El ecopacifismo
Salvamos el mundo con dinero público y una sonrisa
Una de las experiencias que todos, nos guste hacernos pasar por marxistas o no, hemos tenido que pasar a lo largo de nuestro periplo vital por el siglo XX ha sido soportar las furibundas diatribas contra el Estado y sus gestores, la mundialización, la sociedad de consumo y el capitalismo en general proferidas por gentes de diverso pelaje. Uno de los grupos que más encendidamente asumen este credo y que a pesar de llevar años siendo desmentidos por los hechos, la realidad y todo lo que Ustedes quieran no se inmutan ni ven su prestigio social decrecer son los grupos que, bajo la bandera del respeto al Medio Ambiente y de la repulsa a las guerras y la violencia pretenden cambiar el mundo.
Los orígenes de la ilusión
Ecología y pacifismo nacen prácticamente como movimientos sociales e ideológicos mínimamente representativos de manera coetánea. De hecho a lo largo de la historia ambos han ido sorprendentemente unidos de la manita y por ello no es extraño que en la actualidad las más de las veces se confundan el uno en el otro o al revés. Salvo honrosas excepciones de gentes que en su locura verde manifiestan cierta coherencia y están en consecuencia a favor de exterminar a los “polucionadores” humanos para así salvar ballenas o lo que se tercie; o de pacifistas extremos que, conscientes de la necesidad de desarrollo económico que es precisa para la coexistencia pacífica, pretender sacrificar todo en aras de lograrlo industrializando hasta el Amazonas (casos ambos muy, muy, extraños) lo cierto es que lo que suele verse por ahí es un acabado pout-pourri que mezcla en dosis más o menos similares solidaridad con todos los pueblos, paz en la Tierra y un medio ambiente en todo su esplendor.
Como es evidente este tipo de ideas sólo pueden surgir en una época de bonanza en una sociedad rica. Cuando las viles necesidades materiales son menos acuciantes es mucho más sencillo ponerse a pontificar sobre el reparto de la riqueza, la innecesariedad de la guerra y el derecho de la nutria de río a disponer de un hábitat inmejorable. No sé si queda claro: es complicado encontrar en el seno de una población hambrienta y empobrecida a gentes que, al ver aparecer una cabra despistada por el poblado, traten de convencer a los demás de la conveniencia de respetar los derechos del bicho. Este comportamiento no se da o sólo es concebible en el rico del pueblo. Los demás, simplemente, quieren comer y les da igual el resto.
La bonanza económica vivida por los Estados Unidos en los años 50 y, sobre todo, 60, trajo desagradables consecuencias (una gran crisis económica años después, música infame, una moda que ha sido la tortura de generaciones …). Una de ellas fue la aparición de la gran ilusión: la Naturaleza es sabia, el hombre bueno, la guerra debe desaparecer y los bosques tienen que ser respetados. Lamentablemente algo tan bonito, sencillamente, no puede ser verdad.
La desagradable constatación de la existencia de un mundo real
Lamentablemente para tan bellos ideales las casa en las que vivimos no están hechas de caramelo, igual que las nubes de nuestros cielos no están compuestas de dulce algodón. El deseo de que el Medio Ambiente sea respetado y agredido en la menor medida de lo posible es algo compartido, a priori, por todos. De igual manera nadie podrá negar la grandiosa felicidad que supondría un mundo sin guerras ni ejércitos. Pero, como suele ocurrir en muchos casos, ciertas ideas caen en la más burda idiotología cuando no prestan atención a los límites de sus enunciados y confunden deseos con realidad.
La necesidad de proteger el medio ambiente (y ojo, no tanto en cuanto garante de la vida de otras especies animales o vegetales sino en tanto garante de unas condiciones de biodiversidad y salubridad que hagan posible la existencia de la vida humana) debe compaginarse y tener como primera orientación la necesidad de proteger a la raza humana. Es por ello que supeditar el crecimiento económico y la posibilidad de que la gente obtenga fuentes con las que nutrirse a la “afección cero” del entorno natural es, directamente, una aberración.
De igual manera la inexistencia de ejércitos y guerras es simplemente imposible, en tanto que caso de desprotegerse cualquier sociedad se ve expuesta al pillaje y la agresión de quienes, codiciando los muchos o pocos bienes de esta sociedad, vean en el recurso a la violencia un mecanismo cómodo de apropiación.
Ideológicamente ambas cuestiones, simplemente, viven fuera de este mundo. Esto es cosa sabida y no merece la pena abundar en ello.
Las ONGs y su inherente contradicción
Pero lo que, por encima de todo, convierte a una ONG eco-pacifista en una surrealista máquina de producir idiotologías y difundirlas a gran escala es la absurdidad de su propio ser, de su propia esencia. El ecopacifismo que repudia el liberalismo montaraz y la falta de rigor de los Estados para controlarlo es una clara y patente manifestación de, precisamente, liberalismo. A través de las organizaciones filopacifistas y ecológicamente agresivas de todo el orbe se llevan a cabo medidas y programas que, en rigor, corresponden precisamente al Estado. Estas asociaciones están produciendo una suerte de “privatización” de estas labores.
Privatización doblemente indignante porque, además, no se realiza en su mayor parte con dinero privado. Las ONG son máquinas de engullir subvenciones de las Administraciones Públicas (esas mismas a las que critican ácidamente por su falta de “compromiso”). De manera que, al final de la película, encontramos a unas organizaciones profundamente paradójicas, nacidas para protestar contra las actividades de quien les financia y para criticar un modo de gestión y de actividad que es precisamente el que ellas llevan a cabo.
No es de extrañar por ello que prácticamente ninguna ONG pueda presentar una cuentas mínimamente auditadas ni que los espectáculos que ofrecen las mismas en su gestión, ineficaz y derrochadora, sean patentes cada vez que alguna catástrofe hace aparecer sus actividades en la palestra (hay un terremoto y se dedican a competir entre ellas por ver quién manda más cosas más rápido mientras el Gobierno del país afectado pide, simplemente, que no envíen más porquerías sino los útiles que realmente les hacen falta, por ejemplo)
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