Entrevista a Ignacio Echevarría (I)

Ignacio Echevarría es crítico literario. Hasta no hace mucho, desempeñaba su labor en el periódico monárquico “El País”, de donde fue expulsado por censurar un libro del cursi de Atxaga editado por la editorial polanquista. Poéticamente, fue acusado por la dirección de hacer “críticas de destrucción masiva”. Su expulsión provocó a) una polémica en el interior del periódico, algunos de los trabajadores del cual firmaron un manifiesto en contra de la decisión de El País mientras otros se cuidaron mucho de hacerlo; b) una polémica en el exterior del periódico, polémica que tardó en desaparecer del resto de medios –básicamente, El Mundo- lo que tardó Pedro Jota en echar a uno de sus trabajadores por motivos similares, esto es, unas semanitas; c) una polémica que, en tanto que género anti-español, se trasladó a medios situados fuera de una España en la que únicamente Arcadi Espada, a través de su blog, le dio relevancia al asunto.
Echevarría ha reunido en “Trayecto” (Ed. Crítica) algunas de las reseñas que publicó en el suplemento Babelia. El recorrido por la literatura española de los últimos años está precedido por un prólogo que debería ser de lectura obligatoria para los yahoos de nuestras escuelas. En el prólogo Echevarría explica lo que él ve en la literatura española, o en lo que queda de ella una vez la industria editorial la ha convertido en algo capaz de abrir vías de investigación a todo gas sobre el 11-M, el alzamiento fascista o la transición.

¿Dónde estabas tú durante la transición?
Tenía quince años cuando Franco murió, y recuerdo que al día siguiente (jornada de luto nacional) fui al colegio con un amigo. El colegio era La Salle Bonanova. Allí me encontré con el “hermano” Casanovas, un tipo muy joven por entonces, que había sido profesor mío los dos años anteriores y con el que conservaba una cierta amistad. Él nos hizo pasar a mi amigo y a mí a un despacho en el que se hallaban reunidos otros “hermanos” también jóvenes. Estaban celebrando el acontecimiento, y sonaba “La estaca”, de Lluis Llach. Lo hacían a escondidas de sus superiores jerárquicos, los “hermanos” mayores. Hacía apenas cinco años, a comienzos de los setenta, cuando yo ingresé en ese mismo colegio se entraba a clase en formación, desfilando cada curso después de haberse congregado todos en el patio, donde se hacían rezos colectivos, se gritaba ¡Viva España! ¡Viva Franco!, y se iniciaba la marcha al son de himnos militares. Naturalmente, el retrato del Caudillo presidía todas las aulas. ¡Y yo estaba escuchando allí mismo “La estaca”, el día siguiente de su fallecimiento! Ese día, el día mismo en que se supone que comenzaba la transición, experimenté en carne propia toda la emoción del evento. Cuanto vino luego fue decadencia. Manifestaciones, asambleas universitarias, fervores electorales: la consabida comedia del encanto y del desencanto.

En alguna ocasión has distinguido los conceptos de “transición cultural” y “cultura de la transición”. ¿Podrías ilustrar la diferencia entre uno y otro?

