Las Cartas al Director
Un hombre, una columna
(Lecciones de Periodismo Independiente IV)
Entre titulares, pies de foto, artículos, entradillas, declaraciones de todo tipo, infográficos, carteleras, horóscopos, pasatiempos y anuncios, el ciudadano también tiene un hueco para hacer oír su voz, siempre que hable bajito. Las cartas al director existen en los periódicos desde que el primer gacetillero metió la pata en su debut como informador en prácticas y lo reconvino una señora de Southampton que tenía mucha flema. Este tirón de orejas impreso sucedió en el siglo XVII, aunque cualquier historiador del periodismo puede situarlo, como es habitual, en Grecia, unos cuantos años antes del nacimiento de Cristo, y también vale.
Las cartas al director tienen el objetivo de conceder a los lectores de un periódico la oportunidad de que manifiesten su punto de vista, protesten, maticen, corrijan, complementen o profundicen en los contenidos de la publicación, e incluso despotriquen contra todo lo que aparezca en los papeles. De esta forma se establece algo parecido a un diálogo entre editores y público, además de un ligero mecanismo de control del poder mediático en favor de la libertad de expresión.
El exceso de artículos y articulistas (o columnas y columnistas, como se prefiera) hace que se resienta la calidad de este género muy ligado a la literatura. Muchos autores de calidad escriben demasiado durante la semana como para mantener cierta regularidad en sus escritos. Los opinadores del montón escriben todavía con más frecuencia, y los rematadamente malos todos los días y hasta en varios lugares, además de ser tertulianos en la radio, la versión hablada de este modo de vivir del cuento. Asimismo, la selección de los articulistas en cualquier diario o revista deja mucho que desear y obedece en demasiadas ocasiones a dudosos criterios, que van desde el amiguismo hasta el mérito de haber conseguido el segundo accésit del concurso de cuentos de ciencia-ficción de la comarca. Ante tanto altibajo, el número y la variedad de las cartas al director ofrecen nuevos puntos de vista, a veces inusuales, y una sensatez difícil de conseguir en aquellos que están demasiado pendientes de su estilo. Por supuesto, oferta tan atractiva de lo que debieran ser ‘las columnas del pueblo’, queda deteriorada por la manera de actuar de los responsables de los medios españoles.
El espacio que se concede a las cartas al director suele ser mínimo en comparación con el resto de los contenidos. Además, las cartas están limitadas por una serie de restricciones en cuanto a su extensión, y el medio suele advertir del derecho que tiene a recortarlas si de todas formas “no cupieran”. O sea, un ‘guetto’ de mensajes de un renglón para rellenar.
Por otra parte, los medios consideran cartas al director a las aclaraciones de personas notorias, normalmente políticos, que escriben para ofrecer su versión de determinados hechos en los que están implicados, cuando estas réplicas nada tienen que ver con el espíritu de la sección y tendrían que ser publicadas en un lugar específico. Pero así pasan desapercibidas y la incomodidad para el medio disminuye.
La tradición periodística (seria) anglosajona siempre ha considerado a las ‘letters to the editor’ como una sección destacada y prestigiosa del diario o revista, no tanto por el espacio dedicado a ellas como por su sentido, más fiel al original. Por ello, en algunos medios allende nuestras fronteras, cada carta al director debe tener una referencia al asunto que trata, especificando su autor qué noticia comenta y qué día apareció en el periódico (y sólo se puede escribir sobre las noticias publicadas por ese periódico). En el caso español, influencia de las charlas de taberna, se puede comentar cualquier asunto de actualidad del último mes aunque el medio en cuestión no le hiciera el menor caso.
Otra consecuencia de este hábito, y bastante más grave, es la conversión de las cartas en un batiburrillo. Entonces cabe cualquier texto, desde la felicitación al amigo que se jubila hasta el poema en prosa por la abuela fallecida, pasando por unas breves memorias de la infancia feliz. Esto suele pasar sobre todo en diarios de provincias, muchos de ellos con suficiente tradición y prestigio como para que sus rotativas se autodestruyesen en el momento de imprimir tales mensajes.
Por supuesto, la casualidad actúa constantemente en esta sección. Basta echar un vistazo a cualquier periódico. La casualidad siempre hace que la mayoría de las cartas al director apoyen su línea editorial. Los mensajes contrarios a la ideología del medio suelen tener una calidad literaria inferior por casualidad. La casualidad influye de tal modo en esta materia que los asuntos delicados para la publicación coinciden precisamente con los que no interesan a los lectores. Pero contra la casualidad resulta vana cualquier lucha. No podemos pretender que la ética periodística abarque también al azar.
La falta de interés por parte de los medios y tanta casualidad limitan, en España, las posibilidades de las cartas al director, que sólo pueden desarrollar algunos de los propósitos para los que nacieron. A pesar de todo, siguen constituyendo una de las secciones más interesantes y aprovechables de los periódicos, de las pocas que nunca han de emplearse para envolver alimentos o cubrir el suelo de la cocina cuando se frían patatas.
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