Batallas locales
¿A disputarse las adjudicaciones!
Barcelona: Ni Batalla, ni carácter local, ni primarias anticipadas
Barcelona, ciudad catalana y europea
Si algo ha caracterizado a Barcelona a lo largo del siglo pasado ha sido su voluntad de despegarse, como quien no quiere la cosa, de España. Tras un siglo XIX más o menos esplendoroso en que a base de capitalizar el hinterland agrario que para ella era Cataluña entera y despegar industrialmente como ninguna otra zona de España, Barcelona parecía decidida a, en su calidad de “Ciudad más lista de la clase”, tirar del carro. No contaba, es cierto, con las rémoras de todos conocidas que Madrid ha tenido que afrontar históricamente. El siglo XIX fue malo para la capital, incapaz de desarrollarse debidamente a causa de los numerosos esfuerzos que hubo de hacer para integrar a más funcionarios, a más centros de poder público, a más enseñantes, a más promoción pública de la cultura… Exhausta en el esfuerzo de dar generosamente réplica a esta avalancha Madrid perdió el tren de la industrialización y Barcelona, generosamente, se puso a ello. Barcelona se convirtió en la ciudad más poblada y rica de España, y se sentía cómoda en esa posición, montando Exposiciones Universales y saraos semejantes.
Hasta que el siglo XX y los 40 años de paz lograron poner las cosas en su sitio. A pesar de seguir maltratando a Madrid con funcionarios, centros de poder político y empresarial, infraestructuras, una sagaz política poblacional (integrar municipios en la urbe) dotaría a la capital de España del primer puesto en la lucha por el título de “Ciudad de España” de forma indubitada. Por despecho, Barcelona decidió renunciar a la batalla, para iniciar la que ha sido su verdadera lucha de los últimos 50 años: ser la primera ciudad española no española. Por reducción regional, de un lado (Barcelona es sobre todo una ciudad catalana), y por difusión internacional de otro (Barcelona quiere ser sobre todo una ciudad europea).
Y en esas ha estado en los últimos años. Es significativo que, a la hora de la verdad, la sociedad catalana y la ciudad de Barcelona no peleen tanto por el AVE a Madrid (les da igual y sobre todo saben que tarde o temprano llegará, concepto radial de las comunicaciones españolas mediante) sino el que les conduce a través del Arco Mediterráneo a Europa. Y ciertamente notable que toda la política municipal de la ciudad es un rendido tributo a quienes consiguieron el mayor hito de cara a este objetivo de trascender España: los socialistas con sus rutilantes Juegos Olímpicos de 1992.
Sitaución política
Barcelona no es una de esas grandes ciudades con un cinturón rojo dominado por la coalición socialcomunista cuya función es tratar de resisitir cuando vienen bien dadas y caer en manos de los rojos a poco que la presión política vaya en esa dirección. No, Barcelona tiene su propio cinturón rojo, sí, pero ella misma forma parte de él. Cinturón que, todo él, se cierra sobre la Plaça de Sant Jaume, donde la sede de la Generalitat de Catalunya resiste como puede (aunque eso sí, desde hace años) el asedio. Esta, con todo, es otra historia, que ya tendremos ocasión de relatar con motivo de las inminentes Elecciones Catalanas.
El Ayuntamiento, en deuda obligada a quienes trajeron las Olimpiadas y situaron definitivamente a la ciudad en el mundo, es patrimonio socialista. Algo que se ha comprobado incluso cuando se ha prescindido de iconos populares y queridos (Maragall) para sustituirlos por concejales desconocidos y un tanto grises (Clos). Daba igual. Los resultados se repetían. Y, también, incluso en momentos ominosos para el socialismo español (municipales del 95, por ejemplo). De forma que parece claro que, a estas alturas, hablar de “batalla local” en Barcelona es casi una coña. A falta de poder contar con referentes morales de peso, como Ana Botella, los barceloneses han de conformarse con tomar como guía la tradición, que manda una nueva victoria socialista.
El mapa político barcelonés no deja otra opción. Téngase en cuenta que los socialistas de Clos, con una buena e inestridente gestión, estarán siempre en el entorno del 40% de los votos. Y el recuerdo de los JJ.OO. sigue ahí. Con tal resultado es imposible descabalgarlos si el partido de la derecha tradicional, el PP, porfía denodadamente por estabilizarse por encima del 10% de los votos; la derecha catalana rival del PSC saca sistemáticamente la mitad de votos que los socialistas; y, además, en el Ayuntamiento obtienen representación la pujante ERC (en torno a un 15% de los votos) y la inevitable izquierda federalista de comunición ex-comunista. Ser rival del PSC en Barcelona es una tortura, ya que requiere pactar con tantos y tan distintos compañeros de viaje de Sadam Hussein que, a la hora de la verdad, son casi más los grupos políticos de “oposición” los que acaban, de facto, apoyando más decididamente a su alcalde.
Madrid: El ascendiente político de Gallardón frente al ascendiente intelectual – moral de Ana Botella
Historia
Madrid es la capital de España desde que Felipe II, en pleno Imperio español, decidiera trasladar allí la Corte a causa de la suavidad de su clima, la cercanía al Escorial y la abundancia de terrenos de caza. Como pueden Ustedes observar, una amalgama de razones fundamentalmente pragmáticas que justificaban sobradamente la centralidad de Madrid ante el resto de los españoles, a partir de ese preciso instante convertidos en “de provincias”, lo que alentó un doble movimiento de atracción y deserción: atracción por la capital que despobló el páramo castellano y deserción antiespañolaza que alentó el alejamiento de algunas de estas provincias, las más periféricas, del proyecto hispano – madrileño. Indudablemente Madrid se benefició en buena medida de ambas reacciones a su capitalidad, pasando de unos 10.000 habitantes en el momento de constituirse en capital a 350.000 un siglo después, y creciendo sin cesar de forma desordenada hasta la fecha con el objetivo de aumentar el número de españoles orgullosos de decir “aquí de Madrid” y afanados en despreciar la periferia y sus patéticos intentos de acercarse a la grandeza de la capital.
Pero Madrid, para asombro e iluminación de España y el mundo, se dedicó a engrandecerse no sólo en lo que concierne a la población, sino también a las obras públicas, construyendo a lo largo de varios siglos cientos y cientos de palacios, iglesias y ministerios para mayor asombro de la Humanidad, y atrayendo a su vez a más población destinada a trabajar en los ministerios o las iglesias o, en general, para dedicarse al vicio clásico de los españoles: vivir del cuento, es decir, del Estado en sus diversas manifestaciones, algo reproducido en los últimos años en las administraciones autonómicas, envidiosas de la grandeza de Madrid sobre el particular.
