Historia Sagrada. 35
Venta de José (Génesis 37, 1-36)
Comenzamos aquí el relato de la exitosa vida de otro de los Elegidos por el Señor. El Elegido en cuestión, José, venía nuevamente de la misma gloriosa estirpe de Abraham y era hijo de Jacob (o Israel, o como Ustedes quieran; el escritor utiliza ambos indistintamente, demostrando que incluso los escribas se tomaban las resoluciones del Señor a cachondeo), así que no es de extrañar que bien pronto sus muchas virtudes le generaron la envidia de los demás, particularmente sus hermanos. ¿Se dan cuenta de que en la Biblia siempre queda todo en casa? ¡Siempre crecen y se multiplican como las estrellas del Firmamento los mismos! ¡La Tierra Prometida parece Sicilia!
A lo que íbamos; como no podía ser menos, José era el preferido de Jacob, pues lo había engendrado, según la Biblia, “en la ancianidad”, demostrando que era todo un machote y, por tanto, verdaderamente Elegido por el Señor. Para exhibir sus preferencias por José, Jacob, en un alarde de generosidad impropio de su talante comercial, le regaló a su hijo José una suntuosa túnica “con mangas”. En contrapartida, José se encargaba de espiar a sus hermanos, contándole a su padre todas las malas acciones que aquéllos cometían (no consta si Jacob reaccionaba indignado ante las fechorías de sus hijos o se enorgullecía de ellos).
Por si esto no fuera suficiente para generar la envidia de sus hermanos, resulta que a José le daba por tener sueños muy a menudo (ya podría, alguien con una túnica con mangas puede permitirse soñar), y además no tenía ningún problema en relatar a sus hermanos el argumento detallado de lo que había soñado:
– En una ocasión, José les contó a sus hermanos el siguiente sueño: “Miren, les dijo, el sueño que he tenido. [7] Estábamos nosotros atando gavillas en medio del campo, cuando sucedió que mi gavilla se levantaba y permanecía derecha. Entonces las gavillas de ustedes la rodearon y se postraron ante la mía.” La malignidad de sus hermanos hizo que interpretaran que José quería decirles que se postrarían ante él, cuando en realidad José simplemente había tenido un inocente sueño erótico, en la línea incestuosa de la Biblia, que un psicoanalista más avezado habría leído de esta guisa: “José sublima el deseo de acostarse con su padre, pues es un poco floripondio, en las masculinas figuras de sus hermanos, cuya función en el sueño es el de adorar su Falo (el de José, no cada hermano el suyo propio)”.
– Pero eso no fue todo. Poco después, en una comida familiar, José volvía a las andadas, ante el escándalo de hermanos y figura paterna: “Tuve otro sueño; esta vez el sol, la luna y once estrellas se inclinaban ante mí.” Teniendo en cuenta la analogía que habitualmente hacía el Señor entre las estrellas y el acto sexual como paso previo a la proliferación de aquéllas, no es aventurado pensar que José nuevamente se refería a la adopción de una postura auténticamente dominante en sus relaciones afectivas con la familia, pero curiosamente sus hermanos, de nuevo, le interpretaron mal, asumiendo que José simplemente quería hacer constar su superioridad haciendo que sus hermanos se inclinaran ante él en un sentido general, no en el sexual al que, Ustedes lo saben perfectamente ya, se dirige siempre la Biblia.
De cualquier forma, los hermanos de José, ante tales humillaciones, adoptaron la única decisión posible en unos tiempos duros como aquellos: asesinarlo. Pero cuando José se acercaba inocentemente hacia el lugar donde estaban sus hermanos, Rubén, uno de los susodichos, les convenció de que se limitaran a lanzarlo a un pozo, sin matarlo. En realidad, Rubén quería rescatar después a José, pues tenía la secreta ambición de conseguir otra túnica con mangas de su padre. Así que los hermanos cogieron a José (según la Biblia, “lo tomaron”; interprétenlo como quieran), lo arrojaron a un pozo seco y (me estremezco sólo de pensarlo) ¡Le quitaron la túnica con mangas!.
Pero poco después Judá sugirió que, ya puestos, podrían vender a José como esclavo, aprovechando que en ese momento pasaban unos medianitas por allí (no tenemos ni idea de quiénes eran los medianitas en cuestión, pero debían tener algún parentesco con los turcos o los portugueses, dado que se dedicaban a este tipo de labores); así, con el dinero recolectado, tal vez pudieran ellos comprarse una túnica en condiciones.
Y así lo hicieron: cambiaron a su hermano José por veinte monedas de plata, mancharon la túnica con mangas con sangre (qué falta de sentido estético) y volvieron a casa de Jacob, a quien le contaron que su hermano había sido devorado por una fiera. Nos podemos imaginar las escenas de dolor desgarrado de Jacob ante la horripilante visión: ¡Una túnica con mangas nuevecita, echada a perder!
José acabó siendo vendido a un funcionario de Faraón (egipcio, claro) llamado Putifar, que en egipcio antiguo quiere decir “Aquel cuya mujer es más puta que las gallinas”. Como vemos, la Biblia se pone cada vez más caliente; pero antes de relatarles las aventuras de José en el Putiferio (la Casa de Putifar) el Libro nos cuenta un relato que tampoco es manco: “La Historia de Onán”.
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