John F. Kerry
ohn F. Kerry es un tipo anodino, del que nadie sabía mucho en Estados Unidos (y menos todavía, por supuesto, fuera de ellos), que se va a convertir en Presidente de los Estados Unidos (hagamos una concesión al jolgorio mediático respecto de lo “ajustado” del resultado final, y añadamos algo asi como “si finalmente gana”) gracias a su buena estrella: se enfrenta a George W. Bush, lo que es prácticamente la única contingencia histórica que le permitiría lograr una victoria electoral de tal calibre.
Kerry es un patricio de la Costa Este con todas las de la ley: familia acomodada, buena educación, carrera sin tacha dedicada a la preparación para el servicio público, experiencia en combate… El perfecto candidato al fracaso electoral en un país como Estados Unidos, que desea que sus Presidentes no parezcan excesivamente predeterminados por cuna, educación y posibilidades sociales (mediten, si lo dudan, sobre la procedencia de los últimos Presidentes, con la única excepción de los Bush, pero matizada por el hecho de que Bush hijo fue sabiamente presentado en 2000 como todo lo contrario al patricio de la Costa Este que también es). La sociedad americana es así: se deja gobernar por las elites de forma escandalosa, pero prefiere que no se note excesivamente con la elección de sus Presidentes. Kerry, en condiciones normales, habría tenido imposible llegar a la Presidencia y estaba llamado a seguir siendo lo que ya era: un tipo importante, dedicado de toda la vida a la política a distintos niveles . Y feliz por ello.
Sin embargo, estas no son unas elecciones normales. A lo largo de todo el siglo XX y desde el acceso de los Estados Unidos al primer puesto de la escala internacional, el prestigio internacional de este país no había estado tan en cuestión como ahora. La política exterior de George W. Bush ha logrado una corriente de antipatía sin precedentes, que incluye a todos sus tradicionales y potenciales aliados (incluyendo al Reino Unido). Con el mérito adicional de haber logrado dilapidar el mayor caudal de simpatía de los últimos tiempos, el que fluyó hacia EE.UU tras el 11-S. Por lo demás, tampoco se ha mostrado en exceso eficaz. En Irak, aunque estén “trabahandou en ellou”, tienen algún que otro problemilla. Y eso por no hablar de Ben Laden, o del resto del Eje del Mal, que está encantado con tener a los EE.UU. empantanados en Faluya. Adicionalmente, la fractura social interna ha alcanzado cotas que incluso pueden preocupar a los poderes establecidos. Cuatro años de robo descarado de la riqueza nacional son demasiados, cuando se plantean con tanta claridad, crudeza y continuidad que ni atentados o guerras permiten alejarlos de la primera plana. Por todo ello, aunque George W. Bush no sea tonto, ni mucho menos, ni haya resultado inútil en estos años (es más, todo lo contrario), parece bastante claro que ha perdido el apoyo de las clases pudientes e ilustradas, así como de los núcleos de poder económico. Le queda el Tribunal Supremo, sí, pero en estas condiciones hasta alguien tan grande como él puede ser derrotado.
En tal tesitura aparece Kerry, sin duda uno de los demócratas que menos merecerían estar en condiciones de ganar a Bush. Howard Dean, el malhadado Gobernador de Vermont estigmatizado por su famoso “Grito de Iowa”, es un tipo que demostró durante los años de mandato de Bush mayor dignidad y coherencia. Pero no es el único. Porque prácticamente no hay actitud entre los demócratas más patética que la de Kerry.
Apoyar con entusiasmo la Guerra de Irak puede hasta verse medio comprensible. A fin de cuentas, J. F. Kerry siempre se equivoca con las guerras: fue a Vietnam entusiasmado para garantizar la hegemonía estadounidense y se convirtió en el principal opositor a la Primera Guerra del Golfo porque la consideraba una trampa normal para las tropas estadounidenses, así que su apoyo a la excursión de George W. podía ser simplemente una manifestación más de su proverbial falta de criterio en estos asuntos. De la misma manera que su rectificación es una constante y constituye una de las claves de su éxito político: con Vietnam, con Golfo I, y con Golfo II (a la vista está, en este último caso, lo impresionantes que puedens er los réditos de una rectificación en toda regla). Este punto, por ello, no puede dar idea del patetismo de Kerry y de su lamentable oportunismo con total claridad: sólo informa de su poca visión geoestratégica y de cuán poco importante es acertar en cuestiones nimias como la guerra y la muerte si uno quiere hacer carrera política en los Estados Unidos.
Más significativo ha sido, a este respecto, el decidido apoyo del “liberal” (casi podríamos decir que Kerry acabará trasladando al lenguaje americano el significado de la expresión en España. si sus opositores siguen empeñados en tildarle de tal) Kerry a la Patriot Act de Bush.Si hay un ejemplo de los excesos reaccionarios de la Administración Bush (y contra sus propia gentes, esta vez, no sólo contra la morisma y gentuza equivalente), ése es el lamentable corolario legislativo a que dio lugar la marea retro que invadió EE.UU. en materia de garantías y libertades. Pero, como la dirección del viento era la que era, ahí apareció J. F. Kerry para dar su apoyo a medidas propias de un país totalitario. En primera fila, alegremente.
Este tipo es el que ahora pretende aprovechar el hartazgo que, con el tiempo, medidas y decisiones tan evidentemente equivocadas han acabado por provocar. Pero cabría preguntarse sobre la calaña de quien calló cuando era lo más cómodo, a pesar de que precisamente entonces era más importante que quienes eran pagados para ello (como era su caso) velaran por la defensa de las condiciones que permiten la convivencia en libertad.
Con este historial, con su incomprensible gracia personal para ligarse a millonarias, con un discurso reaccionario que da miedo y que no tiene la más mínima intención de limar porque cree que le aporta votos (sus contínuas referencias en los debates a sus años de monaguillo era vomitivas), John F. Kerry está en condiciones de ser Presidente de los Estados Unidos gracias a la gran mayoría de personas sensatas que, en el fondo, está profundamente en contra de… toda la política de Kerry a lo largo de estos últimos años.
Es lógico que Kerry sea un tipo que no inquiete en absoluto a quienes han agradecido a George W. Bush de corazón los servicios prestados y sólo desean verlo partir para poder seguir avanzando, afianzando lo logrado a sangre y a fuego por medio de procedimientos más sinuosos y con una mejor imagen pública para venderlos en casa y hacer a los europeos que se los traguen sin que se sientan especialmente vejados.
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