Características
Madrid es, como todos Ustedes saben, la capital de España. Esto confiere a los madrileños una pesada responsabilidad que sobrellevan con estoicismo: albergar a todas las instituciones del Estado central, a todos sus funcionarios; permitir la llegada de multitud de extranjeros de países absurdos para que constituyan sus embajadas, representantes de países inferiores a España abrumados por la grandeza de nuestro país y su capital que vienen a aprender cómo hay que hacer las cosas; constituirse en sede oficial de las grandes multinacionales de los más variados sectores económicos; ser también la sede de todos los medios de comunicación, todas las asociaciones de carácter nacional, todos los museos y compañías artísticas importantes, y recibir con indiferencia y desprecio a asquerosos provincianos de toda índole que periódicamente osan hollar sus bellas calles con absurdas reivindicaciones de todo tipo ante el Gobierno central.
Todo esto, evidentemente, supone un quebranto de enorme cuantía para los sufridos pobladores de la capital, pasto, además, de las más variadas e injustificadas críticas, sólo compensadas por el privilegio que supone ser la sede, además de todo lo citado, del mejor y más elegante equipo de fútbol de todos los tiempos, el MEMYUC, símbolo y divisa de la ciudad de Madrid, y de España, en los ámbitos nacio e internacionales.
El ejemplo del MEMYUC ha iluminado a los próceres madrileños para hacer frente a tantos desafíos. Por un lado, solventando el enorme crecimiento de la ciudad exactamente como supera el MEMYUC sus problemas económicos: mediante el apoyo a un desbocado crecimiento urbanístico que excede los límites de la propia capital (véase nuestro análisis de la Comunidad de Madrid) y se manifiesta en continuas recalificaciones del suelo sospechosas de connivencia con el poder político. Por otro, creando un amplio y revolucionario conjunto festivo reflejado en los miles de saraos y fiestas privadas con “lo mejor” de Madrid que muestran a “el resto” cómo comportarse con todo el glamour y, sobre todo, dónde se ubica dicho glamour.
Su riqueza, su centralidad, y su capitalidad, hacen de Madrid un bocado apetitoso para todos los partidos políticos, una auténtica “Joya de la Corona”. Al menos así lo perciben todos los medios de comunicación, todos los ciudadanos madrileños, y los propios partidos, que consideran que en Madrid se dilucidará realmente quién ha ganado las elecciones, y sobre todo quién es el favorito para ganar las Generales del año que viene. La permanente confusión de Madrid con España efectuada por los medios de comunicación teóricamente nacionales pero dirigidos a Madrid y desde Madrid provoca una sensación en sus pobladores de “ser los mejores”, o al menos ser mejores que los demás españoles, patéticamente provincianos, y además sin necesidad de mostrar sus hondas raíces culturales radicalmente distintas a las de otras regiones de España para demostrar su intrínseca superioridad, sino haciendo justamente lo contrario, por elevación: Madrid “es” España, lo demás está ahí para hacer bonito y adorarlo.
Tras esta valoración, uno podría pensar que los partidos ponen toda la canne y la toltiya en el asador para hacerse con la capital, que así es, y que por tanto presentarán a sus primeras espadas para lograr tan preciado tesoro. Esto es verdad sólo en parte, pues tradicionalmente los partidos de la oposición han tendido a presentar candidatos exóticos mientras que el partido del Gobierno se dedica a presentar al alcalde, que a su vez llegó como candidato exótico de la oposición hace algunos años,… Una tendencia que responde a la convicción de que, en realidad, da exactamente lo mismo quién gobierne el Ayuntamiento de Madrid, pues su riqueza, su política cultural, e incluso determinados aspectos de su planificación urbana, no dependen de éste sino del desarrollo general del país, convenientemente reflejado en su capital. Ni Tierno Galván, ni Juan Barranco, ni Agustín Rodríguez Sahagún, ni por supuesto José María Álvarez del Manzano, han sido jamás relevantes para asegurar el desarrollo de Madrid, pues una ciudad tan grande y tan importante para el poder tiende a ser gestionada directamente por el poder mismo, relegando a los alcaldes a una función folklórica, inaugurando obras menores y asistiendo a distintos shows lúdico – festivos símbolo del compromiso del alcalde con su pueblo. Por eso el valor de la alcaldía de Madrid es, fundamentalmente, de carácter simbólico, supuesta antesala de la adquisición del poder central por parte del partido político que lo consiga, además, claro, del poder en términos de nombramientos municipales que confiere gestionar una ciudad de más de tres millones de habitantes.
Gallardón y el “factor Botella”
Para luchar por la alcaldía el presidente del Gobierno español, Joe Mary Ánsar, decidió designar a una de las principales moscas cojoneras del PP, Alberto Ruiz Gallardón. En aquellos momentos Joe Mary Ánsar era aún José María Aznar y las posibilidades de que el PP pudiera perder el Ayuntamiento de Madrid se antojaban enormemente remotas. Si incluso Álvarez del Manzano había conseguido retenerlo tres legislaturas, ¿cómo era posible que algún otro partido aspirara seriamente a la alcaldía frente a la mayoría absoluta del PP?
La designación de Gallardón fue, por tanto, no un premio de Ánsar sino un regalo envenenado para postergar al amiguito del grupo PRISA, obligándole incluso a soportar el majestuoso trágala de aceptar a Ana Botella de Ánsar en su candidatura. El PSOE, por otro lado, asumió desde el principio su derrota colocando al típico candidato exótico, Trinidad Jiménez, pensada para dar un toque de posmodernidad femenina al partido y gestionar honrosamente su segura derrota sin hacer demasiado el indio (pretensión esta última totalmente imposible desde el preciso instante en que Trinidad se puso a hacer campaña, nos referimos, naturalmente, a no hacer el indio, no a lo de ganar).
Ánsar permitió incluso que su esposa se presentara en la lista de Gallardón, algo humillante en alto grado para cualquier persona, en la convicción de que ni siquiera la previsible sangría de votos para el PP impediría la conservación de la alcaldía. Ánsar se retiraría “en el candelabro” y se reiría unos cuantos años del incauto Gallardón, viendo cómo su mujer le hacía sonrojarse y ocultar la cabeza diariamente con su discurso ultraderechista, sus ridículas pretensiones de constituirse en referente intelectual y su pacato sentido de la política social al más puro estilo siglo XVII.
Lamentablemente, luego vinieron el Prestige y, sobre todo, la guerra de Irak, y el respaldo político al PP se erosionó en un grado aún por determinar, pero que se nos antoja importante, en particular en Madrid, ciudad, como ya hemos indicado, enormemente sujeta a los avatares de la política nacional. Desde ese momento la lectura de la designación de Gallardón como candidato a alcalde viró 180 grados, pasando del desgraciado abocado a enterrar su carrera política como impotente y patético alcalde de la capital a “el hombre que puede salvarnos del desastre” que supondría la pérdida del poder allí. Como avales que le otorgan un valor añadido al candidato destaca, fundamentalmente, la alta estimación pública, según indican las encuestas (cercana al 70%), de su persona y su gestión como presidente de la Comunidad de Madrid, y su talante personal, moderado al menos en las formas y tendente al diálogo. Gallardón es, sin duda, uno de los mayores activos electorales del PP, razón por la cual fue postergado durante años (según la clásica doctrina de “el que se mueve no sale en la foto”, sobre todo si se mueve en relación al nefando Polanquete), y motivo de que ahora, en un momento de máxima debilidad política de Ánsar, sea visto otra vez como posible sucesor.
