Million Dollar Baby
Un cine al revés
Hay ocasiones en que elegir una tarde de cine vulnera los principios más profundos de cada uno. Porque la cartelera, en esta ocasión, era bastante clara: había cine español para todos los gustos. Estaba, como plato más apetecible, “Cosas que hagan que la vida valga la pena”, con Ana Belén, actriz cuya película más digna continúa siendo “Zampo y yo”, tal vez porque es la única ocasión en que el papel de payaso no lo interpretaba ella. Pero el elenco se completaba con la nueva de Carmen Maura, con alguna opera prima, y con “El Lobo” y “Mar adentro”, que ya llevarán un par de meses en cartel a pesar de que los representantes de nuestro cine digan que el problema es que las películas españolas las retiran a los pocos días de su estreno. Frente a todas estas opciones, teníamos en cartel la típica basura de los yanquis, las últimas obras de directorzuelos como Scorsese o Clint Eastwood. Como el resto ya estaban vistas, se planteaba un dilema: Ana Belén o Clint Eastwood. Ahí traicionamos nuestras convicciones y decidimos que la de Ana Belén ya la veríamos otro día (a ver si con la espera, con un poco de suerte, la quitan de las salas) y fuimos a ver el último producto comercial de Clint Eastwood.
Candidata a los Oscar en un buen puñado de categorías, hay quien afirma que su película es una firme candidata al premio, si bien Eastwood siempre ha estado reconciliado con la industria, y la industria se lo supo recompensar hace ya varios años con las estatuillas que ganó “Sin perdón”. Con o sin galardones, Eastwood ha vuelto a sorprender con “Million Dollar Baby”, en la que el mundo del boxeo sirve, en esta ocasión, de marco para sus inquietudes.
Existe entre la crítica europea una cierta fascinación ante ciertos temas del cine norteamericano. Se trata de esos temas que, supuestamente, retratan la sordidez de la sociedad yanqui. Si un director hace una película sobre alguno de ellos, ya tiene ganadas las simpatías de la cinefilia del viejo continente. Principalmente, son tres los temas:
– El jazz. No nos referimos al swing alegre y jovial, es decir, aquí no entrarían películas como la biografía de Glenn Miller realizada por Anthony Mann. Hablamos de esas películas de viejos jazzmen en el ocaso de su vida, donde el alcohol, las putas, los moteles viejos y los clubes nocturnos cargados de humo representan el mundo decadente de nuestros tiempos. Un poco de novela negra por aquí, algo de bop por allá, y tenemos la obra maestra aplaudida en todo el mundo civilizado. Ejemplo paradigmático: “Round Midnight”, de Bertrand Tavernier.
– Los borrachos. Se cogen las mismas constantes descritas anteriormente, sólo que los protagonistas, en vez de tocar jazz, son personajes con una vida menos cosmopolita, pero con su particular descenso a los infiernos. Películas más aplaudidas de este género: “Días de vino y rosas”, “Días sin huella” y “Leaving Las Vegas”.
– Y, por último, el boxeo. Aquí sí que no falla. Hay un montón de películas que, a pesar de ser todas diferentes entre sí, se suelen meter en un mismo saco: la corrupción del mundo del boxeo. La lista es interminable: “Gentleman Jim”, “The Set-Up”, “Más dura será la caída”, “Fat City”, “Toro salvaje”, “Jugando a tope”, todas ellas protagonizadas por perdedores. Incluso Rocky Balboa era un perdedor, ya que no podía pasar de un empate a los puntos en su combate contra Apolo.
Clint Eastwood debería haber entrado ya hace tiempo en los altares de la crítica europea: ha hecho su película sobre jazz (“Bird”), los protagonistas de muchas de sus cintas son borrachos (“El sargento de hierro”, “Sin perdón”, “Ruta suicida”) y ahora ya tiene una película sobre boxeadores. No obstante, Eastwood no es un director que pueda fascinar con facilidad a la intelectualidad europea: es republicano, su retrato de Charlie Parker en “Bird” no era para nada hagiográfico, sus borrachos son detestables fascistas y para su última película ha elegido como boxeador a una chica.
