Alatriste
El cine español lo ha vuelto a hacer
Hay que reconocer que el cine español no lo tiene fácil. Bueno, sí, lo tiene fácil desde el momento en que la unión de subvenciones a fondo perdido y cuotas le permite mantener su patético vagar, arrastrándose por el suelo cual babosa, pero si de lo que se trata es de ofrecer algo más, de competir como si esto fuera un mercado y no sólo una forma de expresión artística (carísima, por cierto), las opciones se agotan.
Históricamente, el cine español se ha movido en torno a dos pulsiones: la comedia cateta de humor grueso y sabor insuperablemente casposo, por una parte; y el complejo drama psicológico “de comidas de tarro que no veas”, en la práctica mucho más casposo que lo anterior, por otra. Huelga decir que la primera propuesta, además de resultar mucho más honrada, es también habitualmente más exitosa. Y, de hecho, por ese motivo la mayor parte de los actores españoles se foguean primero en el modelo cateto (en la versión plus, o +, como prefieran, o en el sucedáneo de las series de TV) y, una vez son conocidos por al menos parte del gran público, se lanzan a realizar películas profundas, películas todavía más +, las cuales, no por su profundidad sino por la vacua ausencia de la misma, porque son más malas que pegarle a un padre, vaya, fracasan. Como sus directores.
Porque también tenemos dos modelos de directores en la fauna cinematográfica española, que son, además, miméticos respecto de las escuelas anteriormente mencionadas: el modelo comedio-cateto, que es en esencia un honrado productor de entretenimiento “a la española”, y el modelo genio, generalmente incomprendido por el gran público pero muy apreciado por el entorno (en particular, el entorno que le ayuda a realizar la película, esto es, guionistas, equipo técnico, equipo de producción, actores, …gente que ha sido contratada por el director en un mercado laboral donde la oferta supera infinitamente a la demanda, para entendernos), que se pasa la vida diciéndole al interfecto lo genial que es, razón por la cual el interfecto nunca mejora y nunca es consciente de sus errores, que son muchos.
Todo este rollo viene a colación de intentar explicarles por qué Alatriste es lo que es (una mierda de película, sin paliativo de ninguna clase). Se supone que Alatriste venía bendecido por todos los parabienes habidos y por haber, la esperanza blanca del cine español. Tenía detrás una serie de novelas de éxito en las que se basaba la película. Tenía un trasfondo histórico (el Imperio español) fácilmente vendible en el exterior. Tenía pasta por todas partes para elaborar la película. Incluso tenía una estrellita (Viggo Mortensen, o sea, “Aragorn”) que parecía “born to make Alateestear”.Y el resultado es una porquería infumable, como tantas y tantas películas facturadas en España, por gente “de aquí”, que diría Antonio Resines (recuerden ese maravilloso anuncio de TV en que un chaval estaba jugando al béisbol -sutil metáfora del cine de Hollywood- y Resines se indignaba no porque el chaval se estuviera perdiendo una opción mucho mejor, sino porque se perdía una opción mucho más “de aquí”, esto es, cine español, sin entrar a valorar si el cine español equivaldría al fútbol o más bien, por citar un equivalente más adecuado, a “La Guerra”, un juego de cartas interminable e insoportable. Si han jugado, sabrán muy bien de qué les estoy hablando. Si no es así, pónganse cualquier película española modelo “Madrid años 90 ciudad oscura y personajes atormentados” y lo entenderán enseguida). Veamos los ingredientes del éxito por partes:
– La adaptación literaria. Las aventuras del Capitán Alatriste son una serie de cinco novelas escritas por Arturo Pérez Reverte, ya saben, ese señor “que dice en voz bien alta lo que otros no se atreven a decir”, al igual que otros personajes públicos de igual catadura moral, como Juan Carlos Rodríguez Ibarra o el finado Jesús Gil. Ahora bien, que el individuo sea bastante insoportable no implica necesariamente que sus creaciones literarias también lo sean. Y aunque no he leído ninguna de ellas ello no obsta lo más mínimo para que pueda colegir que probablemente serán entretenidas, una especie de Emilio Salgari para niños (bueno, para “más” niños).
– El trasfondo histórico: encontramos aquí una excelente ocasión para reivindicar, una vez más, el clásico leit-motiv LPD de “lo que tiene que hacer el cine español es volcarse en el cine histórico”, dado que los medios lo permiten, o lo facilitan considerablemente (¡no más trajes “históricos” de horripilantes colores “Payaso de Micolor”! ¡Mundo antiguo como Dios manda, con suciedad y pobredumbre por todas partes! ¡Batallas y batallas por doquier!). Además, si alguna época da juego, es vendible en el exterior, es fácil de adaptar, y además cuenta con el adicional atractivo de no haber sido excesivamente representada en el cine, ésa es la Edad Moderna, los siglos XVI-XVII. Y en concreto, la época en la que transcurren las aventuras de Alatriste, el último intento del Imperio español por prevalecer, con el Conde-Duque de Olivares al timón, resulta si cabe más fascinante.
