LPD LOW FARE: Alemania
Siéntase diferente viajando a la patria del antiturismo
Justificación
La ocurrencia de desplazarse a un país como Alemania es una extravagancia como otra cualquiera, lo que por sí solo ya es un motivo que justificará nuestro viaje turístico. La generalización de vuelos baratos y el turismo-étnico-cultural de coste asumible para las clases medias han convertido Costa Rica en algo tan transitado que ya apenas quedan lugares en el mundo verdaderamente auténticos. Destinos tradicionalmente dedicados a dar rienda suelta a los más bajos instintos sin la presión opresora del fascismo liberticida propio de la civilización occidental están ahora plagados de gente. Tanto, que incluso encontraremos allí algún despistado de esos que asegura buscar “algo auténtico”. Honrados pederastas se cruzan en la actualidad, casi a diario, con parejas de novios a las que nadie sabe muy bien qué se les ha perdido en Tailandia. Los fumadores han ocupado China o los países subsaharianos con pasión, pero empiezan a toparse con viajes organizados de fin de curso. Y aunque ningún Gobierno occidental ha tenido nunca a bien llevar sus cruzadas moralizantes tan lejos, limitándose a controlar que no se abuse sexualmente o provoque cáncer en casita, no podemos descartar que la competencia universal de la Audiencia Nacional alcance un día estos dominios, en los confines del Tercer Mundo, donde todo vale. Pero mientras algo así no ocurra el éxito de ciertos países como destino de las excrecencias hedonistas occidentales, prohibidas en el mundo civilizado, estará asegurado: aunque la masificación comporta fastidios, ser identificados por compatriotas tampoco es demasiado grave en comparación con ir a la cárcel. La molestia que supone que el hijo de la portera te pille fumando algo que no sea costo o que la pareja con la que coincides en el supermercado te detecte en una disco de Bangkok se sobrelleva bien. Así están de petadas estas naciones y su liberal política de atracción al turismo, mientras en Occidente, satisfechos, nos alegramos de cómo esta incipiente industria favorece el desarrollo de esta pobre gente.
Parece ya casi obligatorio, en los tiempos que corren, hacer excursiones de este tipo. Quien no se va como mínimo a Marakech y vuelve con fotos de la simpática chavalería con la que compartimos unas horas de autenticidad está llamado a ser señalado con el dedo. Pero quedan minorías díscolas. Y queda La Página Definitiva. Para todos los que estén hartos de que ya nada sea auténtico, de que todos los países sean iguales y estén colmados de turistas españoles quejándose de que allí no saben hacer tapas ni pinchos de tortilla, de que en todas partes haya viajes organizados para poder liberar instintos, de que en cualquier parte los bares atufen a engañabobos para extranjeros despistados, proponemos una solución revolucionaria: viajen a Alemania olvidándose de Berlín. Descubrirán un país sin turistas, e incluso sin españoles (aterrados por la barrera idiomática y muy especialmente por el hecho de que los alemanes tienen fama de saber inglés, algo que les impide aferrarse a la manida excusa tan española de “uzbeco no sé, pero la verdad es que pensé que podría manejarme en inglés allí y luego, una vergüenza, nadie sabía hablarlo”, pues en Germania se corre el riesgo de acabar enfrentado a la evidencia de que no, inglés como que tampoco). Adicionalmente, con la excepción de todo lo referente al rigor en cuestiones de labores del tabaco, amplísimamente extendidas, así como su consumo, se enfrentarán a una experiencia turística realmente genuina y única: en lugar de aprovechar las vacaciones para irse a lugares donde desaparecen las normas que nos constriñen habitualmente y nos impiden expresarsarnos como seres humanos que somos (ya sabemos de qué sirve a los occidentales visitar Cuba, a los adolescentes Ámsterdam, a los ingleses Benidorm, a la facción del PP más querida por FJL a Sitges o a Fernando Hierro el Santiago Bernabéu), Alemania nos permite vivir una experiencia única mostrándonos un país en el encontraremos una amplia variedad de normas exóticas que Usted, como español, ni sabía que existían.
Sólo por eso merece la pena. Piense en que cualquier cabrón que viaje a Alemania vuelve siempre con LA anécdota. Un ejemplo: yo siempre podré contar que fui multado por cruzar a las dos de la mañana una calle desierta estando el semáforo para peatones en rojo. 25 euros del ala que fueron exigidos por un policía que apareció tras la maleza donde se ocultaba, señalando con preocupación el cartel que había junto al semáforo intimando a respetar los colores (Den Kindern ein Vorbild, den a los niños un ejemplo -sí a esos niños que pululan a las dos de la mañana por las calles, en medio del incesante tránsito de vehículos).
El viaje: preparativos, vacunas y consejos
Viajar a Alemania puede ser una experiencia traumática si no se hacen las cosas bien. Conviene acudir a la Embajada de Alemania o Consulado más cercano y preguntar todo. No se deje engañar por el hecho de que el país está cerquita y pertenece a la Unión Europea, algo que puede hacer pensar que las cosas son sencillitas. Es mejor plantearse todo como si se tratara de un viaje a Guinea-Bissau, excepción hecha de la vacunación, que no es obligatoria (menos si uno se desplaza a Múnich en época de Oktoberfest). En caso contrario es probable que cometa Usted el desatino de viajar allí desconociendo las reglas en materia de separación de residuos o algo equivalente. Lo que siempre puede conllevar la correspondiente sanción. Y tener a la Policía alemana siguiéndote la pista es algo que puede ser muy desagradable.
