Todo lo demás (Woody Allen)
El Gran Masturbador
A estas alturas, hay quien aún se deja impresionar por lo prolífico que resulta Woody Allen. Da igual que sus películas tengan presupuestos ridículos, que nunca recurra a exteriores, que filme siempre en su ciudad, que trate siempre sus mismas obsesiones, que presente siempre a los mismos personajes y que sus películas acaben siendo auténticos calcos. No. Por lo visto, lo importante es que Woody Allen es muy productivo y cada año realiza una nueva película. Mientras eso en Woody Allen es síntoma de creatividad, en Mariano Ozores es indicio de repetición. ¿Alguien lo entiende?
De todos modos, ir a ver una película de Woody Allen se ha convertido en un rito laico similar al de visitar un museo de arte contemporáneo un domingo por la mañana. Es fácil. Sabedores de que Woody Allen es un valor seguro, nos llevamos a la chica a la que queremos impresionar con nuestra sensibilidad y nuestro fino sentido de la ironía. Pero, eso sí, después de haber tomado un café de Taiwan en una cafeteria decorada con cuadros indígenas mientras hacemos una enumeración de los libros y autores que hemos leído desde que teníamos quince años. Acto seguido, durante la película, toca emitir una pequeña sonrisita sonora a cada réplica del diálogo, y a casita, a acostarse con un vaso de leche caliente, porque hemos cumplido nuestra labor de mostrarnos ante la sociedad como la persona leída e inteligente que somos. Porque Woody Allen no supone un éxito sexual inmediato, pero contribuye en la edificación que se está realizando sobre nosotros esa persona a la que queremos conocer en el sentido bíblico del término.
No es correcto decir, eso sí, que Woody Allen siempre habla de lo mismo. En absoluto. No caigamos en tal sacrilegio. Hay que decir que es un genio que canaliza, a través de sus obsesiones particulares, las fobias y angustias del ser humano contemporáneo. Así, Woody Allen retrata como nadie los recovecos de nuestra existencia. A nadie parece importarle que el retrato que hace Woody Allen de la pareja siempre sea de un mismo modelo de pareja (neoyorquina, culta, de profesión liberal y solvencia económica) que no resulta reconocible en nuestro país. Lo importante es que Woody Allen retrata a la perfección la vida de pareja porque sí, porque lo digo yo. Esta desviación, el identificarnos con estereotipos que nunca encontraremos en la carnicería ni en el parque, ha permitido que Woody Allen se gane una cierta reputación en Europa. Sin olvidar que Allen conoce a la perfección lo que gusta a la exquisita sensibilidad europea: así, cada cierto tiempo, realiza una película en blanco y negro (“Recuerdos”, “Sombras y niebla”, “Celebrity”) para recordar su marca de autor. Y, bueno, el fracaso comercial de sus películas en Estados Unidos también es razón de peso para que lo acojamos en nuestro seno protector de la cultura de la subvención.
Con todo, no deja de ser llamativo la cantidad de estereotipos que ha dibujado Woody Allen, todos ellos reconocibles sólo en la ciudad de Nueva York, pero que ha conseguido internacionalizar y que los asumamos sin problemas. Más de treinta películas iguales de algo tenía que servir:
– El escritor (o artista) angustiado porque no tiene argumento para su próxima obra y porque no se le levanta. Ambas cosas van unidas. El tipo es, además, inseguro, tartamudo, semi-esquizoide y un pelmazo de narices, porque siempre que se encuentra a un amigo le suelta el rollo de sus problemas, como si él fuera el centro del mundo. Suele ser un auténtico desastre en su vida privada, pero siempre va dando consejitos al resto del mundo. A pesar de que no tiene ideas para su próxima novela y de que no se empalma, nunca le faltan ni el dinero ni las tías: se pasa la vida cenando en restaurantes caros, yendo a conciertos de jazz y comprando en las librerías. Y al final, con sus neuras, consigue atraer a una chica a la que le va el rollo intelectual depresivo del sujeto de marras.
