Primer plato electoral: Mariano Rajoy (PP)
Mariano Rajoy es el candidato que presenta el Partido Popular de nº 1 por Madrid y correlativamente, según los usos de la democracia española, de candidato a la Presidencia del Gobierno.
De Mariano Rajoy se pueden decir muchas cosas, o intentarse, sobre lo que es. Pero, a efectos políticos, Mariano Rajoy interesa más por lo que no es. En primer lugar, y a diferencia de ZP, no es como Hitler. En segundo lugar, y a diferencia de Izquierda Unida, no es como Stalin o Hitler. En tercer lugar, y a diferencia de los nacionalistas periféricos, Rajoy no es como Hitler. Pero sobre todo, y esto es lo que más tranquiliza a la población (conservadora o de izquierdas, madridista o antiespañola), Mariano Rajoy no es como José María Aznar, “Ánsar”.
Tiene cierta importancia que Rajoy no sea como Ánsar porque, presentándose como continuador ideológico del legado de 8 años de gobiernos del PP, Rajoy representa otro modo de hacer política y, también, otras políticas. La personalidad de Ánsar, apasionante si uno se dedica a la psiquiatría clínica, es inquietante desde una óptica política. Probablemente ese cúmulo de complejos y resentimiento que es el actual Presidente de Gobierno no es ni siquiera consciente de hasta qué punto la íntima conciencia de su mediocridad y su obsesión de enano intelectual por auparse sobre alzas de cualquier tipo ha hecho daño a su país y a la derecha española.
Los complejos y la chulería suelen conducir a elecciones desacertadas. Por eso son tan desaconsejables en un Presidente del Gobierno. Ánsar está teniendo estos días ocasión de demostrarlo hasta el final. Frente a esta deriva Rajoy se sigue significando, también en estos tristes días, como un no-Ánsar. Y eso, políticamente, tiene una gran importancia.
El PP ha de agraceder mucho, y con el tiempo será todavía más consciente de ello, que la propia chulería de Ánsar les haya librado de él. Rajoy quizás no sea el dirigente soñado, pero por comparación reluce como una esperanza para todos los españoles. Incluso para los de izquierdas. Todos tenemos la sensación de que es imposible que alguien utilice el cargo de Presidente de nuestro Gobierno como lo ha hecho el último. Y todos respiramos aliviados cuando escuchar a Rajoy, en campaña o en entrevistas, nos lo confirma.
Mariano Rajoy no tiene nada que ver en lo personal con el pasado. Sus defectos, que parece claro que los tiene, son opuestos a los de su predecesor. Ni se toma a sí mismo tan en serio, ni vive obsesionado por demostrar a los demás lo válido que es, ni se empeña en dar lecciones en todo momento al personal. No va de recio castellano, sino de simpático y despreocupado vividor. Incluso en la elección consciente de la imagen que desea ofrecer a la ciudadanía marca con nitidez las diferencias: no desea dar lecciones.
Rajoy es un niño bien provinente de las elites burguesas que conformaron la mayoría silenciosa que tan a gusto se sentía con el régimen franquista y con la que tan a gusto se sentía el franquismo. Es decir, como muchísimos españoles. Rajoy vivió bien y siempre fue un estudiante de éxito. Posteriormente logró un puesto de Registrador de la Propiedad que le habría garantizado, merced a su esfuerzo como opositor, vivir toda la vida de puta madre si hubiera querido. Rajoy optó sin embargo por otras alternativas más ricas, pues prefiere vivir bien ocupado con la política que vivir como un pachá dedicado a algo tan absurdo y aburrido como es el Registro de la Propiedad. Todo ello es muestra y también factor que perfila una personalidad vitalista y sana. Es de agradecer.
Lo más destacable del candidato del Partido Popular durante esta campaña ha sido su esfuerzo por evitar caer en la fácil tentación de orientarla como le pedían la caverna, el partido y Ánsar. Si nadie puede negar a Zapatero su gran aportación a la política española al acometer desde el primer día un importante esfuerzo por situar el debate público en nuestro país en el nivel que le es propio, de discusión de ideas, una valoración semejante merece la irrupción de Rajoy. Con el mérito añadido de que la presión que ha sentido el candidato del PP para dejarse llevar por la tendencia natural que ha caracterizado al PP desde la llegada de Ánsar ha sido brutal.
Rajoy representa la definitiva normalización de la derecha española. Es un candidato formado, con experiencia política e ideológicamente conservador (probablemente más que Ánsar), pero que ha demostrado estar dispuesto a desterrar la visión cainita de la política que los conservadores hispanos nunca habían logrado que dejara de acompañarles desde que perdieron una vez el gobierno, allá por 1931.
Ha planteado una campaña con tan pocas aristas que hasta ha parecido en ocasiones más un gris burócrata destinado a ir a provincias a pasar revista que un verdadero candidato a la Presidencia. “Gutiérrez, pásese por Medina del Campo a vender a los lugareños que el régimen se ocupa de ellos”. Rajoy, a poco que hubiera cambiado un poco su estética, podría haber ejercido a la perfección de probo comisario del plan quinquenal en alguna región perdida.
Por primera vez en mucho tiempo el votante español, si fuera posible hacer abstracción del “legado Ánsar”, podría afrontar una contienda electoral en términos estrictamente políticos. Y esto es gracias a Zapatero, pero también a Rajoy. Lamentablemente, la pesada losa de lo que ha sido la acción de gobierno en los últimos años lo va a impedir, de momento. Es lógico. Votar a Rajoy es también convalidar la acción de gobierno del Partido Popular, porque a fin de cuentas representa su legado: desde el déficit cero a su visión de España, desde la gestión de la crisis del Prestige o de las cuestiones de defensa (operaciones humanitarias en Irak o Peregil, aviones de la risa…) a la política económica, desde la actitud demostrada durante las dramáticas jornadas que marcan el fin de la legislatura a la recuperación de una posición dominante a nivel europeo para el Real Madrid… Votar a Rajoy es también mirar hacia atrás, inevitablemente.
Pero es probable que, dentro de cuatro años, los electores podamos disfrutar de un debate político sano, dedicado a debatir ideas distintas, diferentes concepciones respecto de cómo han de afrontarse y resolverse los problemas que surgen de la convivencia en cualquier sociedad humana. Algo de esto ya hemos podido ver en esta campaña. Y es de justicia reconocerlo como patrimonio del candidato Mariano Rajoy.
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