Matrix
Estados Unidos, 1999
Aprovechando el reciente estreno de Matrix Reloaded, y refrenando momentáneamente nuestra pulsión destructiva que nos impele a descubrirles todas las claves de Matrix II e incluso Matrix III, nos contentaremos por el momento con explicarles la primera (si es que alguien, a estas alturas, lo necesita).
La Historia
Neo (Keanu Reeves en su resurrección como actor) es un pringado que se dedica a trabajar en una empresa de software durante el día. Pero por las noches Neo se transmuta en un pringado de otra índole, un pringado radikal que dedica su tiempo a visitar páginas web contrakulturales, a dudar sobre la solidez de los pilares del Sistema y a desarrollar aplicaciones de software ilegales (no sabemos muy bien por qué, pero es culpable “de todos los delitos informáticos tipificados en nuestras leyes”). Neo, en resumen, es un hacker, y por tanto un peligro para dicho Sistema.
Neo se siente un inadaptado en esta opresiva sociedad que le obliga a trabajar y a levantarse temprano, a salir de la Red para introducirse en el Mundo Real. Dado que Neo lleva dos trabajos al día, vive solo y apenas tiene vicios conocidos, habrá que deducir que el tío está forrado. Pero, como decimos, Neo no disfruta de su adocenada vida, sino que sufre, dado que percibe que algo en el mundo no funciona. Busca respuestas en una especie de gurú posmoderno, Morfeo, con quien finalmente, y tras una experiencia religiosa un tanto desagradable con unos “agentes especiales” de semblante adusto que, literalmente, le tapan la boca y le introducen un bichejo mecánico por el ombligo (momento a partir del cual Neo empieza a sospechar que, en efecto, hay algo raro en el mundo), logra ponerse en contacto. Morfeo le suelta un discurso de un cripticismo que ni el propio Ánsar justificando los motivos de la intervención de Irak y luego, como los más acreditados médicos del seguro, le hace tragarse una pastillita del dr. Andreu que lo despierta de su letargo.
Y ahí comienza lo bueno. De buenas a primeras descubrimos que lo que Neo consideraba el “mundo real” es una mera ilusión generada por un programa informático en el que su mente, y las demás mentes del planeta, interactúan mientras son esclavizadas sin saberlo (al parecer las máquinas ignoran los beneficios de la energía nuclear y necesitan el calor del cuerpo humano para seguir funcionando). Morfeo es uno de los adalides de una misteriosa “Resistencia” frente a las máquinas que, en un lejano pasado, se hicieron con el poder y construyeron Matrix para tener a los humanos enchufados talmente como si a todas horas pusieran por la tele la final de la Champiñons. El motivo de que hayan buscado a Neo es que él es “El Elegido”, capaz de enfrentarse a las máquinas y liberar a la Humanidad con la ayuda de dicha Resistencia (que, por otro lado, no ha desaparecido aún porque, insistimos, las máquinas no conocen tampoco los otros efectos beneficiosos de la energía nuclear y en lugar de lanzarles un par de certeros pepinazos termonucleares se limitan a enviar a los humanos una especie de medusas mecánicas fácilmente eliminables; pero no se apuren, todo tiene explicación… aunque no en la primera parte).
En un primer momento Neo se niega a aceptar la realidad, luego asiste perplejo a la mentada perorata en la que, en tono apocalíptico, le anuncian que él es El Elegido (y si es el Elegido, ¿dónde están las voluptuosas mujeres que lo adoran? ¿Dónde los tributos de sus discípulos? ¿Dónde, en resumen, la pasta que él tenía a manos llenas en lo que ahora sabe que sólo era una ilusión?), y finalmente decide aceptar las cosas como vienen dadas, sobre todo a partir del momento en que descubre lo divertido que puede resultar enchufarse a Matrix pero sabiendo explotar su potencial.
Desde ese momento, con matices y con espacios de reflexión, aquello se convierte en un espectacular festival de yoyah, en que el Elegido primero huye de los agentes (programas informáticos generados por Matrix capaces de introducirse en la mente de cualquier habitante humano de Matrix y que sueltan unos sopapos que no veas), luego se enfrenta a ellos, muere y, finalmente, resucita en plan Revelación y Ascensión a los cielos, repartiendo chapapote a todo agente o, en general, hereje que se le ponga por delante.
