La Tercera Vía
Paso a la socialdemocracia descremada
Como su mismo nombre indica, la Tercera Vía es una gilipollez de mucho cuidado. En inglés suena si cabe peor, o al menos eso nos parece a nosotros, que estamos poco avanzados (eso lo explica, manifiestamente, casi todo). En La Página Definitiva somos muy clasistas y nuestro escaso respeto por las alegrías ideológicas es todavía más acusado si, encima, el nombre que se le pone al engendro de turno ni siquiera impone. Porque tampoco es que cosas como el “existencialismo” dieran mucho de sí, pero hemos de reconocer que el nombrecito que le buscaron, al menos, se las trae. Por no hablar del “Materialismo dialéctico” o del “marxismo-leninismo”. Eso sí que son nombres de entidad. Por el contrario “Tercera Vía” no dice mucho, no parece algo serio. La prueba es que hasta los amerindios en campaña electoral al pie de los Andes lo usan profusamente. Algo más de fuste tiene el término “socioeconomía”, especie de sustrato doctrinal que impregna a la Tercera Vía y por la que, a su vez, se ve influida en una excepcional muestra de feed back difícilmente superable. Tan alambicada situación, sin embargo, no logra hacer a la socioeconomía (y tampoco a la Tercera Vía) más interesantes, sino sólo más liosas, lo que en este mundo es un buen método para aparentar hondura. En cualquier caso, conste, es manifiesto que somos de los pocos que no le ven gracia al apelativo, ya que éste se está extendiendo a distintas áreas y diferentes teorizaciones, sin que necesariamente tengan que ver unas con otras entre sí. Los tiempos cambian pero ya que no la gracia, al menos podríamos conservar un mínimo de rigor identificativo a la hora de bautizar ocurrencias la verdad. Pero parece que no, y que llamar a lo que no es ni carne ni pescado y que tampoco tiene ni chicha ni llimoná como Tercera Vía es algo que cada vez gusta más.
Un poco de historia. La Tercera Vía está profundamente ligada a España, en sus orígenes, evolución y superación. El primer uso del término se lo debemos, de hecho, al nacionalcatolicismo español, que tras sus devaneos iniciales con las potencias de la lucha contra el comunismo y el sionismo internacional decidió aproximarse a los países que también hicieron méritos en ese sentido pero que, demostrando su baja catadura moral, acabaron con Hitler y los sueños de un renacido y africano Imperio español. Por ello, y para demostrar que aun teniendo enemigos comunes no se compartían rasgos tan nefandos como el respeto a los derechos humanos y a la democracia, Franco optó por otra Vía, la Tercera, curiosamente. En esos tiempos el franquismo no estaba por la muerte de las ideologías (ocaso, o lo que quieran) sino por la aportación de nuevos engendros. Ni comunistas ni imperialistas. Ni igualdad ni libertad. Aquí, ya se sabe, Tercera Vía.
Tan brillante nacimiento tuvo su continuidad, sorprendentemente, también en suelo patrio. Una vez descubierto el nombrecito de marras era preciso llenarlo de contenido. El proceso fue largo, pero finalmente fructífero. Los 13 años de gobiernos socialistas en España (no se asunten por el nombre, meramente simbólico, como es de todos sabidos, por mucho que supusiera una cierta evolución, justo es reconocerlo, tras las décadas de Dictadura franquista y la feliz transición de la misma a la Monarquía constitucional que nos observa) demostraron que la abjuración del marxismo impuesta por Felipe González era absolutamente real y no una simple bandera electoral. La política realizada por los gobiernos del PSOE, asumido el fracaso de la experiencia Maurois en Francia, fue realmente tibia desde parámetros de izquierda tradicional: una sola nacionalización (la red eléctrica de alta tensión) y para de contar, apuesta absoluta por la economía de mercado, modernización del país a costa de las gabelas sindicales …. Boyer y luego Solchaga y Solbes, es decir todos los responsables económicos de los sucesivos gobiernos de González, no demostraron precisamente mucha vocación izquierdista. Se establecieron políticas de redistribución, pero siendo siempre cuidadosos con no perturbar la lógica del crecimiento y la competencia, se entró en la Unión Europea y adoptaron la mayor parte de sus postulados respecto del libre mercado… A estas políticas, por supuesto, no se les llamó de ningún modo (aunque algunos, simplificando, hablaron directamente de derechización) ni se les consideró faro de la civilización occidental, espejo en el que mirarse o currada renovación político-económica de la que los demás pudieran aprender nada, ya que España es ese país que está al sur de los Pirineos donde la gente viene a veranear.
