Elecciones en Catalunya 2003
Segundo epílogo a las elecciones autonómicas
El escenario: Cataluña como punto de encuentro de las elecciones hispanas
Tras la ajustada victoria del Partido Socialista en las Elecciones Municipales y Autonómicas 2003, Primera Manga o, si se prefiere, la abultada derrota de las opciones de firmeza contra el terrorismo y la disgregación de España (PP+CC+España2000) frente al agresivo barullo de amigos de los terroristas y temerarios compañeros de viaje de quienes no desean una Patria Española (PSOE+IU+CIU+PNV+……), los ciudadanos españoles, de forma escalonada y progresiva, van a tener ocasión de reconciliarse con los valores de los que son deudores en sucesivos comicios. O eso esperamos las gentes de bien, claro.
En primer lugar, en apenas unas semanitas, se repite la jugada en Madrid. Tras el foul de Simancas, que como quien no quiere la cosa pretendía, engañando con vileza a sus votantes, aliarse con los comunistas, la situación se había vuelto explosiva en el terreno de juego. El presunto aspirante a Presidente socialista de la Comunidad Autónoma de Madrid, en un inaceptable ejercicio de falta de respeto a las instituciones, iba por ahí adelantando sus intenciones de no sólo hacerse (recordemos, con la ayuda de los comunistas) con el control nominal de la Administración, sino incluso ir más allá y señorear (con las hordas rojas) empresas públicas, instituciones de crédito y en general manejar todos los hilos del poder. Mismamente como si con la victoria de su coalición “oculta” se creyera en condición de gobernar y todo. Por lo visto, aunque la triquiñuela de aliarse con los comunistas, inmoral y antidemocrática, ya habría sido suficiente para cualquiera, el tal Simancas, un tipo de extracción humilde y por ello lleno de ese rencor y odio hacia las clases dirigentes que sólo una buena educación (de la que él carece) acaba de limar, no tenía con ello bastante. No obstante, y por mucho que las reglas de conducta ética y política están ya muy degeneradas por culpa de esta “puta democracia” (en la que la gente, recordemos, hasta puede manifestarse contra guerras o genocidios como si tal cosa), todo tiene un límite.Traspasado éste por Simancas, la pareja arbitral Tamayo-Sáez sancionó la falta (de respeto a los votantes, engañados por el sorprendente giro para-maoísta de Simancas y sus aliados de la checa). Y tras un par de pequeñas réplicas adicionales a este principal terremoto político (comisión de investigación televisada, penalty y expulsión de Cristina Alberdi), esperpénticas por demás, como es normal en todo lo que rodea este episodio, los madrileños asistirán dentro de unos días a la repetición de la jugada.
Mientras estas cosas de mal gusto pasan en Madrid, la apacible Cataluña se prepara para, a su vez, constituirse en el segundo epílogo de las Elecciones Autonómicas 2003 (o, si quieren, en su primero y único, caso de que consideráramos a la nueva convocatoria de Madrid más estrambote que otra cosa y optáramos por excluir de esta sección a las Elecciones Andaluzas, en manifestación de apego al positivismo calendarista más extremo). Cataluña, como es sabido, es un lugar serio donde no ocurren sucesos de tal calaña, propios de Madrid o Marbella, como a los que hemos asistido este verano. Y, sin embargo, ya se sabe, el pueblo catalán (o, más bien, los andaluces que trabajan en Cataluña para que su clase política y empresarial disfrute de una bonanza sólida) no sólo ha de pagar a través del Fondo de Solidaridad Interterritorial las infraestructuras del resto de España sino que también ha de pechar con los platos rotos de las disputas madriles. Es por este motivo que, en una demostración más (¿la última?) de lo que los indígenas llaman con orgullo seny (y que puede traducirse más o menos por “actuación de flagrante ilegalidad y difícil justificación pero que, conviniendo al grupo de poderosos que manda en la sociedad catalana, es asumida sin apenas escándalo por oposición, medios de comunicación y poder económico) el President Pujol se ha visto obligado a, amparado en su altísima estatura moral y política, ampliar un par de semanas su mandato (porque le ha parecido bien, no crean que se ha preocupado demasiado siquiera de buscar una coartada jurídica) y retrasar así en la medida de lo posible los comicios. Cuestión de alejarlos del follón madrileño que, por esas extrañas unanimidades que a veces se dan en la vida pública española -y catalana-, todos coinciden en que perjudica, así en general, a “toda la clase política”.
