El Nacionalcatolicismo
La aportación española al mundo de las ideas y su inherente brillantez
Ya era hora de que una idiotología patria fuera analizada en “La Página Definitiva”. A pesar de lo que sostienen numerosos filósofos alemanes o franceses, el castellano es una lengua tan útil o más como las suyas para la elucubración filosófica y/o política. Y si no, a los hechos nos remitimos. Cualquier observador imparcial, aunque no sea español, no tiene más remedio que reconocer que, en cuanto a su idiotez, es difícil encontrar una muestra tan acabada de refinamiento como la ideología oficial del “Régimen” más significativo de la España del siglo XX.
El artífice. Sólo una personalidad de la talla, no sólo intelectual, de Francisco Franco Bahamonde podía ser el padre de semejante criatura. El General Franco, recordémoslo, era Caudillo de España (por la gracia de Dios). La figura del Generalísimo, demostrando su poderío y que cuando un español se pone a la faena no hay quien lo pare, hace palidecer por sí sola los cientos de páginas escritos con racionalidad teutónica por Weber sobre la legitimación carismática y el caudillaje. En España no se lee mucho, pero, sinceramente, no es preciso, ¿Qué sentido tiene tragarse un tocho como Economía y Sociedad cuando los españoles hemos tenido el privilegio de vivir, en directo, el despliegue de carisma de Franco, que cumplía una por una, e incluso iba más allá., todas las características pacientemente enumeradas por el alemán. En este sentido Max Weber define el carisma en estos términos: “cualidad, que pasa por extraordinaria, de una personalidad por cuya virtud se la considera en posesión de fuerzas sobrenaturales o sobrehumanas –o por lo menos específicamente extracotidianas y no asequibles a cualquier otro-, o como enviados del dios, o como ejemplar y, en consecuencia, como jefe, caudillo, guía o líder”. Ante tan ajustada y premonitoria descripción de quien con mano de hierro condujo los destinos de este país tras haber demostrado en sus múltiples campañas exitosas africanas su aura de inmortalidad (mientras todos los hombres a su mando caían como moscas él tranquilamente situado en la retaguardia lograba salir milagrosamente con vida), no podemos añadir nada más.
Francos se autointituló Caudillo de España por la gracia de Dios y permitió que estas definiciones teóricas cobraran un verdadero sentido práctico, llegando incluso a superarlas. Porque para un alemán cuadriculado esto del carisma y del caudillaje no pasa de ser una excusa para gasear judíos mientras que Franco ganó él solito una guerra. Es más, rompió moldes con posterioridad, ya que Weber explica que “si el agraciado carismático parece abandonado de su dios o de suf uerza mágica o heroica, le falla el éxito de modo duradero y, sobre todo, si su jefatura no aporta ningún bienestar a los dominados, entonces hay la probabilidad de que su autoridad carismática se disipe”. Como nadie en su sano juicio puede considerar la Dictadura franquista como un proceso de continuos y beneficiosos éxitos de España que revertían en sus ciudadanos el que Franco lograra durante casi 40 años seguir siendo “Caudillo” demuestra que hasta un análisis weberiano palidecía ante su genio.
Todo ello fue posible, una vez ganada la guerra, gracias a un soporte ideológico fundamental: el nacionalcatolicismo.
El pout-pourri. Puestos a crear una ideología para dar cobertura en ese ámbito a su gobierno dictatorial Franco demostró una sagacidad sin límites. Optó por el eclecticismo, anticipándose a ciertas tendencias actuales, y por no cabrear a ninguno de los que habían sido sus apoyos. Recordemos que en la Guerra Civil, Contienda o Santa Cruzada (como se prefiera, también se puede decir Alzamiento o Golpe de Estado, e incluso Glorioso Alzamiento) se reprodujo la famosa cesura entre las “Dos Españas”. En la España mala y finalmente derrotada había una amalgama de leninistas, trotskystas, anarquistas, masones, ateos, judíos y, en general, gente de similar catadura, a los que derrotó otra amalgama compuesta por carlistas, beatillos, monárquicos borbónicos, militares africanistas y falangistas (al parecer, y según comentaban intelectuales de la talla de José María Pemán, había también algo así como una “mayoría silenciosa”. A falta de películas de terror sobre las mayorías silenciosas que nos ilustren sobre el particular nosotros no sabemos de qué se trata). Con esos mimbres se tejió la cesta del nacionalcatolicismo y, lógicamente, salió lo que salió.
