George W. Bush
George W. Bush se presentó a las elecciones de 2000 como modelo de republicano moderado, con ideas más o menos liberales teniendo en cuenta cómo estaba el patio (su partido había basado su estrategia de oposición a Bill Clinton en que el sexo oral con una becaria gorda justificaba el impeachment), y con una especial empatía con uno de los grupos de pringaos que conforman el melting pot encima del cual se ubica Wall Street: los hispanos.
Desde el principio LPD apoyó al entonces gobernador Bush en su carrera hacia la Casa Blanca, constituyéndose en uno de los principales think tanks (en realidad, el único) que desde el escenario europeo tuvo la clarividencia de apostar a caballo ganador. Quizás algunos de Ustedes nos reprochen ahora esa opción moral, pero es preciso tener en cuenta que a) LPD es una publicación de carácter humorístico; y b) el principio vital de cualquier sociedad europea desde 1968, y más aún en el caso español, dada la decadencia vital del continente (de nuevo, más aún en el caso español), es el antiamericanismo. Desde esta perspectiva, no cabe negar que Bush ha cumplido sobradamente: en estos momentos EE.UU. es odiado en el mundo como nunca lo fue en el pasado, y la presidencia de Bush ha sido, de principio a fin, el sueño perverso (muy perverso, a la vista de sus acciones) de cualquier medio satírico, aunque alcanzase niveles que nos obligaran a hacer un examen de conciencia (como planteó crudamente un lector en su día: ¿es lícito hacer humor a partir de cosas como esta?).
Bush comenzó su presidencia pisando fuerte desde el principio, con un espectacular pucherazo electoral sin comparación posible en España desde los tiempos de la democracia orgánica: gracias a la corriente de opinión generada por Fox News Bush fue visto como el ganador del Estado de Florida y, por tanto, nuevo presidente de EE.UU., y gracias a los buenos oficios de su hermano Jeb y el Tribunal Supremo pudo eludir el problemilla de que, en realidad, lo de su victoria no era totalmente exacto. Alguien podría decir que un presidente que comienza así su mandato queda mancillado para siempre, pero es preciso señalar que posteriormente Bush se ha superado sobradamente a sí mismo, y por otro lado, ¿cómo mancillar su mandato si, de no haber pucherazo, tampoco habría accedido a la presidencia? ¿Alguien puede reprocharle algo así?
Tan pronto como llegó a la presidencia, George W. Bush se dispuso a llevar a buen término su prolijo programa electoral, que se resumía en “ir a por el hombre que había intentado matar a mi papá”, el maléfico Destructor Masivo, el Sátrapa de Bagdad y Presidente Honorario del Eje del Mal, Sadam Husein. Pero la situación internacional no era lo suficientemente propicia, así que Bush pasó su tiempo hasta la llegada del 11 de Septiembre tumbado a la bartola. Cuando EE.UU. sufrió los atentados terroristas del 11 de Septiembre, y tras un momento inicial de vacilación (puesto que los servicios secretos españoles habían informado de que aquello podría ser obra de ETA) en el que se pensó bombardear Cartagena de Indias, capital del País Vasco, apareció un Supermoro integrista, Osama Bin Laden, como perpetrador real de los atentados.
Es preciso reconocer que la Administración Bush obró de forma sumamente moderada (sobre todo a la vista de los acontecimientos posteriores) en los preparativos, organización y ejecución de la invasión de Afganistán: buscó un –evidente- mandato de la ONU, se preocupó de forjar una alianza internacional en el que los vasallos se sintieran importantes, y en resumen contribuyó a acabar con un régimen execrable que mantenía a la organización terrorista autora del 11-S. Aunque no puede decirse a estas alturas que la invasión haya sido un éxito total (persisten zonas del país en manos de los talibanes o de algunos señores feudales con sus ejércitos privados), sobre todo a causa del escaso entusiasmo con el que EE.UU. ha destinado tropas en Afganistán para hacerse con el control del territorio, nadie en su sano juicio pondría en duda que, además de justificados, los efectos de la invasión han sido beneficiosos para la población.