El mejor de los mundos posibles para Gallardón, en este sentido, es que el desastre electoral del PP sea mayúsculo pero él alcance la victoria en Madrid, agrandando su importancia para el partido y siendo visto a partir de entonces como uno de los pocos políticos no quemados por el chapapote de la guerra. Si Gallardón gana pero los demás también su prestigio se diluirá, pasando a comportarse en función del plan original de Ánsar (a Gallardón ni agua, y además que se coma el marrón de soportar a mi mujer Dios sabe cuántos años); y si Gallardón pierde su potencial sucesorio, obviamente, también se diluirá salvo revolución anti Ánsar en el PP (y en cualquier caso, en una tesitura tal – pérdida incluso del Ayuntamiento de Madrid- no parece probable que, suceda quien suceda a Ánsar, pueda escaparse de la derrota en las generales).
Prospectiva
No es sencillo efectuar un pronóstico serio de las elecciones al ayuntamiento. Según el CIS la mayoría absoluta está así así, según las impresentables encuestas de tenderete que han publicado los principales medios de comunicación parece que el PP puede retener la alcaldía. Nosotros pensamos que la cosa, como en casi todas las ciudades y comunidades autónomas, dependerá básicamente de si la gente vota basándose en cuestiones locales (como quieren los candidatos del PP) o basándose en cuestiones de política nacional (como quiere toda la oposición y, sorprendentemente, el propio Ánsar). Un candidato como Gallardón, poco significado, incluso sutilmente desmarcado -en las formas al menos- de todo el chapapote bélico, lo tendría muy fácil frente al desierto opositor si no contara, nuevamente, con el factor Botella. La pregunta es ¿avalaría con su voto la relevancia política, la presencia intelectual, e incluso la “persona humana” de Ana Botella de Ánsar? ¿Estaría Usted dispuesto a soportar al menos cuatro años más a semejante personaje? ¿Asume Usted el riesgo de que, una vez catapultado Gallardón a la política nacional, Ana Botella pase a ser su alcaldesa, se la encontrara en todos los telediarios, en todos los actos sociales, en todas las tribunas de opinión, y no ya en función del cargo de su marido, sino del de la propia Ana Botella? ¿Tiene Usted problemas de conciencia?
Aunque Botella logre movilizar a la derecha nacional – católica en su favor (sobre todo si antepone lo nacional a lo católico), es decir, a cuatro y el de la guitarra, aunque Botella aporte el apoyo espiritual de los Legionarios de Cristo Rey, y aunque el impresentable Gaydidato Mendiluce pueda arrebatar a la izquierda parte de los votos de este colectivo, perdidos para el PP gracias a la presencia de Botella (y pese a los esfuerzos en este sentido de Gayardón), no sólo se trata de los homosexuales. Votar en Madrid, con la presencia de Ana Botella, es más que nunca votar en clave nacional, es decir, votar a Ánsar.
Sevilla: Gracejo y elegancia para que todo siga igual.
Características
Dice un viejo tópico popular que Sevilla es lo mejor de España y, por ende, también lo mejor del mundo. Una vez más los más manidos tópicos al uso demuestran su veracidad. En efecto, la sabiduría popular, esa gran fuente de conocimiento inferido de la experiencia diaria, ajeno a los grandes canales de comunicación de las visiones zafiamente racionalistas (bueno, salvo tal vez Videncia TV), ha vuelto a dar en el clavo.
Porque Sevilla no es lo mehó der mundo por ser la ciudad con más renta per cápita, o más calidad de vida, o mejor clima, o más desarrollo en I+D per cápita ni mariconadas de esas. Sevilla es lo mehó porque es la ciudad más bonita de España, con mayor jolgorio, arsa y tronío de España y con mayor observancia de las tradiciones que cimentan la mentada sabiduría popular, desarrollan los bellos monumentos aristocrático – religiosos que conforman su belleza y son motivo de celebración con continuas festividades. Es preciso aclarar que Sevilla no es un rara avis español sobre este particular, bien al contrario, es símbolo y divisa de nuestro país ante el mundo, el máximo representante de una forma de entender la vida que nos ha hecho al mismo tiempo grandes y diferentes. Por eso sólo es preciso ser lo mehó de España para, automáticamente que diría Cruyff, serlo también der mundo.
No siempre fue así, naturalmente. Hubo un tiempo en que Sevilla fue vista con muy malos ojos por el resto de España, allá por el siglo XVI, cuando la ciudad era sede de todo el comercio con las Indias, lo que la convirtió en la ciudad más grande y con más boyante economía de España (el 50% del PIB). Los señoritos de Madrid se dieron cuenta de la felonía y decidieron convertir Sevilla en un ejemplo del camino a seguir por el resto de los españoles, gastándose todo el dinero de las colonias en absurdas empresas exteriores para salvaguardar la religión y construyendo, por un lado, cientos de monumentos religiosos para conmemorar victorias frente a los herejes y posteriormente, cuando las cosas ya no iban tan bien, más monumentos religiosos ejemplo de penitencia cara al Altísimo; y por otro, miles de palacios, palacetes y casas de recreo para la aristocracia que, ya dueña de todas las tierras colindantes con Sevilla en un radio de 500 kilómetros, decidió aparecer por ahí de vez en cuando para dejar claras dos cosas: que ahí mandaban ellos y sólo ellos, y que su mandato iba a consistir, fundamentalmente, en organizar todo tipo de fiestas y saraos para regocijo del pueblo sevillano, eliminando toda actividad productiva (y si alguno se quejaba, se utilizaba la Santa Inquisión para quemarlo en la plaza pública y así, de paso, se celebraban aún más fiestas).
Así se mantuvo Sevilla durante siglos y siglos, hasta que un día los señoritos de Madrid decidieron que ya era hora de utilizar los modernos sistemas de comunicación para llegar a la Feria de Abril y otros espectáculos culturales lo más rápido posible, y decidieron hacerlo a la antigua usanza: mediante los Presupuestos del Estado. El AVE Madrid – Sevilla permitió que se plantaran en mitad de la plaza de la Maestranza justo cuando Curro Romero iba a comenzar la faena y volverse a los saraos madrileños, más sofisticados y cool, antes de anochecer, después de disfrutar de los quince minutos en los que Curro, magistral, hacía una vez más el ridículo. Sin embargo, algo salió mal. Sevilla, gracias a las ingentes obras de la Expo 92 desarrolladas como excusa para construir el AVE (a su vez excusa para ir a ver a Curro), parecía que por fin conseguiría salir parcialmente, al igual que el resto de España, del pozo socioeconómico en que llevaba siglos para entrar en la Modernidad.