En este estado de cosas, las elecciones catalanas son la perfecta bisagra entre la repetición de la jugada madrileña (destinada de acuerdo con todos los indicios a reponer el orden natural que dice que los comunistas no han de poseer responsabilidades ejecutivas en España, so pena de que esta provocación sea respondida con transfuguismo, en el mejor de los casos, cuando no con levantamientos militares; opciones ambas más que justificadas porque “vienen los rojos”) que debiera llevarnos a una reconducción del PP al Gobierno de esa Comunidad de Madrid y las inminentes Elecciones Generales, donde la salvífica labor de José María Aznar espera ser recompensada con una nueva y gloriosa mayoría absoluta generosamente concedida, condición conmutativa mediante, al Ungido. Ahora bien, en medio, como decimos, se encuentra este molesto asunto catalán. Una especie de escollo para la gobernabilidad y estabilidad de España de imprevisibles consecuencias. Porque a saber cómo podría afectar el díscolo comportamiento de esta gente a la segunda parte del calendario previsto, se temen muchas gentes de bien, españolas a carta cabal.
Elementos internos. Renovación y sucesión a la catalana
A todo esto, y desde la perspectiva puramente interna (esto es, catalana), las Elecciones Autonómicas de 2003 tienen su puntito de interés por eso de que la convivencia en el marco constitucional provoca la inevitable contaminación de algunas costumbres. Consecuencia de lo cual es que, si bien sin llegar a las cotas de Madrid o Marbella, claro, las Elecciones Catalanas estas parecen más una cosa de la meseta que algo de la terra. Incluso, sostienen algunos, podrían tener alguna incidencia en la conformación del gobierno autonómico, una cosilla que hasta la fecha se ha resuelto siempre en foros más apropiados (los Congresos de Convergència Democràtica de Catalunya, mismamente; o el despacho de Pujol).
Nadie dirá, de todas maneras, que no estaban advertidos. Tras lustros de calma chicha, cubierta por el ya mencionado seny catalán, ya hace cuatro años toda la clase política del país despertó aterrorizada al comprobar que Convergència i Unió perdía las elecciones (pasaba a ser el segundo partido más votado, tras el PSC de Maragall). Pujol sólo lograba más diputados en el Parlament gracias a una nueva manifestación de seny (en este caso, del de la Ley Electoral catalana, que da como cinco veces más valor al voto de un honrado payés de La Garrotxa -si es que quedan- que a los dudosos habitantes de las zonas urbanas que rodean Barcelona) y para lograr gobernar durante toda la legislatura ha venido empleando el genuflexo apoyo de la versión española de su partido: el Partido Popular.
(Es quizá necesario aquí un excurso, necesariamente breve por ser esta cuestión sabida, sobre la derecha catalana y su naturaleza dupla. Por el mismo motivo que el seny ocupa lugar destacado en esta sociedad, esto es, afán de diferenciación, la gente de “aquí de tota la vida” no acaba de sentirse cómoda excesivamente vinculada a lo español. De igual manera que los desafortunados pinitos en el sector bancario del President no son tenidos en excesiva consideración “ya que no somos como esos cazurros de Madrid o Marbella, que por cualquier cosita montan un escándalo”, por ejemplo, tampoco está bien visto en Cataluña ser de derechas a la manera española. Por este motivo las clases pudientes se reparten en Cataluña el poder de manera pacífica a través de dos partidos: CiU, llamado a reclutar a tanto a las gentes del seny como a todo el analfabetismo funcional de raíz conservadora; y PP, con la función de recoger el voto de la extrema derecha, de los españoles de derechas que coyunturalmente habitan en Cataluña y de algún otro despistado. Jordi Pujol, allá por finales de los 90, aceptó franquiciar este segundo invento en el resto de la península, y el PP ahora funciona con éxito en todo el territorio español alejado de sus recios orígenes para-franquistas inspirándose en la receta catalana. Así, los catalanes de seny se reparten también el poder político, dependiendo de cuáles sean sus aspiraciones -ámbito nacional o autonómico-, ingresando en uno u otro partido. Si uno cambia de opinión o le viene mejor coyunturalmente la otra alternativa tampoco hay problema. El flujo es constante y las barreras al mismo escasas. Un catalán con gracia y seny puede pasar de ser Conseller autonómico a Secretario de Estado estatal con bastante facilidad, inusitada rapidez y nulos complejos).