Pero no sólo eso. “Million Dollar Baby” apenas se detiene en las corruptelas del mundo del boxeo. No las niega (ahí está, por ejemplo, el momento del soborno a los managers para que acepten combates contra Maggie), pero tampoco se recrea en ellas. Porque, para Eastwood, el boxeo aquí no es más que un espacio más para representar el fracaso, huyendo de cualquier mitificación del deporte.
El argumento de la película es radicalmente sencillo. Frankie Dunn (Clint Eastwood) es el dueño de un gimnasio de boxeo. Lleva años dirigiendo a boxeadores con inteligencia, pero adolece de capacidad de riesgo. De ahí le viene su eterna frustración: no haber conseguido, como mánager, ningún título. En su gimnasio trabaja Eddie Dupris (Morgan Freeman), un anciano ex-boxeador que perdió un ojo en su último combate, a la edad de 39 años. Eddie, al igual que Frankie, persigue un sueño hasta que la realidad les confirma su naturaleza de perdedores. Un día llega al gimnasio Maggie Fitzgerald (Hilary Swank), una chica que trabaja de camarera y que decide convertirse en boxeadora, a pesar de superar la treintena. Pese al rechazo inicial, Frankie decide entrenarla y convertirse en su manager. Ambos acarician un título mundial, pero el sueño se desmorona en el último momento con fatales consecuencias para Maggie.
La película tiene un tono tristón, con muchos toques de comedia amarga. Desde un primer momento, el espectador cae en la cuenta de que algo no funciona, de que un tono apesadumbrado domina una narración que arranca de un modo amable. Pero la pesadez del ambiente es innegable: la narración en off de Eddie, el ambiente deprimente del gimnasio y de sus clientes, la música melancólica y la iluminación general de la cinta, uno de los rasgos más trabajados siempre en las películas de Eastwood. Los personajes secundarios contribuyen a la atmósfera que destila fracaso y compromiso a la vez. Frankie Dunn, como el Will Munny de “Sin perdón”, es consciente de que sólo sabe hacer una cosa en la vida. Sólo cuando sus acciones concluyen con la muerte de una persona descubre, como el John Wilson de “Cazador blanco, corazón negro”, que ha llegado el momento de la rendición, del acatamiento de las normas. Dunn vive en su propio mundo, el del boxeo, que se define en la película como un microcosmos en el que todo funciona al revés, en que el fracaso es, por consiguiente, la culminación de una trayectoria vital.
Sin embargo, como ocurría en “Mystic River”, la tristeza está mucho más acentuada que de costumbre. Los personajes de Eastwood se movían bien entre un equilibrio satisfactorio entre el desastre de su vida pública con una cierta redención final (“El sargento de hierro”, “Poder absoluto”, “Pacto de sangre”, “Space Cowboys”), bien con un fracaso mayor, que suponía la imposibilidad de escapar de su pasado (“Sin perdón”, “Ejecución inminente”). En cualquier caso, como en el cine de Ford y Hawks, Eastwood sugería siempre un complejo mundo interior donde se ocultaban los más profundos sueños y decepciones. Ahí está el ejemplo innegable de “Sin perdón”, con un Will Munny condenado a huir en el deseo de un reencuentro con su mujer. En “Million Dollar Baby”, a Frankie se le hace insoportable la incomunicación con su hija, a pesar de los esfuerzos que lleva a cabo por entrar en contacto con ella. Sólo con la muerte de Maggie entiende Frankie que el éxito no está en su mano, y que le estaba diciendo una mentira piadosa a su boxeadora cuando, en el hospital, le confesaba que nunca abandonaría el boxeo.
La película es bellísima, y generará múltiples análisis y comentarios. Y profundiza en una obra, la de Eastwood, sencilla y muy coherente. Una obra hecha desde una peculiaridad cultural muy concreta, las manifestaciones propias de la sociedad estadounidense. Ya lo decía Eastwood cuando venía a afirmar que los productos específicos de la cultura norteamericana eran el jazz y el western. Géneros y manifestaciones protagonizados por personas que se encuentran en la frontera. Como en el boxeo. Y, yendo aún más allá, Eastwood se arrima todo lo que puede a esa frontera. Por eso en “Sin perdón” los ganadores son los asesinos. Y por eso en “Million Dollar Baby” quien boxea es una chica. Y no Ana Belén, no. Sino una gran actriz como es Hilary Swank.
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