Aragón
¿Para qué queremos petróleo si tenemos agua?
Historia:
La Comunidad Autónoma de Aragón se caracteriza por una gran vitalidad en el trasvase continuo de responsabilidades de Gobierno de unos líderes políticos a otros e incluso de unos partidos a otros, de tal forma que la autonomía ostenta el récord absoluto de presidentes autonómicos (siete) que desde 1983, previa elecciones y/o moción de censura, van cambiándose el sillón de la comunidad autónoma. Esta aparente obsesión con trasvasar candidatos de una elección a otra contrasta fuertemente con lo que es el eje casi único, como veremos, de la política en Aragón: la negativa al trasvase, a cualquier tipo de trasvase.
No en vano el primer presidente de las Cortes de Aragón, Santiago Marraco (PSOE), fue sustituido rápidamente por Hipólito Gómez de las Roces (Partido Aragonés Regionalista, una mezcla entre el nacionalismo moderado de CiU y el regionalismo verbenero de Unión Valenciana), a consecuencia de la tibia oposición de Marraco a cualquier forma de expolio de la riqueza natural de Aragón (es decir, que no se significó lo suficiente en su superior devoción por el Agua). Su sucesor, consciente de los motivos por los que fue aupado a la presidencia, fue universalmente conocido como Hidrólitro por su obsesión hidrológica y su rechazo de plano a cualquier trasvase a otras regiones, notoriamente Cataluña, en aquella época el principal monstruo del debate político aragonés.
Por lo demás, Hidrólitro era un político competente y serio, nada amigo de corruptelas y componendas, que buscaba ante todo el bien de su región (por más que pudiera parecernos peculiar que cifrara el bien de su región en el agua del Ebro, es indudable que en esto comulgaba con el sentir mayoritario de los aragoneses), así que cara a las siguientes elecciones autonómicas su partido le agradeció los servicios prestados moviéndole del sillón y sustituyéndole por Emilio Eiroa, que gobernaría en coalición con el PP y comenzaría con ahínco a repartir chollos. Sin embargo, el entusiasmo repartidor duró poco, porque merced a un siniestro tránsfuga del PP (creo recordar, aunque resulte inverosímil que el Centro Reformista albergara Judas de este calibre en su seno) Eiroa era sustituido por José María Marco (PSOE), en un ejemplo más de los continuos virajes del voto en Aragón. Marco llegó al poder, moralmente avalado por el apoyo del tránsfuga, con un mandato claro: superar la negra historia de corrupción de sus antecesores. Y vaya si lo consiguió: en apenas dos añitos, Marco superó con creces las expectativas dedicándose al reparto continuado de prebendas entre los amiguetes y sobre todo para sí mismo, llegando al punto de que algunos especulasen con la posibilidad de que superase en el particular al Maestro Felipe González Márquez.
Tal atrevimiento le costó el sillón presidencial y su sustitución en las elecciones de 1995 por Santiago Lanzuela (PP), apoyado por el PAR. Corrían tiempos de regeneración democrática en España, una Segunda Transición en la que el nuestro dejaría de ser un país simpático, dejaría el rincón de la historia y ascendería a primera división. Todo esto estaba implícito en el discurso de Santiago Lanzuela, pero, de nuevo de forma inexplicable, los aragoneses no le agradecieron los servicios prestados y le sustituyeron por un Eje del Mal compuesto por PSOE, CHA y PAR; el cambio de bando de este último obedecía al cabreo mayúsculo con el PP al comprobar en sus carnes el abrazo del oso que los populares intentan hacer con todo partido regionalista folklórico que se precie: alentar la aparición de tránsfugas del partido regionalista en cuestión al PP, destacar las múltiples coincidencias programáticas entre ambos, ningunearlos, buscar eventualmente la aparición de “partidos sonda” para restarles votos y, al final, ocupar su espacio político. El gran beneficiado de la alianza contra el PP fue el PSOE, quien ostentó el gobierno en la persona de Marcelino Iglesias, hoy muy fortalecido gracias al rechazo popular en Aragón al Plan Hidrológico Nacional.
