Historia Sagrada. 51
Las plagas (II): Ataque al Medio Ambiente (Éxodo 7, 26-29, 8, 1-7)
Él estaba ilusionado por comenzar su recital de plagas ideadas para doblegar la voluntad de Faraón, así que a los siete días de convertir el agua del Nilo en sangre se le ocurrió la brillante idea de infestar todo Egipto con el más maléfico, letal y sádico animal que jamás creara Su imaginación: la rana común. Sí, ese bicho con que nuestros abuelos nos amenazaban, ese animal sanguinario que a la que te descuidas pega un brinco de un metro dejando en ridículo todos los estándares del cuerpo humano, ese malvado reptil capaz de las mayores atrocidades, ese enemigo natural de la raza humana.
Pese a todo lo que antecede, cuando Faraón escuchó la nueva amenaza de Yaveh se rió a mandíbula batiente, y vino a decir que si eso era lo mejor que sabía hacer el Dios de los hebreos ya podían esperar sentados a que dejara de esclavizarlos, que a él las ranas le resultaban hasta simpáticas y que cuantas más enviara, mejor, más sabrosas ancas se atizaría él en las cenas de Palacio.
Así que Moisés y Aarón hacen su truquito con el ya afamado bastón – serpiente y comienzan a proliferar ranas por doquier, ocupando todo Egipto, saltando por ahí y haciendo la vida insoportable a los egipcios. Faraón, sin inmutarse, miró a sus magos de cabecera y éstos, nuevamente utilizando sus “fórmulas secretas”, se pusieron a crear más ranas como diciendo “tampoco tiene tanto mérito lo de Él”, y dejando claro a los hebreos que si se trataba de que las ranas se multiplicasen “como las estrellas del firmamento”, por Faraón que no quedase.
Por eso sorprende que, justo después de dar muestras de una despreocupación similar por el show de las ranas, despreocupación tan acentuada que incluso él alentaba a los suyos para crear más, Faraón aceptase las condiciones de Yaveh, y ofreciera la liberación de los judíos a cambio de que las jodías ranas dejasen de pulular por ahí. ¿Había triunfado Yaveh por fin?
No se engañen, amigos, un tipo de la masculinidad de Faraón no iba a achantarse por tan poca cosa. A Faraón lo que le preocupaba no era una cuestión tan nimia como la supuesta venganza de Él, su recto concepto de la moral tampoco le permitía padecer debilidad alguna por el incesante sufrimiento del pueblo egipcio (y por otro lado cabe decir que sobre este particular, el sadismo en el comportamiento para con los egipcios, nada podían enseñar Yaveh y sus ranitas a un tipo curtido como Faraón); sin embargo Faraón, hombre adelantado a su tiempo, sí tenía una debilidad: la preservación del ecosistema. Faraón admiraba por encima de todo la belleza de su país, la pureza de la vida salvaje, la exuberancia de la fauna y la flora, … todos éstos eran factores de los que Faraón nunca pudo disfrutar en exceso, pues la mayoría de su Reino era un asqueroso desierto, y precisamente por ello era muy consciente de la importancia de mantener la poca naturaleza que aún quedaba en Egipto.
Por ese motivo, al principio Faraón miró con buenos ojos la proliferación de ranas, e incluso alentó a sus magos para que crearan más; tal vez, con un poco de suerte, Egipto fuera conocido en el Mundo Antiguo como “el país de las ranas” (en lugar de “el país del río pestilente rodeado de puto desierto”, denominación de origen menos agradecida y que, además, Egipto ni siquiera ostentaba en exclusiva, pues igual nombre recibía Mesopotamia). Sin embargo, bien pronto Faraón se dio cuenta de las perniciosas consecuencias de alterar en exceso el frágil entorno natural: las hordas de ranas se alimentaron con salvajismo, sin ninguna preocupación por el medio y largo plazo, de sus nutrientes naturales, es decir, moscas, mosquitos y demás insectos, atacando la estabilidad de la cadena alimenticia casi desde su misma raíz. Horrorizado ante un futuro sin insectos, sin espigas de trigo opulentas ni vacas orondas que pudieran aparecer en sus sueños como tradicionalmente saben Ustedes que ocurría en Egipto, Faraón decidió simular su rendición frente a la grandeza de Yaveh; sólo así podría restablecerse el ecosistema.
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