Historia Sagrada. 23
La aparición y rapto de Rebeca (Génesis 24, 1-67)
Liberado de la presencia castradora de su madre Isaac va por fin a comportarse como un hombre de verdad aunque, eso sí, todo el mérito de su prestación es indudablemente de su padre. Sintiéndose ya mayor y aunque algo relajado por haber logrado al fin descendencia, Abraham acaba desarrollando cierta inquietud, a su vez, por la descendencia de su hijo. En un alarde de racismo de los que marcan (y esto es lamentablemente real en lo que se refiere a la zona en cuestión) de por vida el hombre se da cuenta de que está rodeado de “extranjeros” y que su hijo podría acabar en los brazos de una “extranjera”, lo que contaminaría para siempre su estirpe. Para evitar que algo así ocurra Abraham actúa como acostumbra: tomando todo aquello que desea sin preocuparse mucho de los modos. Así envía a un esclavo a su tierra a que recoja una mujer para su hijo. Cuando, haciendo gala de cierto sentido común, el esclavo le señala que quizá eso de aparecer, elegir a una niña, y anunciar que se la lleva para esposarla con Isaac no será entendido por los lugareños y que sería más razonable enviar a Isaac allí, Abraham deja claro cómo hace las cosas un verdadero elegido: comunica al esclavo que Dios así lo quiere y que en ningún caso su hijo debe ser molestado con viajes, que ya se encargará la mujer elegida, por lo que le conviene, de aceptar.
Llegado a Najor el criado decide acabar rápidamente con el encargo. Decide quedarse en la fuente del pueblo, lugar agradable por fresco y bien acondicionado ya que la municipalidad había montado un parquecito y por el que, sobre todo, pasaban decenas de jóvenes en busca de agua. El criado decide ir por la vía rápida y opta por considerar que aquella mujer que sea generosa con él y dé agua a sus camellos, al manifestar su cortesía, debe ser castigada siendo “la elegida”. Inmediatamente aparece Rebeca, bella y virgen (estos detalles picarones de la Biblia, esenciales, son trascritos tal cual) y no sólo da agua al criado sino también a los camellos. Teniendo en cuenta que tanto él como sus bestias estaban en la fuente tranquilamente el hecho de darles agua más que de generosidad es una manifestación de estupidez (podrían haberla cogido ellos solitos y punto), pero para el criado, sin duda ansioso de liquidar el recado, este dato es suficiente.
El esclavo, con cierta cara sin duda adoptada por haber convivido con su amo, se autoinvita a casa de Rebeca, descubriendo que el patriarca es hermano de Abraham. Tras darse cuenta de que emparentando a Rebeca con Isaac cierta relación incentuosa puede aparecer las pocas dudas que tenía sobre la conveniencia de elegir a Rebeca se disipan. Aprovechando la cena, en presencia de toda la familia, les comunica la buena nueva. Enviado por su amo, el Señor ha querido que Rebeca sea llevada por él para que Isaac la tome por esposa.
Una afirmación de ese tipo, máxime cuando afecta a una joven “bella y virgen” debiera llevar al escepticismo familiar, que antes de aceptar al menos debieran hacer las comprobaciones de rigor (¿existe de verdad ese señor del que hablaba el esclavo o nada más abandonar los muros de la ciudad Rebeca iba a ser salvajemente poseída por el visitante? Y, sobre todo, ¿ese Isaac, es un tipo con dinero?). En honor de la familia de Rebeca hemos de decir que ellos, sin embargo, no dudan ni un solo instante. Dado que el esclavo dice obedecer instrucciones que, su amo mediante, provienen de Dios, cualquier reticencia es salvada de inmediato. Sorprende de toda la historia la facilidad con la que, invocando al Señor, podría conseguirse sexo en esa época.
Por otra parte la propia Rebeca, probablemente un poco harta de vivir en una familia tan beatona y pánfila, hace como si la razón divina también la desarmara totalmente y opta por partir inmediatamente al encuentro de Isaac, sin esperar siquiera unos días para despedirse de los suyos. Demencial situación, que sólo podemos comprender si pensamos que el esclavo debía ser un mozo bien plantado y sugerente para Rebeca. Pero su gozo en un pozo éste, tal y como sostenía, conduce a Rebeca ante Isaac. Al verlo ella se cubre con un velo. Isaac, al enterarse de esta manifestación de pudor, cae perdidamente enamorado. Teniendo en cuenta que el pobre no había conocido mujer y que su padre le prohibía mezclarse con “extranjeras” a nosotros nos parece claro que lo que le pasaba es que era consciente de que “ahora o nunca”. En cualquier caso lo espiritual de su enamoramiento queda claro de inmediato: “Isaac introdujo a Rebeca en la tienda de Sara, la tomó y fue su mujer. La amó, y se consoló de la muerte de su madre”. Delicioso pasaje bíblico, picarón hasta ser casi pornográfico y, sobre todo, de hondas raíces psicológicas. Sin madre Isaac necesita una presencia femenina que lo tutele y opta por tomar mujer en el propio lecho de su madre, probablemente realizando por persona interpuesta un fantasma sexual rayano en la perversión (recordemos que su madre tenía más de 100 años cuando él nació).
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