Claves electorales:
– El agua: Fundamental. Argumento político de peso en Aragón desde los tiempos de Joaquín Costa y su anacrónico regeneracionismo a través de la irrigación de los campos. Por razones que los que ven el asunto desde fuera no alcanzan a comprender, los aragoneses consideran el agua del río Ebro no sólo un recurso que les pertenece en exclusiva, sino una fuente de riqueza básica para su sedienta tierra, que contrasta con el fértil Valle del Ebro. El hecho de que, en la práctica, las fuentes de riqueza aragonesas vengan en mucha mayor medida de otros sectores económicos que de la agricultura, y el hecho de que no se observe un gran entusiasmo en Aragón por irrigar dicha sedienta tierra ni ejercer el supuesto provecho que arroja el agua, nos hace pensar que el agua del Ebro constituye, fundamentalmente, una carta de presión política a la que sólo se renunciaría si a cambio el Gobierno solventara algunos de los problemas acuciantes de la región, que desarrollamos a continuación.
– El despoblamiento: la población actual de la comunidad autónoma es más o menos la misma que a principios del siglo XX, pero además está mucho peor repartida que entonces, concentrándose casi en exclusiva alrededor de la ciudad de Zaragoza. Ha habido, por tanto, un doble proceso de emigración prolongada a otras regiones y a la capital, en vista de que ni la administración central, primero, ni la autonómica después, estaban interesadas en desarrollar mínimamente todo lo que no fuera Zaragoza como ciudad importante en mitad del páramo aragonés. Las medidas urdidas por la administración autonómica en los últimos años para paliar este despoblamiento, particularmente grave en la provincia de Teruel, consistentes básicamente en repoblar localidades abandonadas con inmigrantes y/o la sorprendente categoría político – social que catalogaremos como “superprogres” se han saldado con un gran fracaso: básicamente los inmigrantes veían el pueblo, agarraban las subvenciones del Gobierno y se largaban.
– Problema asociado al del despoblamiento es el de las lamentables comunicaciones de la región, tan malas como corresponde a cualquier región que no sea Madrid pero agravadas por su debilidad económica y demográfica y su escaso atractivo turístico, de manera que si la Comunidad Valenciana o Andalucía se ven momentáneamente beneficiadas por la necesidad imperiosa de los madrileños por llegar cuanto antes a sus playas (y por tanto disfrutan de autovías siempre que se dirijan a la capital), en el caso de Aragón los madrileños sólo ven esta región como un molesto lugar de paso hacia Barcelona, y viceversa, con lo que sólo la autovía entre ambas ciudades supone una mínima vertebración del territorio aragonés. Como es obvio en cualquier política de comunicaciones razonablemente hilada en función de los intereses de Madrid (es decir, cualquiera), los canales de comunicación de la comunidad aragonesa que no pasen por Madrid, o no supongan un beneficio para los laboriosos trabajadores madrileños en su afán de descansar de las tensiones capitalinas, se encuentran en un lamentable estado. Sirva como ejemplo la comunicación Zaragoza – Valencia, que este cronista ha tenido que sufrir en variadas ocasiones, sea en coche (4 horas), en autobús (5 horas), o en tren (6 horas y media) para una distancia de 330 kilómetros.
– En este contexto, puede entenderse la sensación de abandono que es generalizada entre la población aragonesa (aunque ellos mismos no sean conscientes de su importante parte de culpa en dicho abandono), que llega al paroxismo en el caso de la provincia de Teruel (pues Zaragoza concentra cierta producción industrial, cierto dinamismo, y además tiene autovía con Madrid, y Huesca vive bastante bien del turismo hortera – esquiador pirenaico), con 110.000 habitantes (por 330.000 a principios de siglo XX) que se hacinan en un páramo sin límites, sin industria, sin comunicaciones, sin turismo, sin clima, sin nada, en un único objetivo vital: huir.