Pero ojo, sin renunciar a las genuinas características que determinan la especificidad de lo sevillano como extensión del carácter español, por ejemplo:
– Las riadas de histeria colectiva que siguen viviéndose en cualquier festividad religiosa que se precie (antológica la espantada de miles de personas en plena Semana Santa hace tres años por motivos aún sin dilucidar, y antológicas también las múltiples escenas de devoción al Cristo de la Macarena y la Virgen del Gran Poder -sí, bueno, es al revés, permítanme esta exhibición de desconocimiento gratuito para darme el pisto de “qué pedazo de laico soy”-, que nos retrotraen a tiempos y países mejores en lo espiritual, como la Edad Media y Filipinas, respectivamente).
– Sin perder tampoco, naturalmente, buen el humor, como esa espectacular demostración del humor negro andaluz salpicado con virutas de gracejo sevillano que fue la boda de la Elefanta, con gritos (al borde de la histeria, esta vez a causa de las carcajadas que muy profesionalmente logró aguantar la mayoría del público) de “¡guapa!” a su paso que pertenecen, desde entonces, a los anales del humor surrealista español.
– Mostrando, continuamente, un profundo respeto por la Tradición en todas sus formas, ejemplo de lo cual es el sin par barrio de Los Remedios, emplazamiento de la Feria de Abril pero, sobre todo, barrio que aún a día de hoy, y a pesar de los intentos de algunos vendepatrias por provocar la pérdida de su singularidad, sigue denominando a prácticamente todas sus calles, plazas y avenidas o bien con nombres de vírgenes (uno puede pasear por la calle Virgen de Araceli, pasar a Virgen de Robledo, girar por Virgen de Montserrat y acabar llegando a Virgen de Guaditoca; ¡todo el rato pisando terreno Virgen!), o bien alusivos al Glorioso Alzamiento de 1936: no en vano uno llega al Barrio de los Remedios a través del Puente del Generalísimo, cruza por la Glorieta del Alférez Provisional y luego girar a la izquierda para tomar la Calle Presidente Carrero Blanco (¡todo el rato pisando terreno Nacional!). Como siempre. Con ese sabor añejo de las cosas que nunca cambian, porque ¿para qué cambiar?
– Y sin embargo, hay signos preocupantes de que algo está cambiando, pues si hasta la fecha el récord absoluto de manifestantes en Sevilla (excepción hecha de las manifestaciones pos 23 – F, residuo de la equivocada implicación ideológica de los tiempos de la Transición) lo ostentaban aquellos que se echaron a la calle en el verano de 1995, ejerciendo toda la presión popular que fuera necesaria para evitar el descenso del Sevilla a Segunda División B (por impago de impuestos, si no recuerdo mal); la sabiduría popular, nuevamente, bien entendida, surtió sus frutos, y el Sevilla permaneció en Primera un par de añitos más. Sin embargo, decíamos, síntomas preocupantes de abandono de lo más sagrado se han dado en los últimos años a raíz de las enormes manifestaciones contra la Operación Humanitaria Conjunta, un asunto en el que ni el Cristo del Gran Poder, ni Curro Romero, ni el fútbol tenían, en principio, arte ni parte. ¿qué está pasando? ¿Es este el paso previo a la definitiva desintegración de España?
Elecciones y candidatos
No teman. Los síntomas que auguraban un preocupante despertar de la Modernidad en sentido equivocado, de la ética calvinista del trabajo de raíz típicamente extranjera, de la visión estricta, carente de imaginación, de las leyes, en suma, del ateísmo, han sido apropiadamente mitigados por las excelentes gestiones de los alcaldes posteriores al show del 92 (Soledad Becerril, del PP, Alfredo Sánchez Monteseirín, del PSOE, y Alejandro Rojas Marcos, inefable presidente del PA), que hacían virtud del tópico hispano y gobernaron como sólo un español “de los de antes” sabe hacerlo: populismo barato, autoritarismo, desarrollo de nuestro sector empresarial más dinámico (la construcción), etc. La duda en estas elecciones no es tanto qué hará quien gobierne (previsiblemente, nada de nada), sino quién gobernará y, sobre todo, con qué apoyos. Porque el PA ha sido la clave de la ingobernabilidad en el Ayuntamiento de Sevilla desde hace años y años, apropiándose siempre que tuvo poder para decidir de la cartera de Urbanismo, sabedores de la importancia que ésta tiene en el aspecto crematístico.
En la situación actual, gracias, como en casi todos nuestros análisis, al buen trabajo del presidente del Gobierno español, Joe Mary Ánsar, y su Humanitarismo, el candidato del PSOE (el actual alcalde Monteseirín) parte con ventaja (en el 99 quedó por detrás del PP por un concejal, 12 y 13 respectivamente, pero gobernó gracias a los seis con que contaba el PA), lo cual le ha llevado a distanciarse del PA, cerrándose puertas ante la esperanza, suponemos, de que le bastará con pactar con IU. Si el PA, merced a sus convicciones intelectuales e ideológicas, prefiere pactar con el PP (es decir, si el PP le garantiza más urbanismo que el PSOE), la alcaldía estará pendiente de un hilo. Según la encuesta del CIS, PSOE + IU consiguen la mayoría absoluta por un pelo, un concejal más que PP + PA. Pero la encuesta del CIS, como repite el Gobierno siempre que tiene ocasión, se hizo durante la guerra de Irak, y la guerra ha terminado… ¿Se ha olvidado la gente de la guerra? Nosotros creemos que no; y, al parecer, somos prácticamente los únicos. La respuesta, el domingo 26 de mayo.
Valencia: La Reina de los Mercados arrasa con lo que le echen
Situación política en la ciudad
Básicamente, la política de la ciudad de València se resume en la constatación simple y palmaria de que el título de este comentario (“La Batalla Municipal en Valencia”) es una ficción cuando menos voluntarista. Porque el problema no es tanto determinar en qué términos se da la batalla electoral en la ciudad sino si ésta existe. Y, la verdad, parece que no.
Valencia, como tantas otras ciudades, fue socialista durante los 80. Más o menos, las bases del despegue de la ciudad de València, que del gris y tenebroso aspecto del franquismo ha pasado a convertirse en un fastuoso lugar donde la paella se ha hecho religión y se ha sabido aprovechar la tendencia a abusar de la estética kitsch de sus lugareños para convertir la urbe en lugar mítico dentro de los circuitos de la homosexualidad europea militante, fueron socialistas. Tan importantes realizaciones, sin embargo, no fueron suficientes para asegurar el gobierno a la última alcaldesa socialista. Clementina Ródenas, mujer con un carácter a mitad camino entre Loyola de Palacio y Pilar del Castillo (de las que, si hubieran abundado más, habrían hecho que España hubiera dejado de ser un país “simpático” con rapidez tatcheriana), vio cómo en 1991 una extraña coalición de regionalistas y populares le arrebataba la Alcaldía. Y, a partir de ese momento, todo cambió.
