Historia Sagrada. 47
El primer superhéroe de la Historia (Éxodo 2, 11-15)
La historia de Moisés, narrada en el anterior capítulo en sus primeros pasos, puede antojarse aburrida para un lector de la Biblia ya avezado. Un “elegido” más, pensará. Uno de esos a los que el Señor habla de vez en cuando y le hace favores, uno más de la estirpe que acaba en Neo.
Sin embargo, quien tan apresurado juicio emitiera se engañaría, dejándose llevar por el prejuicio, y olvidando la riqueza narrativa de lo que, a fin de cuentas, por algo es Libro de Libros. Porque, en un alarde de modernidad, y anticipándose en milenios a la que será forma de cultura más desarrollada del siglo XX, la vida de Moisés es, en realidad, la del Primer superhéroe de la Historia. De hecho, en la estructura que de la apasionante evolución existencial de Moisés nos proporciona el Texto sagrado encontramos todos los elementos esenciales de la personalidad de cualquier superhéroe que se precie:
1. Compleja historia familiar, que lo abona a los traumas, a la melancolía y a cierta soledad. Moisés, como es sabido, no es muy consciente ni siquiera de quién es su madre verdadera-de ficción real. De un entorno familiar desestructurado surge, inevitablemente, esa pulsión edípico-homosexual tan cara a todo justiciero.
2. Identificación y persecución de un fin, asociado normalmente a la idea que el superhéroe tiene de la justicia (y que es habitualmente un tanto peregrina, como no puede ser de otra manera). Este objetivo existencial del superhéroe, además, suele aprehenderse a través de expeditivas vías, descubiertas con motivo de un siempre tierno episodio iniciático. Veamos el caso de Moisés:
La Biblia retrata a un Moisés concienciado, preocupado por “su pueblo” (cómo había llegado a la conclusión, en medio del lío familiar, de que “su” pueblo era ese, el hebreo, y no el otro, el egipcio, es algo un tanto inexplicable, pero que aceptamos dado que la intuición será uno de los “superpoderes” de Moisés). De forma que, cuando tranquilamente paseaba un día por ahí, muy en su línea de tipo sin oficio ni beneficio (ejemplo claro del maltrato sufrido por su pueblo o, quién sabe, de los motivos por los que los egipcios creían que o se les obligaba a palos o esos tipos no trabajaban), “observó cómo un egipcio maltrataba a uno de sus hermanos, a un hebreo”. Profundamente conmovido en lo más hondo, como todo episodio iniciático requiere, “miró a su alrededor, vio que no había nadie” (pues todo superhéroe ha de velar por preservar su identidad secreta; sin embargo, como después comprobaremos, Moisés no tenía entre sus superpoderes el de una visión aceptable). Tras lo cual nuestro protagonista no se anda por las ramas. En una afirmación del sentido retributivo y ponderado que tenía la justicia, “mató al egipcio y lo enterró entre la arena”.
3. Búsqueda de una razón de ser a su existencia de superhéroe. Enardecido por su éxito, Moisés se crece, y al día siguiente sale de nuevo a pasear con la decidida intención de hacer justicia, a su manera. Ve a dos hebreos pelearse y se interpone, lo que es mal visto por sus compatriotas, que le reprochan su intromisión. Como cualquier superhéroe, Moisés ha de vencer la incomprensión de sus protegidos, que periódicamente hace su aparición. Los hebreos le recriminan con duras palabras: “¿Quién te ha constituido jefe y juez sobre nosotros? ¿Piensas matarme como mataste al egipcio?”. En este punto Moisés, en uso de otro de sus superpoderes (la clarividencia, que compensaba sus evidentes defectos en la vista; recuerden que antes de matar al egipcio miró en rededor y creyó que no había nadie) llegó a una inapelable conclusión: “La cosa se sabe”.
A partir de este momento comienza para Moisés el período obligatorio para todo Superhéroe que se precie: esa travesía del desierto inicial (Moisés, en efecto, se convertirá luego en un especialista en estas lides) en la que se deambula por ahí, sin saber muy bien qué hacer con la vida, mientras pequeñas aventurillas permiten ir afinando y descubiendo toda la grandeza de los poderes acumulados. Fase inevitable, de búsqueda de uno mismo y de un fin definitivo, que no concluye hasta que, como mínimo, el superhéroe es capaz de optar por una vestimenta suficientemente personal e identificativa que sirva para que las masas le reconozcan al instante. Pero de ello hemos de hablar con algo más de calma.
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