Sin embargo, todo eso de Afganistán a Bush, como es comprensible, le parecía un rollo. El Hombre que había intentado matar a su Papá seguía impertérrito ejerciendo la tiranía en Irak. Bush no había cumplido su Misión. Así que se pasó un año repitiendo una y otra vez que Sadam era el verdadero líder de Al Qaeda, que Irak disponía de armas de destrucción masiva capaces de destruir el Estadio Santiago Bernabéu en 45 minutos, que Irak era un peligro para el mundo mundial, … Nadie le tomó en serio, naturalmente, ni siquiera el propio Sadam (y así le fue), y sólo la hez de la política internacional tuvo los suficientes arrestos como para aparentar creerse el chapapote iraquí, estar dispuesto a apoyarlo, e incluso salir en la tele diciendo, sin reírse, “Créanme, las Armas están ahí” (“I’ve had a dream”). Pero, pese a todo, sin la ONU (“si ellos tienen ONU, nosotros tenemos a dos esclavillos”, parecía decir la foto de las Azores), provocando en su contra la mayor movilización popular, a escala internacional, que se ha visto en mucho tiempo, con aliados impresentables y con unas tropas claramente insuficientes para ocupar el territorio, a pesar, en suma, de que estaba claro que la invasión no podía justificarse desde ningún punto de vista, y que no iba a salir bien, Bush se lanzó a la piscina que podía asegurarle la reelección o acabar de estigmatizarlo como Presidente.
La operación, naturalmente, fue un desastre desde el principio, y desde el supuesto fin de la guerra no ha hecho sino agravarse. Pasados los primeros momentos de euforia, y una vez quedó claro que a) el buen pueblo iraquí dispone de un número aparentemente inagotable de kalashnikovs, lanzagranadas, misiles anticarro y zulos con cámara de vídeo incorporada para grabar y ajusticiar rehenes; y b) EE.UU. se ha metido en un cenagoso chapapote donde sus tropas mueren, y mueren, y mueren sin que se perciba un final razonablemente cercano que no implique una segunda bajada de pantalones (tras Vietnam), comenzaron los problemas para Bush y su Misión. La desaparición del primer miembro del Trío de las Azores, tragado por el váter de la Historia, puede ser preludio del fin de la carrera política de Bush (y, desde luego, de Blair).
Y lo peor de todo es que, pese al petróleo, pese al negocio de la reconstrucción, pese a los delirantes planes de los neocons asumidos alegremente, entre otros, por la ultraderecha española y el ex presidente Ánsar (sin percatarse de que estos planes conducían directamente a perder aún más terreno, en lo energético, en lo político, en lo económico y en lo militar, con EE.UU.), y pese a todas las obvias inconsecuencias de la Operación Justicia Infinita, pensamos que Bush, en lo concerniente a Irak, cree en lo que hace. Es decir, que actúa movido por el mesianismo, por sus firmes convicciones humanitarias, y no por sucios motivos de índole pragmática. Que se cree aquello de desarrollar en Irak la democracia más de puta madre que haya visto jamás el mundo, vamos. Lo cual significa que Bush es peligrosísimo. Si en sólo cuatro años ha conseguido a) llegar al poder tras un pucherazo electoral; b) crear una importantísima fractura social en un país fuertemente cohesionado por su patriotismo a ultranza; c) destruir la economía; y d) meter al país en una ruinosa, en dinero y en sangre, y delirante operación militar, ¿qué podríamos esperar de cuatro años más? ¿Irán? ¿Siria? ¿Corea del Norte? ¿España? ¿Los operadores de bolsa haciéndose el hara kiri? ¿El petróleo a 1.000 dólares?