Rita Barberá, una gris política curtida en la democracia en Alianza Popular, era la agraciada candidata del PP que, colocada ahí para chuparse cuatro añitos de oposición, se encontró casi de rebote con la vara de mando municipal. Los socialistas, inicialmente, la minusvaloraron. Cuatro años después hubieron de rendirse a la evidencia. Rita Baberá, tras cuatro años de visitar mercados, poner macetas de flores y reirse de forma gilianamente ostentórea, sencillamente, se llevó por delante al PSOE, a sus aliados regionalistas y a todo lo que se le puso a tiro. Campechana y de trato excepcional con los ciudadanos, Barberá logró hacer pasar al mismísimo Vicente González Lizondo (sí, el que entregó una naranja a Felipe González en el Congreso de los Diputados y luego volvió a su escaño escupiendo… en la alfombra de las Cortes) por un político intelectualoide y alejado de las preocupaciones y sentimientos de los ciudadanos de a pie. Y acabado su primer mandato, en 1995, logró una rutilante mayoría absoluta. Que, ya en el 99, fue ampliada y repetida. Y hasta hoy.
¿Pueden cambiar las cosas? Pues no parece que mucho, ya que Rita no sólo no se ha desgastado sino que cada vez hace más labor de Alcaldesa. A lo largo de estos cuatro años Rita Barberá ha visitado todavía más mercados, puesto todavía más farolas y macetas, acudido a más barrios y, sobre todo, emitido más risotadas y repartido más abrazos. O sea, que la Alcaldesa de València es imbatible, o así lo parece. Y para ella no hay guerras que valgan, ni chapapotes, ni nada de nada.
Es cierto, sin embargo, que la labor del PSOE ha beneficiado enormemente a Rita Barberá. Frente a la huracán popular popular que es la Alcaldesa, el PSOE, a pesar de estar tentado, ha optado siempre por evitar competir en el mismo terreno de juego (el de las risas y la fanfarria festiva). No se atrevieron, y eso que contaban con el equivalente de izquierdas más indicado: la sin par Carmen Alborch. Para “no quemarla”. Tan sabia política lleva ya logrados 12 años de gobierno del PP en la capital valenciana (y se prometen cuatro más) pero, eso sí, Aborch ni se ha chamuscado un poquito. En ausencia del manido recurso a la búsqueda de la anti-Rita, podría el PSOE haber tratado de explotar la vía del rigor y la seriedad, afianzando algún candidato, por gris y desconocido que fuera, a base de presentarlo elección tras elección (recuerden, así llegó el mismísimo Ánsar al poder). Pero no, la sagacidad socialista ha entendido mejor cepillarse al candidato de las anteriores elecciones, siempre, a escasos meses de los siguientes comicios. Así, a base de puñaladas traperas del aparatchik de turno, se garantiza presentar siempre a un perfecto desconocido pero, eso sí, avalado por su brillante dominio de los entresijos orgánicos del partido. En esas está, para estas elecciones, Rafael Rubio.
Claves electorales
La emoción de estas elecciones es escasa. Como mucho, si se diera la perfecta conjunción astral de que el PP bajara mucho por la guerra, el PSOE subiera lo propio, IU también, y los partidos nacionalistas de turno lograran entrar en el ayuntamiento, entonces Rita Barberá podría perder la mayoría absoluta. Adicionalmente, el Recreativo de Huelva, aprovechando esa misma conjunción astral, podría ganar un título. Milagros que a veces se dan. Como que Rita pierda. E incluso que deje de gobernar.
Ahora bien, no parece muy claro que sea sencillo que algo así pueda ocurrir. No deja de ser increíble la aparente impermeabilidad de Barberá al desgaste, a pesar del chapapote de la Operación Humanitaria. Y es que, sobre todo, Barberá ha minado la moral de sus adversarios hasta niveles insultantes. Y esa, creemos, es la más importante clave. De forma exagerada y poco realista, son los propios rivales políticos del PP los que más imbatible ven a Rita Barberá.
En realidad, no lo es. Bastaría, creemos, con hacer algo de oposición política para lograr, como mínimo, algo de desgaste. El PSOE, muy preocupado en elegir candidato por medios nada pacíficos, al menos, ha empezado a dejar de meter la pata. A lo largo de esta legislatura han estado tan ocupados en su particular noche de cuchillos largos que nos han ahorrado la edificante oposición de legislaturas anteriores, basada en que Barberá era despreciable por:
– vaga (¡se despierta a las 12 de la mañana!)
– borracha (¡le encanta el JB!)
– binguera (como no quiere trabajar y se pasa el día amorrada a la botella Rita acaba indefectiblemente en el Bingo)
– bollera (¡Rita es homosexual!)
– putera (y encima, la muy cabrona, va de flor en flor)
Al margen de la veracidad o no de estas apreciaciones, lo que estaba fuera de toda duda era la vergüenza ajena que propiciaba en cualquier ciudadano sensato contemplar el contenido del argumentario de campaña anti-Rita que, en la práctica, llegaba a la calle. Se trata, con todo, de un caso paradigmático de cómo la bajeza, en política, puede no tener recompensa. En una ciudad de gentes amantes de la fiesta, del alcohol, de los juegos y, sobre todo, en la meca española de la promiscuidad sexual para gays, ¿cómo podìan tales acusaciones generar otro efecto que un aumento de la fascinación de los electores por su alcaldesa? Inasequible al desaliento y al cansancio, gritando, Rita Barberá representa tan completa y concienzudamente lo que el valenciano cree ver en sí mismo, que no es extraño que repita victorias electorales con facilidad. Los valencianos no sólo creen que de los pecados de tipo sexual (según descripción eclesial) el mismo Dios se ría. Piensan, además, que esos pecadores somos todos y, cuanto más, más admirables. Con Rita Barberá, tan valencianmente terrenal, encabezando la procesión.
Zaragoza: La isla en mitad del desierto
Metrópolis
Zaragoza, capital de Aragón, 2000 años de historia, bellos monumentos civiles (palacio de la Aljafería, sede del gobierno autonómico) y religiosos (la catedral de La Seo), es una ciudad provinciana que sería mimética a todas las que adornan los más diversos parajes del interior de España, todas ellas con un glorioso pasado y un lamentable futuro, de no ser por su importante población, ganada a lo largo de varios siglos no tanto a través del natural crecimiento demográfico de la ciudad (mitigado en Zaragoza, al igual también que en las otras ciudades provincianas, gracias precisamente a su glorioso pasado de guerras y purgas poblacionales por motivos fundamentalmente religiosos, de ahí la constante presencia de los mentados monumentos) cuanto a la peculiar situación del entorno y la lejanía respecto a otro centro poblacional de entidad.
