LA CONTRAPORTADA
Las ‘últimas’ serán las primeras
(Lecciones de Periodismo Independiente VII)
Una ley no escrita, o acaso un rasgo genético o de comportamiento que todavía hoy se escapa a antropólogos y científicos, hace que las personas normales empiecen a leer el diario por la última página, lo que da una idea aproximada de lo atractiva que resulta la actualidad y de la enorme brecha que hay entre lo que quiere leer el público y lo que pretenden los editores que lea. Los auténticos lectores de diarios ven en ellos un envoltorio de papel que protege de las inclemencias del tiempo a lo verdaderamente valioso: la sección de deportes, la televisión, la información meteorológica, la cartelera, el crucigrama, el horóscopo y los anuncios clasificados. Por su parte, los editores –que se mueven en la ultraterrena dimensión del dinero a espuertas- consideran a los periódicos como vehículos de la política y la economía. Estos mundos irreconciliables tienen a veces un nexo: la contraportada.
La contraportada, o ‘última’ en la jerga periodística, combina lo mejor de ambos mundos. Ofrece contenidos populares sin llegar a la decadencia de las noticias deportivas o a la fantasía de los anuncios clasificados. También contiene asuntos políticos, económicos o culturales, pero siempre lejanos a la seriedad de a vida o muerte que reflejan las secciones más ‘importantes’ o ‘felinas’, por aquello de que las leen cuatro gatos. Hablamos, claro está, de la contraportada de todos aquellos diarios que todavía mantienen un reducto de ingenuidad. Los diarios lúcidos, realistas o pragmáticos (es decir, los que van a lo que van y no les importa que se note) ponen publicidad en la última y sanseacabó, con un par.
Afortunadamente, muchos diarios nacionales y casi todos los de provincias siguen siendo inocentes, lo que permite la existencia de una de las secciones más divertidas y de calidad, la mejor sin duda después de ese rincón de literatura humorística que atiende a la denominación de anuncios de contactos.
Los periódicos siguen fórmulas estereotipadas para cubrir sus últimas, lo que no es óbice para el disfrute del lector: un articulista de lujo por allí, cuatro cotilleos por acá, una crónica curiosa, algún ‘ranking’ (tipo sube tal concejal y baja el otro), fotos que se consideran llamativas por motivos anecdóticos, entrevistas cortas, frases que han dicho famosos… todo cabe en este cajón de sastre que tiene como objetivo entrar por los ojos al ciudadano común, ya que es, recordemos, lo primero que mira, salvo que se trate de algún tipo de pervertido, enfermo o marciano de los que coge el diario y lee los titulares de portada (puede ser un político, con lo que tenemos una mezcla de pervertido, enfermo y marciano).
Todos esos textos que puede haber en la contraportada se organizan según el diario y el día de la semana. Los periódicos más sobrios se limitan al articulista de lujo y a una crónica, los más excesivos convierten sus últimas en una superficie llena de color que parece invitar a una simbólica fiesta de la prensa.
Al margen de la diversión del lector, la contraportada permite la supervivencia dentro de la información general de la crónica, relegada en los últimos tiempos al deporte, la corresponsalía de guerra y el ámbito parlamentario. A esta dosis de literatura e información ofrecida por los cronistas hemos de sumar la ‘obra’ de los articulistas que escriben en esta sección. Todo articulista escribe artículos, ahora llamados columnas, hasta que asciende a la última, momento a partir del cual puede referirse a esos escritos como ‘obra’. Y es que la contraportada supone la beatificación del articulista, de ahí que los miembros de tal gremio sean capaces de degollar a un semejante por ese hueco al final del diario. La necesidad de mantenerse en la contraportada una vez que logran llegar a ella hace que los ‘columnistas de última’ se esfuercen más que el resto, pudiendo darse el caso de que escriban sobre asuntos que no desconozcan del todo, algo que sería imperdonable en la sección de opinión pero que aquí supone una señal del respeto a los lectores.
Si sumamos todos los demás textos y fotos que pueden caber en la contraportada a la escritura de estas crónicas y artículos, se explica que los diarios se lean al revés. Curiosamente, esa tendencia todavía no ha llegado a los informativos de radio y televisión, que siguen empeñados en empezar por la noticia del día, cuando todo indica que la audiencia, si pudiera, oiría o vería en primer lugar la información del tiempo.
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