De esta forma quizás descubra que basta con estar más de 10 días alojado en un mismo lugar para que toda la propaganda europeísta de todos conocida (“viaje hasta 3 meses por cualquier país de la UE sin pedir visas ni permisos de ningún tipo”) se revele falsa: es obligatorio empadronarse (Anmeldung), desempadronarse (Abmeldung) e incluso hacer una solicitud de reempadronamiento en cada cambio de ciudad que uno haga a partir de cierta cantidad de días de estancia (Ummeldung). Y no se confíe pensando que nadie va a enterarse: siemre tendrá algún vecino desocupado que le denunciará, dándose casos surrealistas en que incluso la misma casera que alquilaba el apartamento o habitación cumplía con tan patriótico deber. Además, una vez inscrito, los Ayuntamientos empiezan a controlar el cumplimiento de tus obligaciones (pagar una tasa si tienes hasta un mísero walkman, limpiar la nieve a las cinco de la mañana los días de tormenta…).
Especialmente importante es mantener un estricto control de la gestión de residuos mientras estamos en el país. Hay escuadrones vigilantes para controlar si tiramos el vidrio verde en el correspondiente contenedor, no sea que acabemos confundiendo el recipiente destinado a las latas con el del plástico. No en vano, cientos de miles de estudiantes de alemán en los Goethe-Institut repartidos por el mundo sabrán que las primeras palabras que aprendieron en alemán casi seguro que fueron Umweltschützung (protección del medio ambiente) o Mülltrennung (separación de residuos). El coñazo que dan a los nativos con este particular es también grande, así que compréndalos: desde los 6 a los 16 años esta gente va al colegio donde les obligan a leer libros y hacer trabajos con dos ejes temáticos básicos: la responsabilidad del pueblo alemán en la Solución Final y la necesidad de conservar el Medio Ambiente.
Así que prepárse para encontrarse con personas extrañas, educadas en unos valores y un sentido de la responsabilidad extraños a los nuestros. Desde el resto del mundo, todo esto nos parece raro. Conviene ir prevenido y tomárselo con calma, verle el lado divertido. Aunque no lo entendamos: es todo tan recto, tan ordenado, está todo tan bien montado, las casas y las cocinas tienen gadgets específicos para todo, tan raros, que uno puede llegar a sentir mareos, angustia. Como un argentino cuando viaja a Chile. O bien mirado, en realidad, como un argentino cuando sale de su país. Tomémoslo con calma.
Destino: la Nación del Orden
¿Han estado alguna vez con alguien que refunfuña por todo a la mínima? La típica persona que se queja del ruido de las motos con escape libre, que no entiende que no haya más parques en las ciudades, que va buscando productos con ciertas características mirando el etiquetado, o que se desespera con los servicios de transporte público, incapaz de entender que ni siquiera los metros de nuestras ciudades tengan un horario y lo respeten -por no hablar, claro, de los autobuses-. Pues bien, no lo duden, se encuentran con alguien que ha estado un tiempo en Alemania, que a lo mejor lleva unos meses viviendo allá, y que ya ha sido abducido. Normalmente, con unos meses de reinmersión en alguna de las naciones que conforman la rica cultura española que une nuestros corazones los efectos se pasan y esta persona podrá volver a escupir por la calle tranquilamente, así de fuertes son nuestras esencias, pero no crean, hay cosas que calan para siempre y que quedarán grabadas en subconsciente de ese individuo. Y eso que tenemos suerte, dado que la perniciosa influencia de los alemanes a este respecto prácticamente sólo es inocua frente auna cultura tan magna y poderosa como la española, insobornablemente auténtica e insusceptible de ser contaminada. Por eso no es peligroso para nosotros viajar por Alemania, a diferencia de, por ejemplo, los franceses. Ellos saben que si se pasan demasiado por allí empiezan a votar al partido verde, a montar tranvías en las ciudades y acaban colaborando en las labores de organización como en su día hicieron en Vel d’Hiv con un entusiasmo que ni los mismos teutones.
Los alemanes lo tienen todo regulado: desde cómo mear a cómo tricotar. Y siempre de una forma estricta y diferente a la del resto de pueblos. Uno llega allí y enseguida descubre que en los urinarioss públicos para hombres en los que se orina de pie se le indica amablemente el lugar al que dirigir el chorro. Por contra, en los domicilios privados, numerosos carteles y señales lumínicas y acústicas ordenan al varón a hacer pipí sentado. Y así con todo: ocio, comidas, vida laboral, sistema de transportes… todo está organizado con detalle, de una manera que se siente como opresora e interventora al principio hasta que, llevado por la corriente, incluso un español de pura cepa empieza a cogerle gustillo, permitiendo que aflore ese señor con bigotillo que todos llevamos dentro.