Zaragoza se ubica en una posición privilegiada (a 300 kilómetros de Madrid, Bilbao, Barcelona y Valencia), suficientemente cerca como para constituirse en importante nudo de comunicaciones, pero suficientemente lejos como para que sus habitantes no se planteen demasiado huir a alguna de estas ciudades. El efecto beneficioso sobre el aumento de la población se complementa por el territorio que rodea a la propia Zaragoza, un páramo carente de recursos, de calidad de vida y de dinamismo (es decir, España) cuyos habitantes conforme nacen o bien ya están huyendo hacia las mentadas ciudades capitalinas o deciden arriesgarse, movidos por el amor a la Patria chica, a reservar un billete en el expreso regional que en el pasado aparecía cada dos meses y ahora, por lo general, nunca, para ir a vivir a Zaragoza.
Una vez en Zaragoza, los nuevos ciudadanos de la capital aragonesa adquieren conciencia de clase y se convencen, en un proceso de conversión mental también común a cualquier ciudad, pueblo o aldea español que se precie, de que en realidad su ciudad es “lo mehó der mundo”, pese a todas las pruebas que indican lo contrario. Los zaragozanos se manifiestan ufanos del hecho de serlo, pero la disparidad de opiniones sobre el particular, la grandeza de Zaragoza, con el resto de la población de España y el mundo aboca a Zaragoza a un grave problema: es una ciudad grande, pero nadie les hace ni caso, y como es un poco frustrante pasearse por la ciudad como diciendo “aquí estamos” sin que nadie se percate de ello, más ahora que el único signo de identidad que lograba evitar que absolutamente nadie fuera de Aragón tuviera la más mínima noción de la existencia de esta ciudad, el Real Zaragoza CF (el mejor equipo de todos los tiempos en la comunidad autónoma de Aragón, y accesoriamente mi equipo), está en la Segunda División (aunque por poco tiempo, eso sí), los zaragozanos han optado por una solución “de manual” en el comportamiento de cualquier español: quejarse y presionar con todo lo que tienen, que tampoco es mucho, para sacarle algo al opresor Estado Español. Hablamos, claro, del agua del Ebro.
Análisis
Varios son los asuntos puestos sobre la mesa ante la perspectiva de estas elecciones municipales en Zaragoza, algunos comunes a otras ciudades españolas (la vivienda), otros comunes a todas las ciudades españolas salvo Madrid (las comunicaciones), y otras, claro, específicas de la ciudad (el agua):
– El agua: Como ya relatamos en nuestro análisis de las Elecciones Autonómicas, la cuestión del agua ha inundado la política en Aragón, y obviamente también en Zaragoza, convirtiéndose de facto en el principal eje de campaña. La manifestación de 400.000 personas contrarias al trasvase tendrá un peso indudable en la selección de opciones políticas que decidan los ciudadanos, perjudicando al alcalde José Atarés (PP). La cuestión clave en esta materia es si realmente el PHN pesará en igual medida en las municipales que en las autonómicas, donde la debacle del PP se da por segura.
– La vivienda: El afán integrador de Zaragoza comentado más arriba, como punto de confluencia de miles y miles de desposeídos que huían del páramo turolense o zaragozano para encontrar algo inusitado en sus vidas (más seres humanos), obligó, para acelerar el proceso, a que Zaragoza se extendiese más y más, hasta constituir el término municipal más grande de España, favorecida en este empeño, naturalmente, por la ausencia de obstáculos naturales o poblacionales, pues el desierto es amplio en todas direcciones y el desierto poblacional también, no sólo por la huida previa de los desgraciados que pudieran haber vivido allí en el pasado sino por la ausencia de una industrialización suficientemente fuerte como para crear alrededor de la ciudad un complejo marginal – industrial que ni el de New Jersey que convirtiera pequeños pueblos en enormes ciudades dormitorio al estilo de Badalona o Alcorcón. Pero pese a estas excelentes condiciones previas para generar vivienda barata, la dinámica urbanística en Zaragoza ha sido justamente la contraria, encareciendo el precio del suelo a niveles inauditos a causa, fundamentalmente, de la no liberalización del suelo, es decir, por causas políticas, alentadas por ayuntamientos tanto del PP como del PSOE. ¿Especulación? Puede ser, pero téngase en cuenta el trauma colectivo de la región como tierra enorme, despoblada, llena de pueblos abandonados. A esta gente ingrata que huyó de sus lugares de origen Zaragoza les haría ver lo que vale un peine, mostrándoles el valor de tener vivienda propia (más concretamente, una hipoteca a 50 años para tener un pisito de 90 metros cuadrados a sólo 10 minutos del centro, en coche, naturalmente).
– Las comunicaciones: gran caballo de batalla de Aragón (no sólo de Zaragoza) durante años y años, el convencimiento implícito de que lo de Teruel “no tiene solución” y que lo único que tiene alguna posibilidad de pintar en España es Zaragoza ha llevado a centrar todas las reivindicaciones en este capítulo en mejorar las comunicaciones de la capital, aprovechando su condición de nudo de comunicaciones. El alcalde podría haberse apuntado un buen tanto con la parada del AVE Madrid – Barcelona en Zaragoza, pero los retrasos en las obras reducen aún más sus posibilidades de mantener el puesto.
– Dimensión ontológica: Por último, subyace detrás del debate político en la capital aragonesa la frustración derivada del contraste entre lo que se supone que pinta Zaragoza en el contexto español y lo que realmente pinta. Aunque cualquier ciudadano español debe asumir que su ciudad, salvo Madrid o Barcelona, no admite comparación, en términos de peso político, con el último villorrio del País Vasco, el caso de Zaragoza resulta especialmente sangrante: la gente “está ahí”, en mitad del páramo, no se sabe muy bien cómo, sin que nadie repare en ellos. ¿Qué hacer para superar este abandono? Más allá de agitar el señuelo del agua del Ebro para generar contrapartidas, la solución al “dilema existencial” de Zaragoza no es cuestión sencilla.