Piensen en lo que espera al próximo presidente de EE.UU. Bush, para tener reservas humanas que le permitieran cumplir su Misión, fundamentada en repartir yoyah, tomó la dolorosa decisión de bajar los impuestos a sus amigotes mientras atornillaba a las clases medias, con el fin de convertirlas en clases bajas y conseguir carne de cañón con el que reponer su Ejército. La maniobra no le ha salido del todo bien, y en estos momentos el Ejército de EE.UU. está al límite de su capacidad. La juventud, aunque sin duda entusiásticamente patriótica y dispuesta a morir por su país, no hace acto de presencia para, en efecto, morir por su país. Una cosa es irse de vacaciones un par de años a Italia o a Panamá, y otra muy distinta meterse en el chapapote iraquí. En EE.UU. a todo el mundo le da bastante igual que mueran más o menos soldados en Irak, porque a fin de cuentas son pobres, pringaíllos, gente de baja catadura moral (no en vano, son capaces de ir a Irak a cometer asesinatos de mujeres y niños) e intelectual (no en vano, se han dejado engañar para meterse hasta el cuello en el centro del avispero).. Las clases medias y medias altas puede que arruguen la nariz cuando vean que “nuestros chicos” están muriendo, pero la cosa no va más allá de lamentarse en plan farisaico.
Por eso el plan de Bush, destruir la economía para generar pobreza, no es nada descabellado. Sólo así contará con un mercado potencial de pobres lo suficientemente amplio como para quemarlos en Irak y en futuras invasiones, sobre todo teniendo en cuenta que el plazo de reposición de la morralla destinada a morir tiende sistemáticamente a acortarse, y que los Aliados “mire Usted, yo me alío, pero invadir, lo que se dice invadir, de eso se encarga su Ejército”. Pero, aun así, las cosas se están poniendo muy complicadas; no es descartable que EE.UU. tenga que volver, en un futuro más bien próximo, al servicio militar obligatorio, esto es, al siglo XIX (pero al siglo XIX europeo, para más inri). Y ahí la cuestión cambia. Porque una cosa es que nuestros hijos vayan a la Universidad, paguen sus impuestos, sean buenos americanos y vean por la tele cómo mueren los pobres, y otra muy distinta que sean ellos los que corran el riesgo de morir (o sea, que Irak se convierta, con todas las consecuencias, en Vietnam). Si Bush gana puede superar el “Efecto Carter” y ser el último presidente republicano en bastantes años. Si Bush pierde, por el contrario, serán Kerry y los demócratas los que tengan que convertir de nuevo el déficit creado por los republicanos en superávit, los que tengan que satisfacer a sus bases con una miajilla de medidas sociales, y los que se tengan que comer la parte del león del chapapote iraquí.
Por otra parte, si Bush gana la política exterior española los próximos cuatro años será extraordinariamente interesante, con ZP como alter ego de la única superpotencia, montando por doquier saraos demagógicos en plan “Pacto Mundial contra el Hambre”, ansias infinitas de paz y alianzas de civilizaciones con los amiguitos de Bin Laden; con ZP, en suma, peor que Francia y Alemania juntas. Sin embargo, si Bush pierde España volverá al rincón de la Historia del que sólo llevamos veinte meses fuera (aunque por razones antagónicas), a su posición de aliado menor de EE.UU., sin pintar nada.
En resumen: Bush ha sido, sin duda alguna, el peor presidente de los EE.UU. desde los tiempos de Kennedy (que, al fin y al cabo, también metió a su país en otro chapapote –Vietnam- y estuvo a punto de provocar la III Guerra Mundial): ha dilapidado el superávit de Clinton y destruido el vigor de la economía estadounidense; ha provocado un aumento del paro; ha aumentado las desigualdades; ha creado una fractura social; ha hipotecado el prestigio de EE.UU. en el exterior, y en breve el prestigio de su Ejército; ha mentido repetidamente a los ciudadanos; ha provocado la proliferación tanto del terrorismo como de las armas de destrucción masiva, especialmente nucleares; ha puesto el germen de una grave crisis energética; ha provocado una seria crisis de legitimidad de las instituciones democráticas; y, lo que es más grave, ha sido el inductor tanto de la retirada, sin cabeza alta y sin manos limpias, del Cincinatus español como de la llegada al poder del socio español de Bin Laden. ¡Y con este bagaje el tío tiene posibilidades claras de ser reelegido! Bush, como ya explicábamos hace unos meses, es sin duda un genio, uno de los más grandes políticos de nuestro tiempo, en el más amplio sentido de la palabra.
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