La gestación. El encargado de unir políticas como estas al nombrecito y al éxito de ventas de librillos escritos por algún asesor aúlico explicando cómo la política de redistribución tibia sin mosquear demasiado al Señor Mercado iba a salvar al mundo y a la izquierda fue Anthony Blair. Y, por lo que se ve, mucha gente piensa que le ha salido algo la mar de original y de mono. Los años Tatcher habían dejado poco menos que exhaustas a las Islas Británicas, pero la pericia de los líderes laboristas logró que los tories se perpetuaran todavía unos años más en el poder. Finalmente el Laborismo optó por un barniz de modernidad y un reajuste ideológico. Anthony lo encabezó y pasó a llamarse “Tony”. El partido pasó a ser el New Labour. Las propuestas programáticas fueron arrojadas por la borda y se asumió el credo liberal sin otro matiz que darle un barniz social. A todo ello, se le llamó “Tercera Vía”. Y todos aplaudimos como paletos. La política económica de la Tercera Vía es algo así como un “ya veremos”, pero no se distingue mucho de la que aplicaron los gobiernos González. Pocos cambios, pues, en este sentido. O, como mucho, uno: que en España esta socialdemocracia de baratillo, desleída y acomplejada, suponía un avance e ir poco a poco construyendo un Estado asistencial y unas mínimas políticas de igualdad y reequilibrio de las que siempre habíamos carecido. Se rebajaban los objetivos, pero se avanzaba con la voluntad de ir majorando en la asistencia a los más desfavorecidos, en la nivelación de las oportunidades, en la lucha contra la desigualdad. En cambio, en el Reino Unido, las políticas de la “Tercera Vía” comprometían para siempre los resultados, o parte de ellos, de uno de los más avanzados modelos de Welfare State y, de alguna manera, justificaban retroactivamente su anárquica desaparición. Socialmente, eso sí, la Tercera Vía ha hecho ciertos guiños a lo que se denominó tradicionalmente como gauche divine, con la asunción de la homosexualidad de varios ministros y algún que otro show similar. Pero tampoco tiene demasiado mérito, la verdad. Comparada con las aficiones sexuales de muchos políticos británicos, también del Partido Conservador, la orientación sexual homo es algo de lo más convencional.
El caso es que, con calado o sin ella, esta pretendida revolución a medio camino entre la ideología y la economía ha calado de manera muy afortunada. Probablemente más como slogan que otra cosa. Pero de eso se trata, también, en este mundo de ideotologías de bararillo. De momento, el Reino Unido ha logrado impregnar de socioeconomía a todoss los académicos anglosajones, a todas sus políticas públicas y a todas sus instituciones, en una labor que lleva ya más de una década de productivos resultados. Sólo resiste, por lo visto, la Cámara de los Lores, institución venerable a la que tenemos un gran respeto desde que ha sido decapitada por la Tercera Vía tras haberse mostrado díscola en el asunto Pinochet, al que querían enviar a España. La Tercera Vía no lo ha permitido, y en justo y divino castigo, la ha puesto en una especia de probation por unos años. Y luego, ya veremos. Así se las gastan estas construcciones de conveniencia, esta especie de new age ideológico.
El descarrilamiento español. Como no podía ser de otra manera dada nuestra inestimable contribución a la construcción de tan espectacular y bella ideología, en España sentimos, con especial virulencia, la fuerza de la Tercera Vía. Por un lado el que fue líder del centro reformista europeo, y heredero de quienes acuñaron el término lo reivindicó como su credo político y se proclamó “amigo de Tony Blair”. Y con estas credenciales cambió España y la sacó del rincón de la Historia. No nos cabe duda ninguna de que tal afirmación es más cierta que la del efímero sucesor de González en la secretaría general del PSOE , Joaquín Almunia, que en una rabieta se declaró “más amigo de Tony Blair” y todavía más partidario creyente en sus nuevas vías. No tenemos dudas al respecto porque en los tiempos que corren y que tan bien representa la Tercera Vía es más importante el nombre que las políticas y porque, además, los vestigios ideológicos de la política del blairismo son de un derechizante cariz. Más que en ninguna otra parte es gracias a España donde puede constatarse que, en realidad, la Tercera Vía no existe. Ya cuando se creó y también ahora, vías de entidad hay apenas un par y luego caminos comarcales que van a morir a ellas. La mal llamada Tercera Vía es un modo cariñoso de apelar a una de ellas, pura y simplemente. De la que, en su versión moderna en la España de hoy, desde la impuesta convergencia con Europa y la necesidad de financiar crecietemente a las distintas Comunidades Autónomas y sus sedientos nacionalismos periféricos (con sus jugosos escaños en el Parlamento para apuntalar mayorías de Gobierno), mande quien mande, podría perfectamente reivindicar su paternidad Convergència i Unió. Y con eso, creemos, crea todo dicho. Nos encontramos, sencillamente, ante la aplicación de conservadurismo moderado y sentido común para lograr crecimiento económico, a lo botiguer tradicional, sin que se altere demasiado el corral.
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