Candidatos y prospectiva
Zaragoza era un sólido bastión del PP, como casi toda España, desde las elecciones municipales de 1995, con la llegada de “La Rudi” (Luisa Fernanda Rudi, conocida con este cariñoso apelativo propio de las más acreditadas verduleras del Mercado Central), cuya gestión moderada (no hacer nada, y en consecuencia cometer pocos errores) fue apreciada por los ciudadanos con la masiva reelección en 1999, y fue también apreciada por el ojo clínico del propio Presidente del Gobierno español, Joe Mary Ánsar, que en una dinámica más o menos habitual con los primeros espadas del PP en el ámbito local y regional (Juan José Lucas, Celia Villalobos, Eduardo Zaplana), le obligó a abandonar la alcaldía para ocupar el puesto de Presidente del Congreso de los Diputados a partir del año 2000, donde la afinidad personal e intelectual de Luisa Fernanda con el propio Ánsar la llevó a realizar una excelente labor, rivalizando con el paradigma de la gestión imparcial (bien es cierto que en un ámbito sutilmente diferenciado), Alfredo Urdaci, Director de Informativos de TVE. Luisa Fernanda fue sustituida por el segundo de a bordo, José Atarés, quien también realizaría una labor en líneas generales positiva, mostrando un perfil dialogante, pero que se vería asimismo beneficiado por la firmeza, la política basada en las convicciones, del propio Ánsar con el PHN y la Acción Humanitaria Conjunta. Ahora mismo Atarés lo tiene complicado para reivindicar su gestión (las obras públicas palidecen rápidamente en las ciudades grandes frente a la clamorosa ausencia del alcalde en la mentada manifestación anti PHN, ya saben, la famosa oposición de pancarta de la coalición radikal socialcomunista).
Frente a Atarés se sitúa Juan Alberto Belloch, el superministro de los últimos años de González que en 1999 sufrió una derrota sin paliativos a manos de “La Rudi”, viéndose afectado, entre otras muchas cosas, por su sospechosa condición de “cunero”, pues Belloch no sólo venía de la política nacional, sino que además, pecado imperdonable en una nación plurinacional, plurirregional, pluricultural, plurilocal como el Estado Español, Belloch es un pérfido extranjero nacido en Teruel, provincia a la que todos los zaragozanos quieren mucho pero en la que a nadie se le pasaría por la cabeza poner lo más mínimo de su parte para desarrollar mínimamente. A favor de Belloch hay que decir que se mantuvo los cuatro años de concejal del Ayuntamiento, intentando ganar apoyos sociales por la vieja vía (ya saben, reuniones con asociaciones de vecinos, comisiones de fiestas patronales, ONG, la clásica alta política) y buscando un perfil propio de sabor acendradamente local.
En los últimos meses Belloch ha decidido implicarse con un proyecto que no sabemos si le dará muchos votos pero al menos es valiente: la defensa de Linux frente a Windows como sistema operativo de la Administración local y, como evolución de lo anterior, apostar por las Nuevas Tecnologías como opción diferencial de la ciudad. A la espera de ver en qué medida dicha profesión de fe en la Nueva Economía está asentada en raíces sólidas o sólo se trata de palabrería barata, sí que aparecen algunos síntomas positivos, no sólo por la resonancia que dicha iniciativa ha tenido en el plano internacional (entrevista de Belloch con la revista Wired, Biblia de las Nuevas Tecnologías, e inexplicablemente una empresa con beneficios), sino porque Belloch, por lo que sabemos, no se ha limitado a decirlo y quedarse tan pancho, sino que ha tratado de rodearse de gente versada en la materia (técnicos, no asesores con MBA especializados en hacer estudios de viabilidad). Independientemente de en qué quede tal iniciativa, sí que hemos de considerar su importancia como asunto capital de debate, y además en dos planos diferenciados, que excede el modesto análisis municipal que hacemos aquí: ¿Debe Europa buscar alternativas al dominio de Microsoft? ¿Pueden las Nuevas Tecnologías deslocalizar la producción y generación de riqueza, posibilitando el desarrollo en mitad del desierto? La respuesta a ambas preguntas es clara, la cuestión, naturalmente, es cómo hacerlo.
Por último, entrando en el sucio juego numérico (y asumiendo, como haremos en casi todos nuestros análisis, que la Acción Humanitaria pasará factura al PP en todas las ciudades grandes en mayor medida de lo que podría sospecharse), nuestra fuente habitual en estas cuestiones, el Heraldo de Aragón, ha realizado un sondeo en el que se refleja un empate técnico entre PP y PSOE a 12 concejales, la desaparición de IU y la condición, nuevamente, de PAR (tres) y CHA (cuatro) de árbitros de la alcaldía, en mayor medida que en las Autonómicas. Con estos datos, y asumiendo los réditos que, con independencia del resultado final, ha arrojado la clarividente acción de gobierno de Joe Mary Ánsar en términos de política de alianzas, la llegada de “Luis Fernando” Belloch a la alcaldía parece lo más probable.
La Batalla electoral Vasca: La Madre de todos los Estados Libres Asociados
Política vasca y Elecciones Autonómicas
LPD aspira a ser un referente ineludible en materia de información y opinión política en España. Para ello, creemos imprescindible alejarnos de lo que son los tics periodísticos más clásicos de la prensa nacional. Y, en concreto, de esa omnipresencia de la política vasca en la vida pública española. Que los medios de comunicación empleen aproximadamente un 50% de su tiempo dedicado a la información política a dar cuenta de los avatares y cuitas de las luchas políticas en una de las 17 Comunidades Autónomas del Estado nos ha parecido siempre un tanto exagerado. Haga recuento el ciudadano, y descubrirá que conoce y reconoce al Presidente de esa Comunidad Autónoma, a los líderes de los respectivos partidos políticos de la misma, a algún alcalde de grandes ciudades de la región… por no hablar de su amplio grado de conocimiento de iniciativas legislativas varias de ese parlamento, de si se aprueban o no los presupuestos y de toda una serie de datos y cuestiones que, la verdad, nos la traen al pairo en cualquiera de las otras Comunidades Autónomas. Incluso, de la propia.
Esta campaña electoral es, como casi siempre, un ejemplo de ello. A pesar de que en el País Vasco no hay elecciones autonómicas (recordarán que éstas ya tuvieron lugar hace un añito escaso) sino únicamente municipales, prácticamente ha sido constante y diario el bombardeo sobre la situación política en Euskadi, los problemillas derivados de las actuaciones de los radikales y de su antidemocrática pretensión (¡faltaría más!) de concurrir a unas elecciones españolazas y los rollos de rigor sobre la firmeza contra el terrorismo del Presidente Ánsar. ¡Basta ya! LPD pretende por ello poner en su sitio a la parte vasca de los comicios. Y comentarla sólo en su justa medida. Estamos ante unas elecciones de ámbito general, en las que se juegan los ciudadanos y los partidos políticos muchas y variadas apuestas, de las que la cuestión vasca es sólo una, de tantas, cuestiones.
No obstante, no puede negarse que sí hay un aspecto vasco que, en clave españolaza, adquiere tintes no dramáticos pero sí importantes. Como casi siempre en Euskadi, parece que es..