A España le faltó un proyecto de transición cultural solidario del proyecto —peor o mejor logrado, ahora no me meto en ello— de transición política. El concepto de “transición cultural” sugiere la existencia de un programa —más o menos explícito, más o menos consensuado— de medidas culturales que, como ocurrió en política, habrían aspirado a subsanar el grave déficit que en esta materia arrastraba el país en su conjunto. Pero esto es algo que no tuvo en absoluto lugar, al menos no en un sentido cabal. Sí en cambio puede hablarse de una “cultura de la transición”, y no sólo en el sentido lato que incluye los usos políticos y sociales que se afincaron en España durante las décadas de los setenta y de los ochenta, sino también en un sentido restringido, que aludiría al modo en que, en lugar de rearmarse críticamente de cara a las nuevas formas de poder, la cultura española, en su conjunto, se habría aupado sobre éstas, conformándose con un papel de simple comparsa en los procesos de transformación que en España se estaban produciendo a toda prisa.
Lo propio de la “cultura de la transición” sería la precipitada liquidación de un concepto resistencial de la cultura en favor de un concepto, como ya se ha dicho, festivo y ornamental de la misma. En tanto que la única “transición cultural” que se habría producido en España, de 1975 a esta parte, habría consistido más bien en un tránsito acelerado: el que condujo desde una cultura todavía de postguerra, sometida a toda suerte de privaciones y de censuras, a la intemperie de la más pura y dura cultura de mercado.
Que este tránsito ocurriera parece algo inevitable. Lo que sorprende es que lo hiciera con la risueña connivencia de quienes parecían destinados a, cuando menos, problematizarlo. Vale la pena insistir en la siguiente idea: es determinante del orden cultural surgido tras la muerte de Franco la nueva alianza entre la cultura y el poder, tradicionalmente enfrentados en el transcurso de la historia de España y de pronto congregados en torno al mismo proyecto de modernización y de progreso. Más allá del “desencanto” en que muy pronto hubieron de sumirse las expectativas más radicales e ilusionadas, el proceso constituyente, primero, y enseguida, en 1982, la victoria en las urnas del Partido Socialista, promovieron en España el alineamiento de la mayor parte de los efectivos culturales con “la empresa” del Estado. En un artículo que escribí 1994 doy cuenta del sentido en que cabe interpretar este alineamiento. Se comentan allí algunas ideas de Juan Benet relativas a las nuevas actitudes que le cabían adoptar al escritor español tras la restauración democrática. El recuerdo del mismo Benet “movilizado” por iniciativa propia en apoyo del ingreso de España en la OTAN (objeto, por parte de los socialistas recién aupados al poder, de una campaña llena de penosas ambigüedades), ilustra inmejorablemente el nuevo escenario que por entonces empezaba a dibujarse.

Como crítico literario, has conectado alguna vez esta situación con la institución de los premios literarios.

En efecto. Pero para entender por qué, conviene que primero hagamos, como suele decirse, “un poco de historia”. Los premios literarios a libros inéditos, destinados a comercializarse después de obtenido el premio en cuestión, son, como ya todo el mundo empieza a saber, un fenómeno genuinamente español, importado desde la madre patria a algunos países de Hispanoamérica, pero casi desconocido en el resto del planeta. El primero de todos –salvados unos pocos precedentes en el primer tercio de siglo, obedientes a muy distintas coordenadas— fue el Nadal, surgido en los años de hierro del franquismo, allá por los cuarenta, y constituido entonces en plataforma de resistencia y alternativa a la cultura oficial, por mucho que no renunciara a un cierto ánimo de lucro. En las décadas siguientes, la institución proliferó por doquier, presentándose siempre como una iniciativa particular destinada a paliar los efectos de la pertinaz sequía cultural provocada por la estrechez de miras de las autoridades franquistas y sus intransigencias. Y de esta forma llegamos a la Transición, en la que, con la legitimidad adquirida durante la dictadura, la institución de los premios literarios prolonga su existencia sin que a nadie se le ocurra cuestionar su razón de ser en democracia. Lejos de eso, los premios no sólo siguen proliferando, sino que asumen con tanta desfachatez como impunidad sus objetivos venales, que exhiben con desinhibición creciente, sin perder en ningún momento la complicidad de un estamento cultural que se lo pasa pipa entretanto, de cenorrio en cenorrio, quien más quien menos concurriendo unas veces en calidad de aspirante a galardón y otras en calidad de jurado.


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  1. Comentario de Carlos Fabra (28/11/2006 09:54):

    Interesante entrevista, Popota.

    Ya tengo ganas de leer la segunda parte.

  2. Comentario de Andrés Boix (29/11/2006 10:43):

    ¿Echeverría ha sido contratado luego por algún otro gran medio?

    Porque lo que llama la atención es que, ante una ocasión así, donde te dejan a tiro a un tío competente y con el aura de “represaliado”, la competencia no se lo quede.

    ¡Si hasta Germán Yanke ha sido acogido en ABC o en TVE, por ejemplo!

  3. Comentario de popota (29/11/2006 18:39):

    Hola:

    No. Extrañamente, no ha sido contratado: la competencia tiene a Pablo haciendo loas de los libros de Ussía.

    Es impresionante.

    Saludos,
    pep

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