Documentales de La 2
Divulgación zoológica a la hora de la siesta
De todos los programas basura que perfuman en estos momentos a la televisión, sin duda el más hediondo es el género de divulgación zoológica de La 2, antaño conocido como documental de la segunda cadena. En este tipo de programas no sólo pululan criaturas reptadoras que invitan al vómito, promiscuos mamíferos de miembros descomunales o insectos coprófagos infinitamente repugnantes, sino que se trata de unos espacios sumamente hipócritas, para colmo vendidos como la esencia de la television divulgativa, como el espíritu del servicio público del ente ídem, como la antítesis de la cochambre catódica. Sin embargo son los mismos documentales que se emitían hace 7 u 8 años (como mínimo, otros necesitan de la prueba del carbono 14 para fecharlos). Ya entonces siempre trataban los mismos temas. Ya entonces, como ahora, su objetivo principal consistía en favorecer la cabezadita tras la comida o incluso fomentar un sueño profundo de pijama y orinal, de esos que concluyen en un duermevela morrocotudo del que se tarda un par de minutos en salir y durante el que no sabes ni quien eres (cuando lo descubres, tras situarte en unas coordenadas del espaciotiempo, por ejemplo, es por la tarde y es miércoles, blasfemas tras preguntarte ¿así que este soy yo?). Ya entonces había cuatro subgéneros principales, a saber:
Depredadores de la sabana.- Este subgénero se basa en el estudio de las evoluciones de leones, leopardos, hienas, licaones y guepardos, pero sólo aparentemente, ya que la vida de todos ellos consiste en cazar ñúes, en realidad el gran protagonista de estos documentales que, de hecho, podrían llamarse documentales de ñúes. El ñu es un animal estúpido con cuernos, de tamaño medio, rumiante, que sirve de alimento a cualquier tipo de alimaña. Estos documentales suelen empezar con las manadas de miles de ñúes en el Serenguetti y muestran su emigración hacia el Massai Mara, lugar adonde suelen llegar un par de ellos o tres, los demás son devorados. Aquí hay que matizar. Nadie sabe realmente cuántos llegan al Massai Mara, porque nadie ha llegado a esas alturas del documental, se duermen antes, pero un cálculo basado en el sentido común da esa cifra como muy posible. El cenit del documental de ñúes llega en un lago donde todos se apiñan, se pisotean y se amontonan, siendo pasto de los cocodrilos, hasta ese momento adormilados y ensimismados en sus cuitas. Los reptiles no dan crédito a lo que ocurre y se dan un festín. Ningún español, según las estadísticas, ha pasado de ahí. La somnolencia que produce un ñu deglutido por un cocodrilo es sólo superable por el sopor provocado por una etapa llana del Tour de Francia.
Tiburones.- El documental de tiburones comienza con unos mendas en un barco. Los mendas siempre son de aspecto nórdico y miembros de alguna prestigiosa universidad americana, a pesar de que sus greñas, el detritus que tienen en las uñas y sus rostros a medio camino entre la espantosa resaca y el desnortamiento total hagan pensar que provienen de alguna comuna hippie conservada en formol. Por supuesto, están en medio del océano llevando a cabo una importante misión, normalmente sobre el apareamiento de la sepia, y de pronto se encuentran casualmente rodeados de tiburones azules. Casualmente suponen que por ahí tiene que nadar el enorme tiburón blanco y, por supuesto casualmente, empiezan a lanzar al agua docenas de kilos de carne podrida y sanguinolenta que llevaban por si acaso. Siempre casualmente sacan una jaula descomunal que se supone debían llevar encima por si eran atacados por una coquina y se meten dentro tras lanzarla al mar, lo que da lugar a toda una segunda parte del documental donde el tiburón blanco muerde la jaula y los científicos insisten en mantener que los escualos son de suyo pacíficos y que es el hombre quien los obliga a transformarse en criaturas terribles, a pesar de que ninguno de ellos tiene cojones para salir de la jaula y que cuando llegan al barco están blancos como la nácar e incluso alguno no duda en relajar sus esfínteres (aduciendo, por supuesto, que se trata de una técnica para evitar una perniciosa descompresión). El documental termina con los científicos brindando agradecidos por haberse encontrado casualmente con los tiburones. Del apareamiento de la sepia nunca más se supo.