Aunque, como se ha dicho, el vivero de votos de que dispone CiU bajo el apelativo de Partit Popular de Catalunya impidió la catástrofe, el aviso fue claro para Pujol. Las cosas, incluso en la región del seny, degeneran en los tiempos que corren. Tras 20 años de desinteresada entrega, y no deseando en modo alguno ser recordado como el tipo de entregó la Generalitat a los españolazos del PSC, Pujol organizó su sucesión anticipando el método del dedazo que tan provechosamente ha copiado posteriormente Aznar. Estas Elecciones son por ello en Cataluña, también, las que representan la posibilidad ofrecida a la ciudadanía de elegir entre sucesión o renovación.
¿Sucesión?, ¿renovación?
De todas formas, y sentimos vernos obligados a reiterarlo una vez más, Catalunya es la tierra del seny. Lo que, traducido a estas elecciones y la disyuntiva que plantean, viene a significar que, en realidad, no se ofrece a la población ninguna posibilidad de cambio excesivamente traumático. Artur Mas, el aparente candidato a la sucesión, en tanto que delfín designado por Pujol, puede aspirar a ser tenido por tan renovador como su principal oponente, Maragall, acusado de no representar renovación alguna sino, más bien, una correcta digestión del pujolismo.
No conviene perder de vista que la política catalana ha sido y es un coto privado de ciertas familias bien de Barcelona. Más o menos lo que viene a ser la historia de la política española con Madrid, pero con los matices aportados por el seny. Es decir, que también la pretendida izquierda (el PSC) está absolutamente en manos de esas gentes (y no como en España, donde esto ocurre de forma más indirecta y menos evidente, pudiendo aparecer tipos indecentes como, y de nuevo la reciente comparación viene al pelo, el desclasado Simancas). Y que, a su vez, la derecha es sensible a unas formas y modos menos cavernarios que lo que habitualmente nos rodea (incluso el PP de Cataluña puede aspirar a ser catalogado de mero partido de derecha dura, sin más, o sea, carente de resabios de corte fascista y/o totalitario). En principio, teniendo en cuenta las capas sociales e ideales políticos de las estructuras de poder orgánico del PSC, impregnadas de seny, podría sorprender que algo tan en las antípodas con lo que es el PSOE de Extremadura o Castilla y León, por poner un ejemplo claro, pueda coexistir bajo un mismo paraguas. Descartada la explicación de que le Ejecutiva Federal del PSOE se crea de verdad eso de “juntos en la pluralidad” hemos de notar que esta es una situación que el PSOE a nivel nacional consiente únicamente debido a que los catalanes del PSC, en política autonómica, por mucho que hagan las cosas a su manera, garantizan históricamente buenos resultados y una excelente simbiosis con el mensaje que viene desde Madrid cuando de lo que se trata es de ganar las elecciones generales en esas circunscripciones. En cualquier caso esta rareza del PSC, más derivada del estatus social de sus gentes (burguesitos de Barcelona de toda la vida) que de otra cosa, es también el motivo de que desde cierta prensa y clase política de Madrid se alerte una y otra vez del peligro de disgregación que suponen Maragall y el PSC (que son burguesitos de toda la vida, sí, pero no son de Madrid y, oiga, así las cosas no se controlan como es debido y encima ni siquiera tenemos ya un buen Gobernador civil con mando en plaza para emergencias). Incluso hay quien ve en ello un peligro para la Unidad de España. En cualquier caso, y por una vez, vamos a permitirnos, en atención a la evidente estupidez y raíz partidaria de la alarma creada al respecto, pero sobre todo dado que en el ámbito donde se celebran estas elecciones la misma no es tomada en serio por nadie, pasar olímpicamente de lo que dicen en la capital y obviar cualquier comentario adicional sobre esta cuestión.
Dicen los optimistas que Maragall, como cabeza de lista del PSC, representa la posibilidad de acabar con esa red pacientemente tejida por el pujolismo en Cataluña durante años (que en lugares de España carentes de seny podríamos denominar “clientelar” o “mafiosa”). En este sentido, es la alternativa de la renovación. Pero si atendemos a que la política española (y los catalanes para estas cosas son muy españoles) no es tan partidaria de desmantelar estas redes como de redireccionarlas sabiamente (y, en el caso catalán, suave y discretamente), tampoco sería para tanto. Por eso nadie tiene miedo a un tipo que, a fin de cuentas, representa lo más granado de la tradición política catalana por oposición, como él ha recordado recientemente, a Madrid o Marbella. Mientras tanto Mas, el delfín de Pujol, es un oscuro funcionario experto en el funcionamiento interno de la bien engrasada burocracia de partido que es la Administración pública catalana. Garantía de continuidad interna, a estos efectos, representa paradójicamente, por edad y por extracción, un cambio en lo sociológico respecto del pasado mayor del que podría suponer Maragall. Que no es que Mas sea un desarrapado, pero, al menos, sí es más “de otra época y otro país”, ligeramente interclasista (pero con moderación).
