Asturias

Si estamos frente a un nuevo 36, aquí cabrá buscar el 34


Asturias, patria querida

Asturias no es una Comunidad Autónoma más de las Españas, de España o del Estado español (elijan lo que más les guste). No. Asturias es España. En Asturias se constituye la esencia de la nación española moderna en sus sentidos mítico, epopéyico, emocional, ético e histórico. Porque si España ha sido y es algo en el mundo lo es gracias a su oposición a los moros. Un elemento que bianualmente la Vuelta Ciclista a España celebra con la mítica etapa culminada en Lagos de Covadonga y que es el que, blandido como seña de identidad, permite a nuestro país, cuando lo exhibe orgulloso, salir del Rincón de la Historia como si tal cosa.

En tal estado de cosas, la pregunta es obvia, ¿tiene sentido que Asturias sea una Comunidad Autónoma? Pues pareciera evidente que no, dado que se confunde con la misma y grande España (y no sólo con la provincia de León, eternamente reclamada por los astures más incapaces de comprender que, puestos a reclamar, podrían exigir todo con la excepción de ciertas partes de Galicia y los irreductibles vascones). Ahora bien, desde el momento en que La Rioja, Murcia o Cantabria adquirieron carta de naturaleza territorial y política, ¿cómo negar a Asturias esa misma condición?

A partir de ese momento, comienza la trabajosa labor de “construir una identidad”. Como en tantas y tantes regiones de España los asturianos han recurrido al manido atajo del bable, perimportante lengua (además de permonina, perhermosina y perguapina) que ciertos grupúsculos atizan con la legítima intención de conseguir representación parlamentario y organizar un nacionalismo asturianu que “decida en Madrid”. La ventaja del bable es que en el resto de España se ve con simpatía, ya que todos nos sabemos hijos de los astures y de su forma de hablar. La desventaja es, precisamente, que como elemento de comunión regional en clave nacionalista es poco útil precisamente porque todos los españoles… vemos al bable como un castellano pronunciado de forma simpática.

Y es que Asturias, guste o no, está inevitablemente asociada a España. Un país con autonomías organizadas deprisa y corriendo que tuvieron que inventar en muchos casos nombres, himnos y banderas. Cuando no, como los asturianos, recurrir a canciones populares tan acendradamente asociadas a las intoxicaciones etílicas como el “Asturias Patria Querida”. Al baldón que puede suponer para una región que una canción de borrachos sea su himno regional (por mucho que esté vinculada a la región en cuestión, la cosa no es seria; imaginen a La Rioja asumiendo como himno el “El vino que tiene Asunción…”)se une en el caso de Asturias un factor mucho más grave en la actual España de las Autonomías con rasgos diferenciales: que es el himno oficioso de los borrachos de TODA España. ¿Qué afirmación territorial puede lograrse así? En cualquier caso, el Parlamento de Asturias, en un esfuerzo encomiable por tratar de dotarse de contenido y de mostrar al mundo su necesidad, aprobó una “Ley de Himno Regional Asturiano” en la que se contempla la obligación de cantarlo con “respeto y solemnidad” (o algo semejante). Así que ya saben que, si se les ocurre ponerse a ello sin la debida actitud, estarán incumpliendo las leyes asturianas.

Política asturiana

Asturias es una región roja, con la rutilante excepción de Oviedo. Al menos, en el imaginario español. Mineros y pequeños pescadores, más la posterior industrialización en torno a Gijón, han conformado el mito de un tejido social asturiano “de izquierdas”. La República, el 34 y la Guerra Civil cimentaron este mito, que reverdeció sus laureles con las sucesivas mayorías socialcomunistas tras la implantación de la autonomía.

Hasta que en 1995, en plena escalada del PP, la sorpresa noqueó a toda la izquierda española. Se había perdido Asturias. Durante cuatro años el PP puso toda la carne en el asador con su reluciente mayoría “suficiente” a salvo de coaliciones de rojos radicales gracias a la estricta observancia que la federación asturiana de IU hizo de la estrategia del  sorpasso-pinza omisiva (de manera, todo sea dicho, electoralmente suicida, como luego pudo verse). Y, un año después, el PP ganaba las Elecciones Generales en España y un asturiano, Francisco Álvarez Cascos, bruñidor de mayorías populares aquí y acullá, era recompensado con una Vicepresidencia.Todo pintaba fenomenal para el PP asturiano, con la izquierda en franca retirada e incapaz de destrozarles.

En ausencia de peligro rojo, fue el propio PP quien optó por descuartizarse. El Presidente de la Comunidad Autónoma acabó desposeído de la confianza de Cascos, y todo se fue al garete. Con la excusa de un problemilla organizativo en materia de Cajas de Ahorros (o sea, referido a la mejor fórmula de controlarlas políticamente) que se reducía a saber si éstas debían depender de los hombres del Presidente o de los hombres de Cascos, la guerra civil estalló en un PP que, por ello, afrontó roto las elecciones del 99. Y la izquierda (PSOE e IU) recuperó una cómoda mayoría parlamentaria que, la verdad, parece prácticamente imposible perder en esta reválida electoral dadas las condiciones en las que se juegan estas elecciones.

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