Noticias científicas
Los misterios del Universo en un titular
(Lecciones de Periodismo Independiente III)
Que los científicos son seres enloquecidos dispuestos a dominar el mundo lo sabemos todos. Aún así, muchas de las noticias que surgen de los resultados de su trabajo pueden tener un interés público, ya que un buen número de investigadores se topan de vez en cuando con algún descubrimiento que puede ayudar al ser humano mientras trataban de elaborar una bomba o torturaban a un mono. La especialización necesaria para profundizar en los misterios de la naturaleza y la tecnología choca de frente con la formación del periodista, cuyos conocimientos de tipo ‘universal’ le hacen idóneo para obtener triunfos en el trivial pursuit o pontificar sobre temas generales que le superan (política, cultura, deportes…) pero que tan sólo requieren de unas pautas de estilo para permitirle salir airoso del trance, e incluso con la apariencia de ‘entendido’. El ámbito científico es diferente, y los positrones no son el atleti (ningún científico dirá “los positrones son así” o “hemos salido a investigar lo mejor posible”).
Las carencias en los planes de estudio de ciencias de la información y el intrusismo existente en la labor de periodista hacen que por las redacciones de los medios pululen multitud de ignaros que, en un momento u otro, tendrán que hablar del ARN, las enanas blancas o los himenópteros. A su vez, el ensimismamiento científico genera criaturas tan hábiles con el telescopio, los circuitos electrónicos o la probeta como torpes con el lenguaje cotidiano, que convierten en una insufrible jerga de expertos con la que explican a los anteriores todas esas buenas nuevas que harán de este planeta un lugar más confortable para nuestros hijos. El producto resultante de este amigable abrazo entre dos trenes que van por la misma vía, en dirección contraria, sin frenos y a 200 kilómetros por hora es la noticia científica. Tal tipo de informaciones resultan excelentes a veces como ejemplo de divulgación, pero suelen mostrar con frecuencia una serie de errores que tornan ese propósito en justo el contrario:
a) Si más claro agua.- Al no existir diccionario jergacientífica-español/español-jergacientífica, el periodista ha de traducir las divagaciones de los investigadores, muchas veces salpicadas de términos propios de una determinada ciencia o anglicismos (para colmo, científicos). El informador, por su parte, carece del suficiente criterio para ejercer de filtro, así que se decide por la literalidad. De esta forma, toda esa jerga queda plasmada en la noticia, y la ignorancia del periodista, cual balón de reglamento, se pasa al público. El informador parece querer decir: “vamos a ver, si no os enteráis de esto…”. Podemos calificar a ‘esto’ de periodismo científico insultante.
b) No preguntar por no ofender.- Algunas noticias científicas están bien redactadas, estructuradas y aceptablemente explicadas… hasta un punto sin apenas importancia: la causa que genera la propia noticia. Un ejemplo de hace tiempo que recordarán, el caso de las ‘vacas locas’. En un momento de aquella apasionante serie, saltó a los medios de comunicación la noticia de que a las vacas les administraban en ocasiones medicamentos humanos de manera ilegal, como clamoxyl, lexatin, augmentine o valium. Los informadores de entonces daban cuenta detallada de los efectos que esta práctica puede provocar en las personas que ingieran carne procedente de esos animales, pero ¿para qué les daban todos esos medicamentos a las vacas? ¿Qué más da? No salía. El periodista se olvida de cuestiones vitales, quizá con la intención de hacer que el público participe con hipótesis propias, quizá porque su falta de curiosidad y las prisas le impiden realizar algo tan sencillo como llamar por teléfono a un experto para hablar cinco minutos. Y basta una llamada tipo Gila: “¿Está el señor experto?… Se ponga…”.