La guarnición
Junto a estos dos platos principales, los catalanes disponen en su menú electoral de algunas apetitosas opciones adicionales. En esto sí se nota que Cataluña es más europea. No sólo la gastronomía es más cuidada sino la carta más amplia. Junto a PSC y CiU los electores cuentan con alguna opción más e, incluso, con la divertida posibilidad de jugar y votar atendiendo a la particular prognosis que cada cual se componga de cuáles serán las posteriores alianzas postelectorales de las distintas fuerzas políticas.
Al margen del PP, partido del que ya hemos apuntado sus caladeros de votantes, componen el arco parlamentario catalán, también, los nacionalistas de Esquerra Republicana de Catalunya e Iniciativa per Catalunya, una especie de equivalente regional de Izquierda unida pero, recordemos, con tormentosas relaciones en el pasado con IU y sus escasos fieles anguitistas. Vamos un lío que abre un abanico de posibilidades. Pero no debe olvidarse que estas pequeñas cosillas han sido durante los luengos años del pujolismo casi las únicas posibilidades de diversión de los votantes, con lo que prestan no poca atención a este asunto y cuentan al respecto con dilatada experiencia. A un catalán, por ejemplo, no le habría pasado nunca lo de Tamayo, que se enteró sólo a posteriori de las aviesas intenciones pactistas de su jefe de filas, de una parte, y, de otra, no supo muy bien integrarlas en su conciencia centrista, lo que le forzó a abandonar cargo y prebendas. El juego a dos bandas de Esquerra Republicana de Catalunya, del que hablaremos posteriormente, no supone por esta razón ningún trauma ni problema para el catalán medio. Es más, en contra de lo que podría aconsejar el sentido común, la dirección del partido está convencida de que cuanto más ambiguos mejor. Tal actitud podría suponer el riesgo de, ante la indefinición, decantar a potenciales votantes por un voto “útil y seguro” (“si quiero que gobierne ERC con el PSC no voy a votar a los primeros, que son capaces de irse con CiU”, por ejemplo, podría razonar un elector español). Pero no en Cataluña, donde estos juegos malabares gustan, o de eso están convencidos en ERC. Porque, a fin de cuentas, a ellos sí les encantan. Son catalanes y, además, viven de eso.
Vayamos, sin embargo, por partes. El PP es una formación marginal condenada a vivir en el entorno del 15% de los votos y que recluta sufragios atendiendo a los factores señalados. El propio PP estatal tiene escaso interés en que la facción catalana del partido adquiera mayor fuerza, pues eso podría contribuir a un descalabro de CiU que fortalecería opciones mucho menos cómodas “constitucionalmente” que la tibieza garantizada por los detentadores de la exclusiva sobre el seny. Por este motivo, los candidatos seleccionados por el PP para Catalunya suelen ser tipos muy divertidos. Y, sobre todo, tienen la hermosa costumbre de tratar con guante de terciopelo a quien debiera ser su principal rival, CiU (por estar en el poder y por ser su principal competidor por los votos conservadores), con la única excepción de la época en que Aznar se enfadó por la aplicación práctica del seny en ayuda de la gobernabilidad allá por el 93, en compañía de corruptos y criminales. Ánsar, muy en su línea, castigó a la población y a CiU con Vidal Quadras, pero eso son tiempos pasados. Para estos comicios, amparado en la excusa de que su hablar gangoso representa un “giro catalán” (entendido a la madrileña), se ha elegido al más espeluznante de los Ministros de Exteriores que España ha tenido desde Serrano Suñer, Josep Piqué. Especialista en reverencias tardomedievales y aquejado por problemillas judiciales hasta la fecha barridos con elegancia por una combinación ganadora (seny en el patio trasero y Cardenal en la Fiscalía General del Estado), el prohombre enviado por Ánsar está destinado a un papel discreto: cumplir con la triste misión de reeditar el pacto con CiU caso de que con esta mera aportación de votos pudieran los nacionalista catalanes reeditar su mayoría absoluta. En cualquier caso, la previsible mala actuación de ambos partidos en los comicios le salvará de hacer este papelón, y se conformará con el más lucido puesto de “líder del tercer partido de la oposición”.