En el camino Morfeo es capturado por los agentes merced a la traición de uno de los suyos (que muere, claro), y es sometido a una terrible tortura en la que el agente Smith (jefecillo de los tres agentes que aparecen en la película) le cuenta sus teorías sobre lo divino (las máquinas) y lo humano (entre otras cosas, nos enteramos de que Matrix es como Windows: la primera versión era perfecta y luego todo empeoró, hasta llegar al XP actual, mucho más complejo pero también mucho peor, tan defectuoso que genera incluso Elegidos; sin embargo las máquinas, al igual que los humanos, sobre todo la subespecie informática de la Humanidad, parecen tener una perversa pasión en actualizar Matrix una y otra vez, aunque se dejen más agujeros en el camino); Neo tiene una conversación con una apacible viejecita que responde al pretencioso nombre de El Oráculo y le cuenta un futuro totalmente falso, se supone que para que Neo “reaccione”; casi todos los secundarios mueren haciendo honor a su penosa condición de tales y finalmente Neo se enamora de Trinity, la anoréxica protagonista femenina del film.
Hasta aquí, la historia. Veamos ahora
Las repercusiones
Notables. Matrix, por su carácter de denuncia de la opresión tecnológica, y al mismo tiempo fascinación por las posibilidades de la tecnología, se ha convertido en una obra de culto para buena parte de la generación que creció mientras Internet también crecía. Matrix pone sobre el tapete la siguiente cuestión: ¿somos realmente independientes o estamos controlados? Más allá de las disquisiciones sobre lo que es o no es “real”, que se verán aumentadas y redefinidas en la segunda parte de la trilogía, no es una pregunta baladí.
El enorme desarrollo tecnológico que ha experimentado nuestra sociedad en los últimos veinte años ha generado una dependencia cada vez mayor de la tecnología, que redefine y sitúa en un nuevo ámbito (es decir, redefine otra vez; ¡dejénme ser pedante aunque sólo sea una vez más!) las formas de la comunicación humana, y nos acerca al ideal / pesadilla descrito por McLuhan en su Understanding Media, en donde los medios -en sentido amplio, es decir, también los coches o el teléfono- serían “extensiones de nuestro cuerpo”. ¿Pero son extensiones “inocentes”? Aunque todo parece indicar que sí (más allá de completar con éxito el trabajo ya desarrollado concienzudamente durante años por nuestro sistema educativo: la analfabetización de nuestra sociedad), no lo sabemos a ciencia cierta ¿Hay detrás de esta pantalla que Usted (si no ha zapeado ya hastiado por mi vacua retórica) contempla un simpático chavalote que lleva tres años subiendo textos a la web con la vana esperanza de lucrarse o se trata de una siniestra korporación internacional, enmascarada detrás del simpático chavalote, dispuesta a vender todos sus datos a la policía? (hombre, bien mirado sería una buena forma de lucrarse…).
Más allá de la dimensión filosófica del asunto, que en Matrix se resume en unos diálogos extraordinariamente cuidados, un brillante uso de los tiempos de la narración y un guión original y sólido -tampoco le busquen tres pies al gato, es una película, no una selección de aforismos de Schopenhauer o Jesús Gil-, Matrix es un film trascendente por dos motivos: define una nueva estética que se ha dado en llamar Ciberpunk, por un lado, y “va más allá” en el uso de las tecnologías digitales aplicadas a la imagen. Ambos factores han tenido una honda incidencia en nuestra sociedad, sobre todo a través de los más variados productos culturales: además de redefinir un género en su conjunto -la ciencia ficción- la publicidad, los videojuegos, la moda, … han sido invadidos por la estética de Matrix, por su uso de los efectos especiales o por ambos.
Desde la revolucionaria inversión de la temporalidad (usando imágenes tomadas con cámara “hiperlenta” -o como se llame- para reflejar justamente lo contrario, la velocidad) hasta el uso de novedosas y espectaculares coreografías en las batallas (se supone -de hecho, no “se supone”; es seguro- que por influencia del cine de hong kong y los manga japoneses, aunque dado que cualquier persona que aúne una mente tolerante y abierta con un mínimo de dignidad moral debería considerar perfectamente prescindible cualquier supuesta aportación efectuada en cualquier campo del saber o del ocio por el decrépito mundo oriental -salvo, a lo sumo, “Campeones” y Mazinger Z”- lo pasaremos por alto), pasando por la concienzuda labor de montaje (todos y cada uno de los planos que aparecen en la película están extraordinariamente cuidados y contribuyen al dinamismo y originalidad de la narración -Dios mío, a qué esperan para ficharme en cualquier rancia revista cinefílica), el valor de Matrix gana enteros gracias a la inteligente utilización de las tecnologías digitales para ampliar la espectacularidad y originalidad del film que, sin embargo, no habrían tenido la misma repercusión social si se hubieran limitado a esto; el guión también está muy trabajado, y se nota.
O al menos eso creo, no me digan ahora que perdí el tiempo en las veinte veces, más o menos, que me he tragado esta mítica película (Y Ustedes dirán: “¿Veinte veces la ha visto y esto es todo lo que puede decirnos?”. Oiga, pues sí, que esto, aunque por el rollo que les he soldado no lo parezca, es una página de humor, a ver si se han creído que vamos del rollo hintelectual, o algo asín).
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