c) Viva el sensacionalismo.- Descubrimientos en genética que significan un antes y un después, catástrofes naturales más allá de la imaginación, apocalipsis informáticos sin remedio posible, avances tecnológicos que facilitarán la vida del hombre… todo esto en los titulares. El resto de la noticia es diferente, ya que matiza, suaviza o incluso contradice a la exageración que la encabeza. Así que el descubrimiento genético sería posible con una inversión cada día de trabajo equivalente al producto interior bruto de los 30 países más ricos, la catástrofe natural está prevista para dentro de 700 años y en una Tierra imaginaria, el apocalipsis informático se puede evitar bajando un antivirus de internet y el avance tecnológico suena a promoción gratuita del supertaquillazo de ciencia-ficción de inminente estreno. Lo importante es atraer al público con tormentas solares devastadoras y gusanos que asomarán la cabeza por el correo electrónico. ¿Alguien recuerda el efecto 2000?
d) De la insistencia al mito.- Cada cierto tiempo, los periodistas científicos escogen un puñado de asuntos que aparecerán en los medios de comunicación con más periodicidad de la habitual. Las razones de la elección suelen obedecer a lo vistoso del tema o a que el científico queda bien en pantalla. Ahora mismo, las cuestiones de moda están centradas en el origen del hombre, ya sea por la vía big-bang o por la de Atapuerca. Diarios, revistas y programas radiofónicos o de televisión recogen muy a menudo algún avance en ese sentido, siempre apasionantes, casi siempre indemostrables. Aquí, periodistas y científicos conviven en simbiosis. Los primeros consiguen reportajes llamativos de manera fácil, los segundos una presencia constante en los medios con la vista puesta en las subvenciones. Eso sí, con la recurrencia de los temas se crea una mitología, a modo de “si este esqueleto está en Bollullos de la Mitación, debe ser el Hombre de la Mitación”. De esta manera, hay un colegueo ‘de autor’ entre informadores e investigadores, y cualquier rumor se publica como un nuevo paso de los incansables equipos de investigación en su imparable camino hacia la verdad.
e) El genoma está genomado.- Las dificultades de comunicación entre periodistas y científicos producen los clásicos despropósitos, bien porque el periodista no se entera, bien porque el científico no se explica. El resultado es una noticia llena de barbaridades, más cercana al criptograma o al trabalenguas que a la divulgación. Como el público tampoco suele enterarse, estos disparates pasan desapercibidos o, como mucho, se corrigen en alguna fe de erratas (donde aparecen nuevos disparates, claro).
f) Aceptamos Nessie como animal acuático.- Cuando el monstruo del lago Ness, el Pie Grande, los Ovnis o los muertos vivientes empiezan a hacer acto de presencia en el periodismo ‘serio’, alguna trama inmobiliaria o corrupción política hay por otro lado. Sólo J.J. Benítez o Jiménez del Oso, y a veces Manuel Toharia, tienen carta blanca en este campo.
La falta de rigor de las noticias científicas españolas también está relacionada con las carencias de la divulgación en el ámbito literario. Los ensayos divulgativos patrios son escasos y normalmente muy restringidos al mundo universitario. El lastre del unamoniano “que inventen ellos” todavía se deja ver por estos lares. Mientras Francia, Alemania o las naciones anglosajonas poseen una rica y cuantiosa literatura de divulgación científica, España se alimenta de unas pocas traducciones, algo insuficiente en estos tiempos de enorme importancia de la ciencia y la tecnología. Posiblemente, la apuesta por estos ensayos suponga un empujón para un periodismo científico de más calidad. Pero todo el mundo anda demasiado ocupado tratando de ganar el premio Planeta como para dedicar unas líneas a difundir la ciencia de una manera distraída pero estricta. Dos dedos de literatura, una pizca de voluntad didáctica en los investigadores y un chorrito de formación en los periodistas. La base de un digestivo plato de divulgación científica y tecnológica necesita al menos esos ingredientes. Mientras tanto, ya saben que el positrón es un bicho tan pequeño que si se cae se mata.
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