Tampoco tiene mucha más relevancia IC. Partido cuasi marginal en la región, con la excepción del área metropolitana de Barcelona, está llamado a ser muleta inexcusable del PSC. Primero, porque es evidente que ambos pactarían en el hipotético caso de que entre los dos obtuvieran (lo que es improbable), mayoría absoluta. Segundo, porque parece claro que ni ERC ni PSC los dejarían fuera en un pacto entre ambos.
En cambio, sí se han convertido en claves Esquerra Republicana de Catalunya y Carod Rovira, su candidato y Presidente. El partido nacionalista, republicano y otrora de izquierdas ha superado por fin el terrible legado de Heribert Barrera (que condenó a la formación, a cambio de un cargo, a ser prácticamente fagocitada por CiU) y la abnegada labor para enterrarlo definitivamente que llevaron a cabo personajes como Colom o Rahola (recompensados debidamente después por ello de forma variada, como es sabido). No es de extrañar, con esos precedentes, que Carod Rovira sea un líder valorado o que ERC sea el partido que más aumenta en voto y percepción positiva del electorado. Venían prácticamente de ser un equivalente catalán de lo peorcito de cada región. En estas elecciones, y tras un enorme éxito en las pasadas municipales, cuenta ERC con doblar sus anteriores resultados. En tal caso se convertiría la formación en inevitable árbitro a la hora de formar gobierno. Consciente de lo cual, ERC está jugando a conciencia la carta de la indefinición. A pesar de que su líder sí tiene un perfil progresista (a diferencia de sus antecesores en el cargo) y de las exitosas y reeditadas coaliciones de gobierno con el PSC en no pocos ayuntamientos de importancia, ERC cuenta también con la inevitable corriente agraria que todo partido nacionalista, al parecer, ha de exhibir con lozana alegría y, asimismo, con las lógicas aspiraciones a poltronas. Cuantas más mejor. Y es claro que ambas aspiraciones serían mejor satisfechas por una CiU desesperada ante la perspectiva de abandonar la Generalitat después de tantos años que por un pujante PSC.
Prognosis LPD
En La Página Definitiva nos atrevemos a aventurar los resultados, a grandes rasgos, de las Elecciones Catalanas. Como casi siempre, confiamos en equivocarnos. Y para más seguridad en el batacazo, lo hacemos esta vez, como es evidente, en la misma línea que apuntan casi todos los sondeos serios:
– El partido más votado, y ganador de las elecciones (también en número de escaños, esta vez) será el PSC, quien sin embargo no podrá llegar a la mayoría absoluta ni solo ni en compañía de IC.
– CiU no podrá, tampoco, reeditar la coalición con el PP, ya que la suma de los diputados de ambas formaciones no llegará al umbral crítico de la mayoría absoluta.
– ERC, en consecuencia, será, en efecto, como se teme casi todo el mundo, decisiva.
En esta situación, creemos que lo más probable es que acabe imponiéndose en la Generalitat un pacto entre PSC-ERC-IC. Los motivos que nos hacen intuir este resultado, nada sorprendente (no pretendemos pues hacer gala de originalidad alguna), son múltiples. No creemos a ERC deseosa de repetir la experiencia de principios de los ochenta, por una parte. Por otra Carod Rovira y los sectores más representativos del partido están más bien dispuestos a pactar con un PSC que, desde el punto de vista nacionalista, no acaba de ser del todo “catalán” -pero que cuando menos puede ser aceptado como tal-, antes que con una CiU estigmatizada tras su legislatura “popular”. Además los pactos de ERC con el PSC vienen funcionando razonablemente bien. De forma que sólo la aceptación por parte de CiU de una oferta desmelenada de ERC (básicamente, que Carod Rovira fuera President de la Generalitat o algo equivalente en términos de poder real en el reparto de consellerias -o sea, un 50/50), lo que creemos absolutamente improbable, podría auspiciar un pacto CiU-ERC. Asimismo, y por mucho que algunos optimistas del PSOE (más que del PSC, claro) alienten la posibilidad de una “Gran Coalición” (PSC-CiU) que allanaría el camino de Rodríguez Zapatero a La Moncloa, esta alternativa se nos antoja si cabe más lejana. Socialistas catalanes y convergentes no se pueden ver en lo político. Cosas de las peleas de familia.
En este estado de cosas, estimamos más que posible que las próximas elecciones generales hayan de ser afrontadas, por primera vez en la historia, con un Gobierno socialista en Cataluña. Y, asimismo, que las cosas se pongan divertidas en lo que ha sido durante más de 20 años coto privado de caza de los convergentes.
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