Documentales con presentador senil.- Este tipo de documentales suele versar sobre animales más o menos pacíficos y manejables, como focas, pingüinos, diversos tipos de aves de colorines o insectos, de forma que el presentador puede hacer un constante acto de presencia muy cerca de las criaturas cuyas costumbres se propone dar a conocer. El presentador suele pertenece a una prestigiosa universidad, como en el caso anterior de los científicos estudiosos de tiburones, pero en esta ocasión británica. Normalmente se trata de un hombre entrado en años, por no decir inmerso en la ancianidad, y ataviado con traje de explorador con pantalones cortos, incluso cuando está en Groelandia. Es un espécimen humano parecido al jubilado extranjero que pasa sus últimos años en Fuengirola o Benidorm, es decir, blanquito, coloradito, con algo de joroba y de torpes movimientos. Suele aparecer en pantalla en el momento más inesperado para explicar lo que está haciendo el animal en ese momento, ante el estupor de la criatura. Normalmente, lo explica en inglés académico y muy bien pronunciado, mientras un traductor español dice todo lo contrario. La manifiesta senilidad de este tipo de presentadores, evidente por su mirada vidriosa y sonrisa absurda, suele alcanzar su cenit al ser picoteados, picados, mordidos y pateados por los inofensivos animales que protagonizan estas aventuras, y todo por acercárseles demasiado o tropezarse con algo en el momento más inoportuno, lo que da lugar a un epílogo del documental basado en tomas falsas que sirvan de mofa, befa y escarnio hacia el presentador, que ha de abandonar inmediatamente las Islas para irse a pasar sus últimos años a Fuengirola o Benidorm.
Documentales de mascotas y animales de granja.- Este tipo de documentales trata de convencer al espectador de que la vida de las gallinas, gatos, perros, vacas o cabras puede resultar apasionante. El intento es vano, pues son, sin duda, los documentales más aburridos, capaces de adormecer al público en un tiempo que oscila entre los 45 segundos y los dos minutos. Son ideales para ponérselos a los niños.
Pero no sólo los animales protagonizan estos trabajos audiovisuales. Podemos destacar otros tipos de documentos que, aunque contienen una gran aparición de criaturillas, merecen una clasificación aparte. Los denominaremos “documentales con una cantidad de bichos inferior al 60 por ciento”. Son estos tres subgéneros:
Documental de antropología tercermundista.- Consiste en sacar desnudas de cintura para arriba a todo tipo de indias, negras y mestizas pertenecientes a diversas tribus amazónicas, africanas o asiáticas, con la débil excusa de que la sociedad occidental puede aprender mucho de esas gentes que comen con las manos, defecan en los rincones, fornican en público, carecen de dientes y mueren antes de los 40 años llenos de costras, a consecuencia de no haberse duchado jamás. Son sólo la pornográfica cúspide de todo un género cochambroso.
Documental de viajes con viajero jocoso.- Son documentales protagonizados por un joven presentador anglosajón de cualquier sexo, cuya forma de ser bufonesca sirve de columna vertebral para el desarrollo del trabajo. Se trata de folletos turísticos ampliados hasta el paroxismo, donde las gracietas sustituyen a la información, de tal manera que da igual el país donde el cómico presentador se encuentre, ya que es imposible diferenciar entre el dedicado a los San Fermines y el de los territorios desérticos de Australia, salvo por la aparición de algún beodo en segundo plano. El presentador, conforme avanza la serie, trata de superarse en su comicidad, por lo que cada tres o cuatro documentales es sustituido por otro nuevo, cuando el grado de patetismo es insoportable hasta para los productores.
Documental de vértigo.- Asistimos al suicidio programado y en un país exótico de una expedición subvencionada por cualquier diputación provincial. Aborígenes y animales son aquí una mera parte del decorado. Lo importantes son los llamados a sí mismos “aventureros”, es decir, padres de familia hastiados de la vida que optan por la escalada o cualquier deporte de riesgo que acabe en “ing” para huir de su mujer y prole. Normalmente escogen una montaña de más de ocho mil metros para sus objetivos. Por supuesto, el treinta por ciento de la expedición no vuelve, otro cincuenta por ciento pierde algún miembro por congelación, un diez por ciento acaba con problemas mentales con la forma de iluminación religiosa galopante, y el último diez por ciento llega sano y salvo para vivir durante varios años de contar el despropósito. Como este tipo de suicidios está muy bien visto por las instituciones, se suele premiar a la expedición con alguna medalla, por lo que el diez por ciento que conserva una ligera lucidez consigue reclutar a nuevos pardillos y se repite el proceso.
Como se puede comprobar tras un análisis somero basado en la observación, la sobremesa, en tiempos pretéritos dedicada a la siesta reparadora, se ha transformado en un momento ideal para inducir a la población a un sueño cargado de mensajes subliminales, centrados todos ellos en la idea del “déjese devorar por nosotros para ser feliz”. El poder quiere ñúes, no ciudadanos pensantes. Sin duda, la consecuencia más perniciosa de este género es la producción de analistas que terminan sus escritos con una moraleja, creyéndose a salvo de toda influencia catódica.
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