La Fe de Errores
Enmiendas liliputienses que estar… Están
(Lecciones de Periodismo Independiente V)
Según la leyenda urbana, la infalibilidad de los periodistas tiene lagunas atribuibles, sin duda, a la acción de entidades malignas o al efecto de la hechicería. La ciencia infusa de la que goza el informador desde el mismo momento en que pisa una redacción, y la bondad y moralidad inherentes a este trabajo, hacen casi impensable que puedan publicarse noticias con errores, salvo aquellos resultantes de un fallo de imprenta, claro que las máquinas son más sensibles a la influencia del otro lado.
Desde la invención de tan diabólico aparato, millones de erratas de impresión han constituido una historia de la pifia casi tan extensa como el saber acumulado una vez que se depuran tales desatinos. En 1478, un libro de Juvenal impreso en Venecia incluye la que se considera primera fe de erratas, que ocupaba dos páginas. Esta especie de lista de equivocaciones, con las enmiendas pertinentes, se coloca desde entonces al principio o al final del libro, y supone una evidente muestra de que la tecnología y Belcebú van de la mano desde hace siglos.
La fe de erratas pasó del mundo del libro a los periódicos con una función semejante, es decir, se trataba de una fe de erratas de imprenta, no de una corrección de otro tipo de coladuras que, en cualquier caso, siempre hubieran procedido de la acción burlesca, siniestra e incansable del espectro de Gutenberg. Además, estas rectificaciones podían aparecer en cualquier página, a modo de irónico pasatiempo: “busque usted nuestra fe de erratas”.
En España, la primera referencia seria a la fe de erratas aparece en 1977 con la edición del libro de estilo de El País, un folleto de normas éticas y estilísticas de uso restringido para los redactores de ese diario que ha llegado a convertirse en un superventas de cientos de páginas. Desde entonces, la fe de erratas pasa a llamarse ‘de errores’, con lo que se dignifica un poco una parte imprescindible en cualquier periódico, menos por el ligero cambio de nombre que por quedar fijada en un lugar concreto (con las cartas al director, destacada por un recuadro) y comprender al fin desaciertos de toda índole, no sólo tipográficos y “derivados”.
Tras ese renacimiento de la fe de errores, esta sección se ha convertido a lo largo de los años en un símbolo de la libertad de expresión y del derecho a la información veraz que tiene todo ciudadano en una democracia, contribuyendo decisivamente a la construcción de una sociedad más libre {carcajada}.
Y es que es más probable divisar la huella en el barro de un ácaro del polvo que a estas rectificaciones. Efectivamente están, cuando están, con las cartas al director, pero padecen una curiosa desnutrición cuya consecuencia se parece a una suerte de enanismo. Efectivamente, tras coger una lupa de entomólogo, deducimos que esa mancha que hay al lado de los mensajes de los lectores debe ser la famosa fe, responsable –aunque está por probar por la comunidad científica- de un síndrome que bautizaremos como ‘mal de la presbicia súbita’.
Cuando se produce un error en una determinada información, la fe de errores ha de dar cuenta de él al día siguiente. Sin embargo, su tamaño y ubicación hacen que haya una diferencia abismal entre el público que haya podido leer la noticia con fallo incorporado y el que lea la fe de errores. Resulta inocente pensar que un error cometido, por ejemplo, en una noticia destacada de una página impar de ‘Internacional’ pueda ser subsanado por un recuadro microscópico situado en la sección de opinión. Las personas que se percaten de la errata serán, por lógica, un reducido porcentaje de aquellas que leyeron el texto del número anterior del periódico. Si el error en cuestión se trata de un dato falso, la desproporción resulta alarmante. De esta manera, la fe de errores da la impresión de compromiso adquirido con desgana por un medio para no enfrentarse a las consecuencias de sus propias meteduras de pata. Por otra parte, parece ridículo obligar a los lectores a que busquen la fe de errores por si se hubiera producido una equivocación ayer.
El recuadro en la sección de opinión podría bastar si el gazapo es leve, con una adición de elementos que faciliten su localización y lectura sin la necesidad de hacer pesquisas con una lente de aumento. Pero si el error es grave sólo puede compensarse con una rectificación acorde con la extensión e importancia de la noticia, mejor si se coloca en las mismas páginas donde se publicó.
Hablamos todo el tiempo, por supuesto, en sentido figurado, atribuyendo características humanas a la raza de los periodistas, considerando que sus fallos tengan verdadera importancia alguna vez. Hasta que ese momento llegue, si es que llega, la fe de errores puede ponerse perfectamente en el ‘canto’ de la quinta página del diario y en lenguaje cifrado.
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