– Los medios: Alatriste, con 24 millones de euros, es, de largo, la película más cara de la historia del cine español (y seguirá siéndolo mucho tiempo, a la vista de los resultados). Aunque se detectan bastantes problemas en las localizaciones (llega un momento en que parece que en el Madrid de los Austrias sólo contaban con una calle para pasar por ella una y otra vez, apenas hay gente en dicha calle o en las otras localizaciones, etc.), la verdad es que lo adecuado de los decorados y el vestuario y, en fin, los 24 millones de euros, parecen apuntar hacia el director, Agustín Díaz Yanes, más que a la falta de medios, a fin de encontrar explicaciones a hechos tan absurdos como que la batalla final, Rocroi (aunque se trate supuestamente de la plasmación de una sección del Ejército español, y no del ejército en pleno), que fue la derrota que definitivamente privó a España de la supremacía en el continente, se resuma en unos 100 tíos luchando contra los gabachos, casi como una pelea callejera de Latinkings. Y con el absurdo añadido de que, después de horas y horas de batalla, uno mira enrrededor de los exhaustos restos supervivientes del Tercio y… ¡Ni un muerto! ¿Dónde están los muertos? ¿Viene la Cruz Roja y se los lleva a toda prisa para evitar epidemias?
– El personaje: Se justifica en dos motivos: darle a la película proyección internacional (¿y quién mejor que “Aragorn” para ello?) y aprovechar la circunstancia de que Viggo Mortensen hable muy bien español. Pero claro, aquí hemos de contar con el pequeño detalle de que Mortensen cometa la indignidad de hablar español “argentino”, en lugar de español de Burgos, como debería ser, y teniendo esto en cuenta podemos optar por tres alternativas: o dejarle chamullar argentino e inventarnos cualquier excusa barata (“es que lleva muchos años en Flandes”) para justificarlo, grabar sus intervenciones en “argentino” y luego doblarle, u obligarle a hablar en cristiano-cristiano, coño, y que se lo curre. Probablemente esta fuera la peor de las alternativas, pero aún así Agustín Díaz Yanes, en su genialidad, arbitró una opción híbrida aún peor: obligarle a hablar en español de Ejpaña pero, aterrorizado por los resultados (el pobre Alatriste parece una especie de chulopiscinas que se ha hecho dieciséis rayas de farla en el excusado), a continuación reducirle lo máximo posible los diálogos. De manera que el protagonista (y gran estrellita), cuyo nombre es también el título de la película, es perpetuamente un personaje secundario en su propia película, está ahí continuamente, sí, pero sin hablar nada, y cuando habla no se crean que nos declama la Ilíada en 7000 versos, no, suelta una frase corta, en plan spot publicitario de anuncio de detergentes, y vuelve a su acostumbrado mutismo. Es uno de los personajes más planos de la historia del cine.
Pero no crean que lo es sólo por eso. Lo es porque esta decisión, que aboca a “Alatriste” a hacer el ridículo (habla raro pero, sobre todo, apenas habla), es sólo la punta del iceberg. A lo largo de la película se nos cuentan más de veinte años de la trayectoria de Alatriste, pero sin hilarlos entre sí, sucediéndose acontecimientos que no se explican, asistiendo a una supuesta evolución del personaje que de ninguna manera puede deducirse, ni siquiera intuirse, de lo visto en la película, y rodeando a Alatriste de un montón de personajes secundarios (actores españoles: prepárense para un espectáculo consistente en varios individuos hablando como quien come empanadillas al mismo tiempo, es decir, nula vocalización; al menos Viggo Mortensen tiene excusa) cuya presencia ni se sabe, ni se le espera, ni importa lo más mínimo. En realidad, no es una película, sino una especie de trailer de dos horas.
Y luego, el guión tiene joyitas por ahí esparcidas que resultan impresionantes incluso para una película española: por ejemplo, hacia el final de la película Alatriste tiene muchísimas dificultades para acceder al Conde-Duque (el motivo, muy español, es interceder por su ahijado, preso en galeras no se sabe muy bien por qué), así que le implora a la ex novia del ahijado, de noble condición, que hable a Olivares en favor del susodicho (No digan que no les avisé: una película española de pura cepa). Siguiente plano: Alatriste hablando con Olivares. Bueno, y entonces, ¿dónde quedan las tremendas dificultades para acceder a él?
