Historia Sagrada. 48
El bastón prodigioso (Éxodo 2, 16 – 25; 3, 1 – 22; 4, 1 – 9)
Moisés huye de Egipto todo lo rápido que puede. Recuerden, sus superpoderes le han permitido concluir que “la cosa se sabe”. Se especializa, en el camino, en la defensa de los justos, los débiles, los inocentes. Como es lo habitual en estos casos (vean, sin ir más lejos, el paradigmático caso de Michael Knight, una especie de Moisés posmoderno con chupa de cuero), los favorecidos por sus buenos oficios ponen a disposición del héroe a sus jóvenes hijas en reconocimiento por la virilidad demostrada por el aventurero. A diferencia de lo que ocurre con “Michael” (siglos de evolución en la especie de los superhéroes le han hecho mucho más inteligente), Moisés queda atrapado a la primera: defiende a siete hijas de un sacerdote cuando son expulsadas de una fuente e inmediatamente el padre, preocupado sin duda ante la dura perspectiva de tener que colocar a todas, le ofrece sin dudar a una de ellas. Moisés, inocente como es todavía, la toma como esposa y hasta tiene un hijo con ella. Como buen superhéroe, Moisés no se acepta a sí mismo y trata de rehuir su destino, iniciando una vida homolgable a la de cualquier ciudadano. O intentándolo, al menos.
Sin embargo, a medio plazo, evidentemente, la perspectiva de tener que hacer frente a responsabilidades familiares es un acicate más para Moisés quien, tras comprobar durante unos meses cómo es la vida conyugal, acaba de decidirse por la otra vía: cumplimentar una misión salvífica. Opción al alcance de muy pocos, que tienen que recurrir simplemente a “bajar a la esquina por tabaco”, pero que está al alcance de Moisés. Un acontecimiento que pasará a la Historia será decisivo y acelerará las cosas: así como Superman encontrará en el futuro un cristal de Krypton con instrucciones grabadas por sus padres indicándole el camino, Moisés se las tiene que ver con una zarza que arde pero no se consume y que, encima, ¡habla! Este espectacular formato multimedia, imposible de tostar ni siquiera por el más avezado “cracker”, es una creación genuina, como no podía ser de otra manera, de Él.
La zarza se presenta, amable y educadamente, a Moisés: en efecto, se trata de Dios, en persona. O, como la propia zarza indica, con su conocido gusto por los detalles, de “Yo soy el que soy”, o “Yo soy”, a secas, para los amigos (Yavé). A pesar de lo oscuro del discurso en lo referido al Dasein de la zarza y del propio Moisés, éste, bastante harto de la vida familiar, opta por apuntarse a la alternativa salvífica que, según la zarza, está llamado a protagonizar sin poner en cuestión las partes un tanto dudosas del relato.
Básicamente, la zarza le explica que ha percibido en él cualidades (no se especifican cuáles, pero es evidente que el gusto y alegría con el que apiolaba egipcios no era una cuestión ajena a la decisión), y que en consecuencia debe emplear sus superpoderes en liberar al pueblo judío.
El plan de Yavé, en funciones de clásico factotum que se aprovecha del superhéroe y lo pone a su servicio, con el que mantendrá siempre una relación un tanto equívoca, es claro. Moisés debe ir a Egipto y reunir a los hebreos, explicándoles que es un enviado del Señor y que han de seguirle en peregrinación para constituirse como pueblo en Palestina, que llevaba demasiados años tranquila, y eso no podía ser. Asimismo, Moisés deberá informar de estas intenciones al Faraón, más que nada para que éste pueda negarse a consentir la salida de los judíos y dar más emoción al asunto.
Conocidas las intenciones de Yavé, Moisés solicita, ya puestos, ser investido de algún superpoder adicional. Yavé, solícito, le convierte su bastón en una especie de arma multiusos. Tirándolo al suelo se convierte en serpiente, algo que siempre es de agradecer porque queda muy espectacular y acojona lo suyo. Moisés, con él, puede dar golpes de efecto y contar ya por fin con el elemento identificativo de todo superhéroe que se precie. También solicita unas mallas ajustadas de color violeta, pero la época no estaba para mariconadas y Yavé se niega. Al percibir la decepción del chico, a cambio, Yavé opta por enseñarle un par de truquitos circenses más, muy simpáticos y efectivos (propagar la lepra, convertir agua en sangre…). Poca cosa, la verdad, a efectos prácticos, pero Moisés no necesitaba más teniendo como tenía lo más importante: la decidida voluntad de, tras haberse encontrado a sí mismo, liquidar a cuantos egipcios se interpusieran en el camino de su pueblo.
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