los estatutos regionales españoles: uno no sabe que la tiene hasta que no te dicen que está fatal y que así no vas a ninguna parte. Hasta hace unos años no existía la autoestima. El verbo “estimar” sólo se utilizaba en el encabezamiento de las cartas como medida de cortesía para pedir dinero a alguien (Estimado Sr.) Si la cantidad era considerable ya se empleaba “querer” (Querido amigo). De pronto nace la autoestima y se convierte en un sentimiento universal, mejor dicho, nace su falta o su escasez, ya que nadie la tiene, todos la han perdido, no la han conocido o la tienen baja, o sea, surge directamente en potencia, porque en acto no la ha visto ni la madre que la parió. “¿Dónde está?”, se preguntan acongojadas muchas personas mientras se hurgan en los bolsillos de los pantalones y los vuelven del revés para comprobar si la autoestima se encuentra junto a las misteriosas pelusillas que siempre habitan en ese rincón de la vestimenta.
Tras exprimir el tercer mundo, subyugar al segundo y dar por caso perdido a los chinos hasta nuevo aviso, la gente de la civilización occidental se da cuenta de que no le ha prestado la atención debida a los sentimientos, que disfrutar del fracaso y el dolor ajeno –sin dejan de ser una afición sencilla y humana- puede resultar insuficiente. Cuando se ha esclavizado al resto del orbe llega siempre la pregunta “¿y ahora qué hago?”, y posteriormente la necesaria introspección. Como resultado de ese examen de conciencia generado por el aburrimiento surge el interés por la inteligencia sentimental, una cosa bastante inútil para la tradicional rapiña pero que tiene su importancia cuando se goza de tiempo libre para rellenar los cuestionarios de pareja de las revistas femeninas que vienen con el diario sabatino. El moderno interés por la sensibilidad del alma humana produce destacados análisis sobre asuntos como la felicidad, la ética o la moral, y también sobre otros más importantes como las relaciones, el sexo o cómo soportar al jefe. Esos sesudos ensayos resultan incomprensibles para una sociedad semi-analfabeta, así que pronto degeneran en los libros de autoayuda. Llegan complejas filosofías orientales, que tienen que ser resumidas en versiones portátiles para que puedan enseñarse en un gimnasio al salir del trabajo. Incluso los grandes filósofos griegos renuevan su mensaje, pero pasado por la minipimer de autores oportunistas. Al gin-tonic, al vodka con naranja y al delicioso Dyc-Pepsi (esa ambrosía) le salen durísimos competidores de farmacia, ya que la mujer accede igualitariamente al mundo de la frustración laboral pero todavía es pronto para que se arrastre por la taberna (todo llegará). En resumen: el ser humano se encuentra desubicado. Se llenan las consultas de psiquiatras, psicólogos y de los psicoanalistas que todavía mantienen el chiringuito de trileros.
En ese punto se produce el efecto “caja de supermercado”. Nada pasa en esas cajas si uno compra unos cuantos artículos, pero basta un número moderado para que la cajera, diestra en esas lides, consiga que los productos se deslicen hacia la parte donde están las bolsas de plástico en las que el cliente ha de meterlos. Todos hemos vivido esa pesadilla. El comprador trata de introducir en las bolsas una avalancha velocísima de objetos; como las bolsas permanecen cerradas porque jamás se despegan en los bordes, ya que las fabrica un demente misántropo, toda la compra empieza a acumularse al final de la rampa, como la mierda en un remanso. En un momento determinado, la que podemos llamar víctima comienza a tener movimientos espasmódicos, resultado de tratar de introducir las uñas de una mano en el borde de la primera bolsa para tratar de abrirla mientras se tira del otro borde con la boca (los dientes cubiertos por los labios para no dañarla), a la par que se lleva la mano libre a la cartera para pagar mientras los ojos solicitan piedad, pues la compra del siguiente cliente también está llegando con la misma celeridad. Una encuesta realizada por Definitivoscopia demostró que casi todos los afectados deseaban una sóla cosa en esos momentos: un saco.
De esta situación se percataron pronto los psi (quiatras, cólogos, coanalistas). Hasta que el homo sapiens empezó a descentrarse tantísismo se daban al diván con cierto sosiego. De pronto, vía angustia vital generalizada, los cuatro locos que trataban se transforman en hordas que dan la vuelta a la manzana. Todos quieren alivio, y lo quieren ya. Surge un dilema en ese campo profesional. Las buenas prácticas requieren dedicación al enfermo. La gallina de los huevos de oro pide rentabilidad.
– ¿Qué tenemos hoy Gertrudis?
– En la consulta cuatro maníacos-depresivos, siete depresivos endógenos, cinco exógenos y 17 personas por diagnosticar. En las escaleras he colocado a los clientes más antiguos, esquizofrénicos y paranoicos, que ya conocen a la portera y los vecinos. Desde el portal hasta la frutería los que tienen fobias y miedos variados. A los de las adicciones los he mandado al bar para que se distraigan con las tragaperras, que luego los avisamos. A los de tendencias suicidas les he dicho que se vayan a la azotea, como estamos tan cargados…
Ganó la gallina de los huevos de oro por goleada. Para dar abasto se echa mano de la autoestima, saco en el que cabe toda esta demanda de alivio mental que se desliza rápidamente por la rampa de la caja del supermercado del alma humana (metáfora extendida, la versión reducida se corta en “mental”):
– Verá, doctor, a veces noto una opresión…
– Tiene usted la autoestima bajo mínimos, ¡siguiente! La conclusión, pues al fin y al cabo este es un artículo de orientación laboral, es que si quieren dedicarse a un negocio rentable, el sector “psi” está en auge. Seguimos sin embargo recomendando que pongan en marcha una ong, que no piden título de nada, te la monta el gobierno autonómico y tiene los mismos efectos en la conciencia que un Orphidal recetado por los profesionales del sector comentado.
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