El único aliciente para aprender alemán es, de hecho, poder ser partícipe de una de las costumbres alemanas más arraigadas: ataviarse de un paraguas (complemento muy interesante en el país, ya que no sólo protege de las habituales inclemencias del tiempo -normalmente, eso sí, muy bien programadas, ya que suelen ser todos los días a la misma hora, más o menos- sino que es un instrumento básico para ser blandido como icono de autoridad o posible arma) y comenzar a echar broncas a todo Cristo: al que cruza mal la calle, al que aparca en un sitio para minusválidos, al que pretende largarse sin dejar totalmente limpia la mesa de la cafetería, al que se cuela cuando estamos guardando turno para sacar un billete de tren… Las opciones son infinitas, pero sólo puede uno hacer uso de este derecho reconocido por la Constitución alemana si es capaz de chapurrear alemán a un nivel que permita, como mínimo, poder enfrentarse a los turcos (siempre paraguas en mano) como si fuéramos nativos.
Fauna y flora
No todos los alemanes están obligados a llevar paraguas cuando afean la conducta por la calle: los nativos de sexo femenino, como acojonan más, pueden prescindir de él. Ha detenerse en cuenta que, en todas sus variedades, la mujer alemana manda un huevo, ella es consciente de ello y lo hace saber.
Ya se trate de la variedad más moderna y ahora, claro, en retroceso, de feminismo hijo del mayo del 68 (que tuvo aquí mayor predicamente que en cualquier otro lugar, empezando por Francia, como las propias peripecias vitales de Daniel Cohn-Bendit o el propio Joschka Fischer demuestran a la perfección; ya nos las veamos con el matriarcado tradicional alemán representado por la figura todopoderosa de la Hausfrau, no les arrendamos la ganancia de enfrentarse a una alemana: seguras de sí mismas, autónomas, dotadas para el mando y con un tremendo sentido práctico de la vida, es probable que les hagan añicos.
Esta característica alemana explica la compleja situación de los tenderos del país. Allí donde el honrado comperciante español trucaba la báscula e incluso ha llegado a tratar de que se reconozca en diversos estatutos de autonomía el derecho a hacerlo siempre y cuando se emplee (hecho diferencial) un sistema fraudulento propio del terruño, los dueños de los ultramarinos alemanes acababan siempre equivocándose en favor de unas clientas que, como se pusieran tontas, quemaban el Reichstag. En la actualidad, la sabia madre naturaleza ha especializado a los alemanes varones en áreas como la ingeniería o la industria de compleja tecnología, donde es más complicado encontrarse con sus temidas mujeres, y de la gestión de los servicios y comercios se encargan nobles y valientes comerciantes turcos, que tienen la piel más encallecida y suelen aguantar dos o tres rounds. Además, qué caray, ya se sabe que la inmigración siempre ha de hacer los trabajos más duros.
Lógicamente, incluso la gran distribución ha tenido que bajar la testuz. Alemania es el paraíso de los hípers de hard-discount, cuando no la nación de donde son originarios la mayoría de estos emporios: Aldi, Lidl, Media Markt, Spar, Schlecker y demás engendros impronunciables tienen un origen claro, a saber, las ganas de no exponer a los honrados mercaderes a las iras de teutonas indignadas porque se sentían estafadas al haber pagado un Pfennig de más. Nadie se extrañará de descubrir que algo como Ikea es lo que es gracias a los alemanes: ni una sola casa allí carece de muebles de la empresa (de reconocible orientación germánica por mucho que sea sueca), los catálogos de la firma los tienen todos en sus mesitas de noche y la cifra de negocio de la filial alemana supera a las del resto de Europa juntas.
Igualmente como consecuencia de la especial identidad de la mujer alemana y de la subordinada posición del varón, éstos han ido desarrollando una rica vida al margen de las mujeres con la que tratan de llenar sus días y sus horas. Una vez abandonada la modalidad históricamente más popular de entretenimiento para mantenerse alejados de las matronas: invadir Francia, Polonia o lo que se pusiera por delante; los ciudadanos alemanes han desarrollado una potentísima cultura del ocio entre varones que les lleva a dedicarse a los tatuajes, a las carreras, al senderismo, a las excursiones en bici, a la carpintería, a la jardinería… pero siempre en espacios creados al efecto, suficientemente alejados de casa y si puede ser empleando para ello más de un día, lo que les permite a pernoctar fuera de casa.
Una última consecuencia de esta peculiaridad germana es que las mujeres españolas, que gustan de jugar como táctica de seducción y conquista un papel radicalmente distinto a lo que es común encontrar entre la población alemana, triunfan como la Coca-Cola light en este país. Cualquier española que vaya de princesita que busca alguien a quien admirar rendidamente para que la cuide y la proteja lo que tiene que hacer es irse ya mismo a contratar un vuelo barato porque, desde aquí se lo aseguramos, lo tiene chupado. La combinación alemán con española ha garantizado éxitos notables a generaciones y generaciones de mujeres, siempre a partir de las mismas reglas del juego. No vayan a creer que esto lo ha inventado la ahora baronesa, por seguir los sabios consejos de LPD, Thyssen.
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