Ahora o nunca
Tras el éxito del Lehendakari Ibarretxe con su apuesta en las pasadas Elecciones Autonómicas (con un discurso radicalmente escorado en torno a dos ideas fuerza: la orillación de Batasuna -con la que se negó a entablar todo tipo de diálogo- y, sobre todo, su apuesta de redefinición de la incardinación constitucional y estatutaria del País Vasco en España), estas elecciones municipales son el primer momento en que va a poder comprobarse el respaldo popular a estas tesis.
Si hay algo que no puede negarse al PNV es la claridad con la que, en este caso, ha expuesto su apuesta ¿soberanista? Los ciudadanos son conscientes de que votar PNV supone expresar, en cierta medida, el deseo de que se profundice en la vía marcada por el Lehendakari. Y, paralelamente, de que votar por PP o PSOE equivale a manifestar desacuerdo (en diversos grados) con estas intenciones. Debido a que hasta la fecha este planteamiento del PNV ha sido bien acogido por importantes partes de la ciudadanía (sobre todo en Guipúzcoa y en Vizcaya, con los relativos agujeros negros de sus respectivas capitales), las elecciones autonómicas son un importante muestreo que permitirá indicar hasta dónde puede llegar el apoyo al plan Ibarretxe. Porque no se puede olvidar que esta estrategia, que cuenta con el relativo mérito de ser independiente de los objetivos de ETA y sus organizaciones afines, tiene una clara debilidad: sólo con un respaldo claramente mayoritario y territorialmente homogéneo podría el PNV aspirar a llevarla a cabo de forma legítima.
Así pues, dos son las grandes cuestiones de estas elecciones locales en el País Vasco, dos los asuntos en torno a los que se plantea la manida (y falsa) sensación del “ahora o nunca”. De una parte, la evolución del voto alavés, auténtica sima nacionalista. De otra, la captación del votante de Batasuna, huérfano tras la ilegalización de la formación y de las listas que habían ocupado ese espacio político.
La batalla de la Diputación Foral de Álava y la lucha por Vitoria
La gran escalada electoral del PP en toda España y en el País Vasco, junto a la crisis del tradicional gobierno tripartito que desde la transición hizo compartir responsabilidades en el Gobierno a PSOE y PNV, permitió que tras las elecciones municipales de 1999 se diera una situación inédita: Álava, la provincia vasca con menos voto nacionalista, aun sin modificar excesivamente la distribución de los sufragios, iba a tener por primera vez un gobierno foral sin participación del PNV. Y, de la misma forma, Vitoria pasaba a ser gobernada por una coalición PP-PSOE (al igual que San Sebastián a partir de esa misma fecha, aunque la situación era allí distinta por haber estado ya en el poder históricamente el PSOE aunque en coalición con PNV y EA). A partir de ese momento, la tercera provincia vasca se convierte en un territorio de batalla prioritario: porque el proyecto Ibarretxe no puede desconocer la existencia de una provincia no controlada y necesita embarcarla so pena de socavar uno de los elementos esenciales de la vertebración política vasca (la foralidad provincial). Cuestión no menor si tenemos en cuenta, por ejemplo, que fue el origen de la dimisión de un Lehendakari (Garaikoetxea), propiciada por un PNV férreamente aferrado a la tradición foralista.
Así pues, conservar Álava y la ciudad de Vitoria son objetivos importantísimos para PSOE y PP (especialmente para este último partido) debido a que su hipotética conquista por parte del PNV allanaría en gran medida el camino a Ibarretxe. Por otra parte, y aun en ausencia de este elemento, tampoco ha de perderse de vista que, en última instancia, una renovación de la actual mayoría daría carta de naturaleza definitiva a una forma de gobierno radicalmente distinta a la que ha sido la norma en los años de autonomía vasca, con el asentamiento de mayorías absolutamente ajenas al nacionalismo. Lo que por sí mismo ya tiene no poca importancia.
La batalla por el voto de Batasuna
En gran parte, el resultado de la referida batalla alavesa vendrá determinado por la capacidad que tenga el PNV de captación de votantes de Batasuna. La apuesta de PP y PSOE es, en este sentido, arriesgada, ya que la posición política en el País Vasco del PNV puede reforzarse enormemente si se produce un trasvase generalizado de votos. Si tal cosa ocurriera, Álava podría casi darse por perdida dado el previsible bajón del PP por el efecto Chapapote, el efecto Operación Humanitaria y el Efecto Ánsar.
En el otro lado de la balanza, en cambio, el PNV, que en principio acogió con una moderada y pragmática satisfacción la desaparición de lo que entendió como un rival electoral más que como un hipotético socio, empieza a verle las orejas al lobo. El voto de los abertzales puede no ir a parar al PNV sino distribuirse entre el ejercicio de anulación del derecho de sufragio (por proedimientos varios) para manifestar la protesta ante la ilegalización de Batasuna, y el apoyo a Aralar, escisión de Batasuna que condena la violencia terrorista.
Y el PNV ya no está, ni mucho menos, tan contento y confiado. Ha empezado a descubrir que el votante nacionalista no es suyo per se, que no bastaba la desaparición del aparato político afína ETA para apropiárselo gratuitamente. Y, claro, no le gusta nada. Porque si la ausencia de Batasuna, caso de que sus votantes apoyaran el Proyecto Ibarretxe, podría haber deparado unos resultados históricos al PNV (y más tras la Guerra de Irak), esta misma ausencia, si los votos simplemente se pierden, convertirían a PP y PSOE en mayoritarios. E incluso les permitiría albergar esperanzas de controlar, por ejemplo, un Ayuntamiento tan emblemático como el de Bilbao. Se trataría de un vuelco radical, que devolvería a la capital económica vasca un Gobierno “como los de antes” (denominado así en opinión de muchos vascos y de muchos españoles, apelación empleada para bien o para mal según los casos, y de cuatro formas distintas). Hipótesis extrema, poco probable, pero a la que los acontecimientos de campaña, en la que el PNV ha podido comprobar que el tránsito de votantes de Batasuna a sus listas no era ni mucho menos incentivado por el stablishment abertzale, comienza a dotar de cierta verosimilitud.
¿Y qué puede pasar?
Pues en LPD creemos que, como casi siempre, los resultados electorales en las municipales vascas dejarán las cosas, más o menos, como estaban y como es de prever que evolucionen. Se cargarán, una vez más, esa pretensión de trascendencia (“ahora o nunca”) que pretende conferírseles. Y convertirán la próxima cita electoral en la próxima cita trascendental.
Así, el PNV subirá algo y aprovechará parte del voto de Batasuna, pero no mucho. Aralar recogerá una pequeña porción, que sólo le dará representación en pequeños núcleos de población, pero no en las capitales. Habrá bastante voto nulo (entre el 5 y el 10%). Y las fuerzas seguirán equilibradas, siendo posible que, incluso, la situación en las grandes ciudades permanezca prácticamente inalterada (tanto a nivel de reparto de poder, descontada Batasuna, como a nivel de pactos de gobierno).
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