– La liberada. Aunque en las películas de Woody Allen, todas las personas son unos animales sexuales que van buscando la oportunidad de aparearse, cual competición, con la persona menos recomendable para tu tranquilidad social (la hermana de tu esposa, tu hijastra –perdón, aquí hemos confundido las películas de Allen con su vida privada), las mujeres no salen especialmente bien paradas en esta carrera hacia la infidelidad y la promiscuidad. La mujer en las películas de Allen siempre está dispuesta a irse a la cama, y no hay mayor mentira en todas sus películas que ese estereotipo por el cual puedes ligar en una tienda de discos mientras buscas un LP de Tete Montoliu. Absolutamente falso. De todos modos, para evitar las críticas de los sectores feministas, Woody Allen siempre cuela en los diálogos alguna frase de alabanza a las mujeres. Así, en “Todo lo demás”, llega a decir algo así como “la mujer es lo más próximo que estaremos nunca del paraíso”.
– El guaperas. Éste es el tío que, además de ser inteligente y culto y adinerado, como el personaje principal, es alto y guapo. Con lo que consigue acostarse con la liberada y romper la relación de pareja: así se establece el punto de arranque de la trama. Es un personaje maduro, siempre sonriente y siempre dispuesto a romper un matrimonio. Nunca se fija en solteras sin compromiso, ya que es un auténtico depredador.
– El psicoanalista. No ayuda en nada, pero tampoco estorba demasiado. A pesar de la ironía con la que Allen presenta siempre a este personaje, no arremete contra él como sí lo hacía, por ejemplo, Billy Wilder. La mirada de Allen hacia los psicoanalistas es incluso tierna, ya que, a pesar de que son muy caros, ¿quién puede vivir sin psicoanalista?
Con estos personajes fijos, y algunos secundarios más que enriquecen la trama, va tejiendo Woody Allen, incansable, su ristra de películas. Cuando es demasiado mayor para hacer el personaje principal, pues se lo pasa a otro actor (John Cusack y ahora Jason Biggs) para que mimetice su papel. Lo extraño es que nunca le haya ofrecido este papel a Rick Moranis, un actor clavado a Allen. ¿O a lo mejor teme que Moranis lo hiciera demasiado bien?
También es cierto que, alguna vez, Allen ha intentado deshacerse del estereotipo de su personaje, pero los ejemplos son muy escasos (“Granujas de medio pelo”, “La maldición del escorpión de Jade”) y la construcción que hace de estos personajes (tipos seguros de sí mismos) es tan poco creíble que destroza la película. Reconozcámoslo: Woody Allen sólo sabe hacer de Woody Allen.
Y qué mejor muestra de ello dos aspectos de todas sus películas: los títulos de crédito y la banda sonora. Ambos son idénticos en toda su filmografía. Que Allen es un artista monocorde lo demuestra su limitado gusto musical, exclusivamente centrado no en el jazz, sino en un cierto tipo de jazz, el de los crooners y el más purista, el inmediatamente anterior a toda la explosión del “be bop”. Cuando empieza a sonar la música de “Todo lo demás”, sabemos, sin posibilidad de error, que nos enfrentamos a una película más de Woody Allen.
En definitiva, que todas las características anteriores se vuelven a dar cita en “Todo lo demás”. Con un detalle preocupante: que hay pocos chistes, y no demasiado buenos. Porque Allen, incluso en sus horas bajas, consigue salvar sus películas con los chistes (como la gloriosa línea final de “Un final made in Hollywood” en que se burla de los críticos franceses). Algo que no ocurre en “Todo lo demás”: ni los chistes son ingeniosos, ni las situaciones, ocurrentes. Esperemos que en la próxima entrega consiga Woody Allen, sin defraudar a su parroquia (puesto que es inevitable que siga con su mismo rollo de sexo-muerte-religión), al menos sea más ocurrente e incisiva. Hace falta más mala leche, y menos guante blanco.
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