Rasputín, Rasputón
Sin haberlo deseado nos ha salido… Una anáfora
Es decir, una película porno que hizo las delicias de todos los que en los años 80 nacimos a la vida, no por su contenido en sí sino por las derivaciones sociohistóricas que emergían de un título tan ilustrativo de su contenido como cualquier novela de Juan Luis Cebrián. Todos sabemos que Rasputín era un auténtico hijo de Putin, un ser deleznable capaz de las mayores bajezas que tuvo a la mujer del zar Nicolás subyugada durante años y años. Lo que ignorábamos (y para algo nos sirve esta película) es el tipo de mecanismos utilizados por este pedazo de Rasputón verbenero para alcanzar sus malignos objetivos, que no eran otros que tiranizar al proletariado, compendio a su vez de todas las virtudes achacables a la raza humana: y es que nosotros también nos tuvimos que tragar en la universidad múltiples manuales de economía política marxista, ya saben, aquello de “el siniestro empresario burgués Fulano tiene una fábrica de botas que son fabricadas por los obreros Zutano y Mengano. Fulano paga a sus obreros un rublo por pareja de botas y luego las vende a cinco rublos el par, embolsándose jugosas plusvalías que no son sino un expolio del proletariado.
(En la Rusia actual, el neocapitalismo ha logrado arreglar definitivamente este desaguisado, puesto que cuando Zutano y Mengano cobran se lo gastan enseguida en vodka, mientras que el pobre empresario Fulano tiene que esperar un tiempo para cobrar sus cinco rublos, tiempo durante el cual las sucesivas devaluaciones han hecho que cinco rublos valgan lo mismo que un rublo el día anterior, es decir nada, conformándose una curiosa justicia poética)
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