El principio básico de todo el asunto es que “Epaña é lo mejó”, método infalible para lograr adhesiones de los patriotas entusiastas. En consecuencia, en lo económico se opta por la autarquía y en lo político por renunciar a toda influencia extranjera (deletérea por definición). De manera que la gran guerra ideológica que sucede a la 2ª Guerra Mundial queda soslayada en España, y se inaugura así una mezcla de experimento hegeliano (recuerden eso de la “tesis,antítesis y síntesis” que les enseñaron en el bachillerato) que sin embargo no conducía al marxismo (recordemos que eran parte de los malos), pero tampoco a su oponente, el liberalismo (esta palabra es un ejemplo de cómo la etique tade “maldito” puede acompañar también a un significante; en España “liberal” ha sido casi siempre sentido como un insulto, desde cuando las bullangas y revueltas del XIX eran instigadas por los “liberales” y hasta ahora, donde ser“liberal” o, peor, “neoliberal” es pecaminoso), que como ya sabemos no era sino manifestación de falta de rectitud e indicio de desviaciones morales.
Esta negación tanto de un sistema como del otro permitió alumbrar una pretendida síntesis (eso que ahora se llama Tercera Vía y queda muy moderno, o “conservadurismo con compasión”) a la que sel lamó nacionacatolicismo. Junto a la fe ciega en la capacidad innata del español para, aislado del mundanal ruido, configurar con su genio creador construcciones que asombrarían al mundo, el nacionalcatolicismo se nutre de diversos elementos, escogidos en plans electo de cada uno de sus aportes dogmáticos:
– Del lobby de militares que rodearon al caudillo, y a falta de poder ser empleado para nutrirse de ideas (buenas, malas o regulares, daba igual) ante la carencia de actividad neuronal de los cuadros del Ejército español, Franco cogió a varios ministros, que cuando se encargaban de Asuntos Exteriores eran pasmo de Europa.
– De los monárquicos el Generalísimo empleó sus ritos para comportarse como monarca, logrando una sabia mitificación de sus inauguraciones y de la famosa “lucecita del Pardo”. Los monárquicos, saga extravagante para quienes todo da un poco igual en tanto en cuanto haya un Borbón dilapidando patrimonio público, agradecieron las atenciones de Franco con la familia real, que vivía a cuerpo de idem y recibía una cuidada educación (vela, equitación, veraneos en el Mediterráneo y rudimentos sobre el alfabeto latino). El Generalísimo, además, instituyó en el Príncipe Juan Carlos a su heredero.
– De los carlistas Franco aprendió que vascos y navarros apoyarían todavía más entusiásticamente su régimen de lo que lo habían hecho durante la guerra (en la que a fin de cuentas un par de provincias se pusieron levantiscas) a cambio de prebendas económicas. De manera que les conservó sus prebendas económicas y asumió parte de la iconografía tradicional del carlismo (boina roja), logrando un efecto notable: nunca más se supo del carlismo, atraído eficazmente hacia el nuevo Régimen, que, además, se apoyó notablemente en
– El tradicionalismo y el folklore, aportaron barniz moral y colorido regional a toda la mezcla, lo que, evidentemente, fue aprobado por otro de los surtidores de ideología.
– La Iglesia española, como saben todos Ustedes y se encarga de repetir la Conferencia Episcopal cada dos por tres, ni tuvo nada que ver en el Alzamiento, ni lo apoyó, ni se situó al lado de Franco durante y tras la contienda. Sorprendentemente, y eso demuestra que Franco no era rencoroso, la Iglesia fue excepcionalmente tratada y todo su credo moral asumido por el Régimen. Mientras tanto, obligados por las circunstancias (eso parece que debió ser) los obispos acudían de mala gana a actos con el Generalísimo, sin duda para estar junto a él, en quien veían a un pecador y un asesino, en labor pastoral.
– A esta sopa se añadía otro ingrediente básico, en comunión con la moral católica y el tradicionalismo: “los valores familiares”. La importancia que el nacionalcatolicismo otorgaba a los mismos demuestra, una vez más, que Franco era un avanzado (imaginen un candidato a la Presidencia de los EE.UU. que no sólo basara toda su estrategia en estos valores sino que además contara en su hoja de servicios con haber ganado una guerra, la Presidencia era suya seguro). Al margen de ello, Franco se evitó así problemas como los que sufre en actualidad Tony Blair, y su hija no sólo no se emborrachaba sino que es un ejemplo de laboriosidad y virtudes de la que nos orgullecemos todos los españoles.
– Las influencias joseantonianas fueron menores y breves. Su ética y doctrina económica, una especie de marxismo de derechas, sirvió de sostén inicial, pero con la descomposición económica que las mismas inspiraron duraron poco y fueron sustituidas por las ideas de los allegados al Beato Josemaria (con el que el nacionalcatolicismo emite su canto del cisne).
Política nacionalcatólica. Sorprende sobremanera que, juntando tantas y tan distintas y elaboradas tradiciones el resultado fuera prácticamente inexistente. Porque, y esta es la clave del nacionalcatolicismo, detrás de tan prolijo andamiaje no había absolutamente nada. En este sentido, probablemente, no puede sino considerarse que “de donde no hay no se puede sacar” y que Franco no mentía cuando emitió esas palabras que ya han pasado a la posteridad (y desgraciadamente, en la medida en que eso dice mucho de este país): “Haga como yo, no se meta en política”.
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