Historia Sagrada. 42
José descubre su identidad (Génesis 44, 1-34; 45, 1-28; 46, 1-27)
Los hermanos volvían ufanos a Canaán, forrados de trigo y de plata y previsiblemente borrachos a causa del festín con que les había agasajado José, tan felices que igual no vendían a Benjamín como esclavo ni nada. Pero hete aquí que José idea uno de estos planes geniales que le dieron fama mundial, siendo conocido por todo el orbe como “el que piensa”: le dijo a su mayordomo que escondiera entre los trastos de Benjamín la copa de plata de José y luego fuera al encuentro de los hermanos acusándoles de haber robado dicha copa. El mayordomo se guardó para sus adentros lo que pensaba de su señor y de la reprobable acción que le obligaba a ejecutar, propia del más acreditado felipismo faraónico, y obró como le había ordenado José. Al encontrar la copa en la bolsa de Benjamín, y al descubrir los hermanos que Benjamín iba a convertirse en esclavo de José, se rasgaron las vestiduras, como diciendo: “mira, oh mayordomo, nuestros ebúrneos cuerpos; ¿acaso no nos preferirá tu señor antes que mancillar las tiernas carnes de nuestro hermano pequeño?”.
Ante esto, el mayordomo decidió llevarse a todos los hermanos, no sólo a Benjamín, a presencia de su señor, y al ver de nuevo a sus hermanos (que, dicho sea de paso, debían estar ya hasta las narices de los jueguecitos que el favorito de Faraón se traía con ellos), el muy mariquita, tan mariquita que ya no hay parámetros en la Tierra para medirlo, se echó a llorar delante de ellos y comenzó a abrazarlos, mientras, totalmente histérico, les soltaba el siguiente rollo: “El les dijo: “Acérquense”, y se acercaron. “Yo soy José, su hermano, el que ustedes vendieron a los egipcios. Pero no se apenen ni les pese por haberme vendido, porque Dios me ha enviado aquí delante de ustedes para salvarles la vida. Ya van dos años de hambre en la tierra, y aún quedan cinco en que no se podrá arar ni cosechar. Dios, pues, me ha enviado por delante de ustedes, para que nuestra raza sobreviva en este país: ustedes vivirán aquí hasta que suceda una gran liberación. No han sido ustedes, sino Dios quien me envió aquí; El me ha hecho familiar de Faraón, administrador de su palacio, y gobernador de todo el país de Egipto. Vuelvan pronto donde mi padre y díganle: “Esto te manda a decir tu hijo José: Dios me ha hecho dueño de todo Egipto. Ven a mí sin demora. Vivirás en la región de Gosén y estarás cerca de mí, tú, tus hijos y tus nietos, con tus rebaños, tus animales y todo cuanto posees. Aquí yo cuidaré de ti, y nada te faltará a ti, a tu familia, ni a cuantos dependen de ti, durante estos cinco años de hambre que aún quedan. Ahora ustedes ven, y su hermano Benjamín lo ve, que soy yo quien les está hablando. Cuenten a mi padre la gloria que tengo en Egipto, y todo lo que han visto, y luego dense prisa de traer aquí a mi padre.””
Perdonen por el tostón, pero la verdad, el discursito se las traía. En verdad era José el Elegido por el Señor, porque de tratarse de un impostor, los hermanos, ante semejante locura musitada entre sollozos por un tío totalmente fuera de sí, o huían despavoridos, o se cargaban a José allí mismo.
Pero no; todo salió bien y José besó y abrazó, según nos cuenta la Biblia, a cada uno de sus hermanos, y les regaló a todos ellos un vestido que debía ser una pocholada y les permitió estar presentables, pues, recuerden Ustedes, “se habían rasgado las vestiduras”. Como de costumbre, Benjamín disfrutó de un trato especial, y recibió cinco vestiditos con los que estaría hecho un pincel y 300 monedas de plata para comprarse aún más conjuntos rosa – limón. Los hermanos volvieron con Jacob y le dieron la buena nueva. Al principio éste, como es lógico, no les creyó, pero al ver todos los regalos que les había hecho José el vejete, avispado negociante como ya hemos tenido ocasión de comprobar en capítulos anteriores, vio las oportunidades de negocio pues, según indica la Biblia, “Entonces revivió el espíritu de Jacob” y decidió viajar a Egipto. Poco antes de llegar Yaveh le hizo una llamada por la línea directa a Jacob y le vino a decir lo de siempre: que todo iría bien, que en Egipto se multiplicarían como las estrellas del firmamento, y que Él le garantizaba a Jacob que las perspectivas de lucrarse a costa de los egipcios eran enormes, máxime teniendo en cuenta que al frente de la Administración había un Elegido por el Señor que, además, era el propio hijo de Jacob.
Reconfortado por estas palabras, el abuelete decidió entrar en Egipto acompañado por “toda su descendencia, sus hijos y los hijos de sus hijos, sus hijas y los hijos de sus hijas”. Esto nos sume en el desconcierto, pues aunque en principio pudiéramos suponer que el Redactor del Libro utiliza el género no marcado y, por tanto, incluye a las hijas dentro del sustantivo “hijos”, más tarde habla explícitamente, haciendo gala de una sensibilidad por la condición femenina que le honra, de “hijas”, pero en ambos casos, hijos e hijas, tan sólo se vienen con Jacob, genéricamente, los “hijos”. Por tanto… ¿quiere esto decir que el escritor utiliza el género no marcado cuando le place o cuando el Señor le da a entender? ¿Quiere decir que, a la vista de las enormes oportunidades de procreación que daría de sí un Egipto dominado por su hermano José pero al mismo tiempo lleno de impías, pecadoras y sensuales idólatras egipcias, los hijos e hijos de hijos de Jacob decidieron encaminarse hacia la nueva tierra limpios de polvo y paja?
No queda este asunto totalmente claro, pese a que, a continuación, la Biblia disfruta lanzándonos un enorme listado de todos los hijos e hijos de hijos de Jacob, y en efecto, a no ser que los nombres de mujeres sean muy raros, sólo hace referencia por ahí a una hija y a la mujer de José, para luego ventilarse a toda la compañía femenina con un críptico “sin contar a las mujeres de sus hijos”. En fin, y por si a alguien le interesa, pues a la Biblia, por lo visto, le interesa mucho, entraron en Egipto un total de 66 personas, lo cual, sumado a los cuatro de la familia de José que ya vivían en Egipto, nos da un colectivo de 70 personas dispuestas a procrear y vivir a costa de Faraón y el sufrido pueblo egipcio. Pero no crean, lo hicieron, con la ayuda del Señor, muy bien: “Medrando en Egipto”.
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