– Situación de partida: Según los sondeos, o más bien el sondeo elaborado por el Heraldo de Aragón (principal, por no decir, único medio de comunicación de referencia en la región), la situación en la comunidad puede dar un importante vuelco en el que las posiciones de los dos principales partidos, PP y PSOE, se intercambiarían en votos, pero no en el gobierno, que mantendría el PSOE sin dificultades. Si en 1999 el PP fue el partido más votado con un 38% de los votos y 28 escaños, ahora bajaría nada menos que diez puntos de intención de voto, hasta el 28% y 20 escaños. El PSOE, con un 30% de los votos y 23 escaños en 1999, ahora ascendería hasta el 38% de los votos y 27 escaños, lo que no le otorga la mayoría absoluta pero le permite seleccionar su pareja de gobierno, el PAR o la CHA, a diferencia de lo ocurrido en 1999. El descenso del PP se daba por seguro, y la definitiva pérdida del gobierno también, desde mucho antes al estallido del Prestige y el show de la guerra, principales motivos de desgaste del PP a nivel nacional. Sin embargo, el motivo primordial del desgaste, el PHN, también obedece no a la política del PP en Aragón sino a la clarividente estrategia nacional del Presidente del Gobierno y del PP, Joe Mary Ánsar, convencido de “perder Aragón para ganar Valencia” con el PHN. Por el momento, lo único prácticamente seguro es la pérdida de Aragón, algo evidenciado desde la manifestación que en 2000 concentró en Zaragoza a 400.000 personas (un tercio de la población de Aragón y más de la mitad de los habitantes de la capital), y además otras sorprendentes estrategias políticas de Ánsar pueden garantizar la pérdida de todo lo demás.
Los kandidatos:
o Marcelino Iglesias (PSOE): Ha hecho Gobierno de pancarta, como todo el PSOE, agarrándose de forma providencial al PHN para garantizarse algo inaudito en la política aragonesa: repetir como presidente de la autonomía. Y todo para continuar de forma soterrada una política procatalanista que le lleva a garantizar la educación bilingüe en la llamada “franja”, porción de territorio del este de Aragón de donde es natural Iglesias y en donde se habla catalán (y parte del faraónico proyecto de “Els Països Catalans”); una política acorde, en cualquier caso, con sus orígenes y afinididades, a juzgar por su entusiasta activismo político en los míticos tiempos de la Transición, explicitado en algunos jugosos opúsculos reivindicadores del catalán y su espacio cultural en Aragón y, en suma, denunciantes de la escandalosa opresión ejercida durante siglos por el Estado español, más o menos en la misma época en la que Joe Mary Ánsar se manifestaba en contra de la traidora Constitución. Pecadillos de juventud, en ambos casos, que en principio no merecen más valor que el anecdótico, pero que resulta divertido recordar de cuando en cuando.
o José Manuel Alcalde, el candidato del PP, responde al afamado perfil de “hombre sin personalidad”, no en vano tiene que comerse el marrón de representar al PP en esta tesitura, lo que supone, además del “terrible acoso de los violentos” que en un momento dado podría acarrear el peligro de que le tirasen un huevo, administrar la caída del PP en Aragón.
o En cuanto a los demás candidatos, en los últimos años el nacionalismo en Aragón se ha duplicado en votos y en representación, sumando a la presencia más o menos estable del PAR la de su correlato en la izquierda, la Chunta Aragonesista, partido que defiende también las peculiaridades de Aragón respecto a España, ¿qué digo España? ¡El mundo! con frases antológicas correspondientes como “Aragón ye nazion” o “Aragón ye mundo”, desarrolladas en un idioma, la Fabla, cuya inexistencia total y absoluta hace veinte años no es óbice para que hoy se reivindique por doquier en la región como uno más de los símbolos identitarios que particularizan a los aragones frente al malévolo Estado español, y sin necesidad de poner al frente a un funambulista, cantautor o artista de variedades del estilo de Labordeta, no crean, sino a un señor que responde al folklórico nombre de Chesús Bernal, su fuerza electoral no cesa de crecer.
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