Luego es muy sorprendente que Alatriste sea detenido una y otra vez, con grandes aspavientos, por los poderes fácticos, siempre en relación con su amada (una actriz de teatro que llevaba por sobrenombre “La Calderona”, y que estuvo liada con Felipe IV; que por cierto, en un garrafal error de la película, nos la sacan al final como muriéndose de sífilis, que no sé si sería lo que le pasó, pero su principal importancia como personaje histórico, dar a luz a Juan José de Austria, hijo bastardo de Felipe IV, como que no casa muy bien con que antes de hacerlo se muera), pero sea detenido sólo por un par de desgraciados, algunos de noble cuna, que por lo visto son la única defensa con la que cuenta el monarca más poderoso de Europa (¡le queda tanto que aprender de cualquier promotor inmobiliario o periodista de éxito…!). Mi favorita es la primera de todas, allá por la década de 1620, cuando Alatriste se niega a asesinar a un par de extranjeros (por orden directa del cardenal de la Inquisición) que luego resultan ser el príncipe Carlos, heredero del trono inglés, y el duque de Buckingham. Como se niega a asesinarlos, pero al mismo tiempo se niega a decir a Olivares quién le ha encargado el asesinato, al cardenal Bocanegra le quedan dos opciones: a) cargarse a Alatriste (la más sensata) y así conjurar cualquier peligro de que pudiera “cantar”; y b) colmar a Alatriste de prebendas, puesto que con su silencio ha salvado al cardenal. En lugar de cualquiera de estas opciones, el Cardenal, fino analista político, le suelta a Alatriste un rollo en plan “eres libre, pero tu vida será un infierno porque lo digo yo”, sin que luego, a lo largo de los veintipico años de trayectoria de Alatriste, nunca más vuelva a saberse de tales amenazas (y, por otra parte, si a Ustedes les sueltan algo así ¿no correrían a contárselo todo al antagonista del maromo para quitarse ese peligro de enmedio?)
Que por cierto, el Cardenal Bocanegra es interpretado por una mujer, en la típica decisión excéntrica de un director español que se cree un genio pero ni siquiera alcanza, a la vista de los resultados, la categoría de freak (como es una mujer, resulta que parece una mujer, y el resultado es ridículo). Se supone que Bocanegra acaudilla a un grupo contrario a Olivares, se supone que pulula por ahí una especie de némesis de Alatriste (un italiano pesao y redicho, como les comentaba, la antítesis de Alatriste, que no suelta prenda ni que lo maten), tenemos un par de historietas de amor sin oficio ni beneficio… El problema es que nada de esto tiene sentido, no se entienden (porque no se explican, si es que las hay) las motivaciones de los personajes, por qué la película da saltos de ocho años y por qué lo que cuenta “ocho años después…” tiene alguna importancia… Todo es absurdo. Es lo que pasa cuando se le encarga una película así (o de cualquier otro tipo, pero aún más en este caso) a un director modelo “genio incomprendido”, en este caso Agustín Díaz Yanes: que, de entrada, no hace lo que quizás resultaría más sencillo (adaptar una de las novelas de Alatriste), sino que coge las cinco novelas y las mezcla en una película de dos horas (vendría a ser como hacer una película con la primera serie enterita de los Episodios Nacionales de Galdós), lo cual, además, impide casi totalmente cualquier eventual secuela o precuela (a Dios gracias, hay que confesar que en esto se ha portao). No sabe narrar las batallas, ni utilizar a los personajes, ni adaptar las novelas, ni contar una historia mínimamente congruente (un resumen de algún chaval de Instituto -sí, incluso “post-LOGSE”- sería infinitamente más coherente que el sinsentido que es “Alatriste”). Que no tiene ni puta idea, vamos. Pero como toda la troupe de allegados se habrá pasado meses diciéndole “el Cardenal una mujer…¡Qué bueno!”, “Eres un genio, Agustín”, “Así aprenderán esos creiditos de Hollywood” y cosas por el estilo (incluyendo a Pérez Reverte, ya saben, el que “dice lo que piensa y como lo piensa”, “el que habla claro”, vamos, según el cual esta película “Es la adaptación soñada” de sus novelas; claro que ya dijo lo mismo de otra obra anterior, la sin par “Gitano”) , nadie se había percatado hasta su estreno (o, lo que es peor, les daba exactamente igual o no se atrevían a decirlo) de la gigantesca obviedad que rodea a toda esta película: que es una mierda. Y así nos va.
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