Spiderman
Adaptar películas de superhéroes, y en general el mundo del cómic, es siempre un proceso complicado. Mientras que la clara superioridad de la literatura sobre el cine en casi todas sus formas (exclúyase la narrativa española actual, salvo si se contrapone al cine español, en cuyo caso el resultado es un empate a cero) permite que el salto de formas narrativas pueda ser superado muchas veces sin demasiadas dificultades, cuando hablamos de dos mundos que aspiran a formar parte de las artes y se quedan en el divertimento, el cine y el cómic, las cosas no son tan fáciles. El cómic tiene unos códigos narrativos muy concretos que, por alguna razón, provocan hilaridad en el espectador de cine ante el patente infantilismo de todo lo que está viendo. Cuando se intenta otorgar “seriedad” a las adaptaciones de héroes de cómic, encargándose el producto a auténticos genios contemporáneos, intelectuales diletantes como Tim Burton, el resultado es, naturalmente, aún peor. En líneas generales, las adaptaciones del cómic pueden dar buenos resultados para el público infantil (posiblemente el público objetivo de este tipo de cosas), pero chirrían en alguna u otra medida ante los individuos de mayor edad.
Spiderman no es ajena (la película) a este problema (el de Spiderman como personaje de cómic). Esta película contentará sin ninguna duda a los niños, pero puede provocar cierto desaliento en el espectador más maduro, sobre todo si el espectador maduro considera Spiderman parte consustancial de su infancia y, por tanto, se revuelve en su asiento cada vez que, de forma inevitable, la película transgrede el Mito de “El Hombre Araña” (sí, a mí también me sentó como una patada en la entrepierna que la telaraña de Spiderman fuera orgánica en lugar de inventada por él mismo) o, aún peor y por el contrario, el espectador es consciente de que lo que está viendo ES Spiderman… en el cine.
Todo esto no quiere decir que la película sea mala, pues funciona razonablemente bien para el espectador medio y a un gran nivel para el público americano (lo cual me hace sospechar que deberíamos ponerle un cero mientras barruntamos cuánto tardarán en salir las próximas películas del Movimiento Dogma). La historia está bien, está bien contada y los personajes, con alguna excepción, más o menos se sostienen. El balance globalmente es positivo, lo que no excluye que convenga hacer un listado de pros y contras (vaya crítica más pedante me está quedando; esto parece Tarkovski y yo un crítico fatuo, en lugar de un fatuo a secas).
A Favor:
– El traje de Spiderman. Conseguir que un traje rojo y azul muy adecuado para ataviarse con él en el Día del Orgullo Gay no cante demasiado en la película es un éxito en sí mismo.
– El protagonista. Buena parte de la gracia de Spiderman como personaje de cómic es que su alter ego, Peter Parker, es un fracasado de tal calibre que si quisiera lucrarse con Internet habría inventado una página gratuita de contenidos humorísticos pretendidamente alejados del mal gusto. El actor que interpreta a Parker es un fracasado en la vida real, pues el resto de las películas en las que interviene son una bazofia (si la memoria no me falla, no he visto ninguna de ellas, pero esto es una crítica de cine, así que no me pidan rigor; además, no las he visto en solidaridad con la cuota de mercado del cine español); de esta forma, su interpretación de Parker resulta convincente.
– La representación de los poderes de Spiderman, o “cómo ve Spiderman las cosas”, particularmente su sentido arácnido (que le avisa, se supone, del peligro). Desde que Matrix decidió usar la cámara lenta para representar la velocidad el mundo ya no ha vuelto a ser el mismo.
– Algunos secundarios muy bien resueltos, particularmente J.Jonah Jameson, el irascible director del Daily Bugle (pronúnciese tal cual, al igual que Spiderman, para los puristas, no se pronuncia en inglés sino “en español”, y ya puestos, se traduce por “El Hombre Araña”, que queda como más de andar por casa).
– El malo. Para tratarse de una adaptación de un tebeo, el malo es un malo bastante bueno, magistralmente interpretado por Willem Dafoe (lo cual también quiere decir que cuando aparece el Duende Verde, el malo, con máscara, pierde bastante).
En contra:
– El 11 de Septiembre. Si ya estábamos hartos del rancio patrioterismo conservador de las superproducciones americanas, imaginen lo que va a ser a partir de ahora, que tendremos que tragarnos aún más patrioterismo y además en plan comprensivo, “porque claro, sufrieron el 11 de Septiembre”. En este sentido, y ya puestos, el espectador echa en falta que aparezcan un par de terroristas islámicos para que Spiderman les dé de hostias entre los vítores del pueblo americano, como diciendo “aquí estoy yo” ante el limpio y renovado Eje del Mal de países tercermundistas. Porque por lo demás tenemos de todo: la Tía May rezando a Dios a la mínima ocasión, el apoteósico final en el que aparece, claro, la bandera americana (y eso que ellos ni siquiera han podido ponerla en Perejil) y, sobre todo, uno de los momentos épicos de la película y, probablemente, del cine en el siglo XXI: el “pueblo” de Nueva York atacando al malo malísimo porque “Spidey es uno de los nuestros”.
– El personaje de Mary Jane Watson, novia de Spiderman, interpretado por una actriz, Kirsten Dunst, que queda medio bien para películas de animadoras pero no da el pego aquí (no está, ni de lejos, lo buena que ha de estar la novia de Spiderman, hablando en machista plata). Si a esto le unimos lo patético de los diálogos supuestamente románticos (impagable un monólogo de Peter Parker de dos minutos en el que entrelaza todos y cada uno de los tópicos de Corín Tellado al uso), escritos por un guionista loco (o, más probablemente, por la distribuidora “para vender más”), en general, la historia romántica falla por todas partes.
– Un problema estructural de la película, común a todos estos personajes mordidos por caracoles radiactivos o similares: en la primera película hay que explicar la génesis del personaje para satisfacer a la afición de freakies y público en general que si no no se enteraría de nada, lo que hace que tardemos una hora en ver a Spiderman, tal cual, en acción. Es de suponer, empero, que este defecto desaparecerá en las inevitables secuelas, con lo que Spiderman perderá este preocupante barniz intelectual de los primeros minutos de película y, en consecuencia, ganará muchos enteros.
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