La legislatura de los horrores
Los dos años de gestión de Ibarretxe como cabeza del Ejecutivo vasco han dejado un balance ciertamente espectacular en lo que se refiere a la cohesión social en el País Vasco. No recordamos ningún momento histórico en el que la gran familia vasca, un pueblo tradicionalmente unido en la persecución de sus objetivos comunes (monárquico en un principio, carlista cuando era posible sacar partido, otra vez monárquico, luego los más republicanos de todos los republicanos para pasar a ser uno de los principales apoyos del franquismo en el momento en que está claro que la guerra iba a ser ganada por los golpistas, y el principal pueblo que invocó una inventada tradición antifranquista para justificar sus chollos constitucionales), esté tan dividido como en la actualidad.
Al margen de la nulidad política de los años Ibarretxe, pues la vida pública y la iniciativa política han sido inexistentes más allá del problema criminal, esta es la más trágica consecuencia de la legislatura terminada: un inicio de conflicto civil vasco, entre una población más dividida que nunca. La línea que separa a unos de otros no es, sin embargo, la de constitucionalistas (absurdo nombre a nuestro entender) – nacionalistas. Entre muchas personas que tienen ideas diferentes en este asunto la discusión y la convivencia es posible. La preocupante repartición de la sociedad entre los que apoyan ciertas actividades violentas y los que las rechazan es la que está llamada a ser fuente de numerosos peligros.
Fruto de la gestión a mitad camino entre el entreguismo y la contemporización de Ibarretxe, se ha producido un fenómeno de radicalización en ciertos sectores: aquellos que consideran justificado el empleo del asesinato y la coacción para lograr objetivos políticos. En la sociedad vasca hay un amplio porcentaje de ciudadanos (en torno al 20% entre votos claramente entregados a esa visión del mundo y aquellos que van a opciones limítrofes siendo comprensivos con este fenómeno) que, desde el nacionalismo, comparte la responsabilidad moral de cada vez más asesinatos. Nos tememos, además, que cada vez más vascos del otro lado deben empezar a plantear la posibilidad de una respuesta equivalente. Ciertas reacciones, epidérmicas es cierto pero que esconden un sentimiento que sin duda va creciendo, apuntan en esta dirección. Probablemente se trata únicamente de cientos de personas, como mucho de unos pocos miles, pero la deriva es preocupante.
De esta situación es en gran parte responsable el Gobierno vasco, con un Ibarretxe o un Josu Jon Imaz o un Balza que no han sido capaces de transmitir la serenidad, la independencia respecto del nacionalismo radical e incluso de su propio partido que es precisa para lograr ser los legítimos y legitimados por sus actos representantes de todos los vascos (algo que sí lograron, por ejemplo, Ardanza y personas como Atutxa). Tras el asesinato de Fernando Buesa, en un ejemplo de mezquindad política que refleja la catadura de los personajes y que es un símbolo de cómo ha sido entendida la gestión de Gobierno por el PNV en esta legislatura, Ibarretxe convirtió la manifestación de Vitoria en un mal remedo del Alderdi Eguna, con autobuses venidos de toda Euskadi para apoyar a un lehendakari al grito de “Lehendakari aurrera” mientras una familia destrozada por un atentado terrorista trataba de expresar su repulsa.
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