Historia Sagrada. 21
Isaac entra en escena por la puerta grande (Génesis 21, 1-21, 22, 1-24)
Finalmente, y tras tantas penalidades en el camino, Abraham acaba recibiendo de Sara, previa intervención divina, un heredero legítimo. La provecta edad de los padres no garantizaba lo mejor para el niño, pero las inmensas riquezas fruto de los pillajes de su padre de las que iba a disfrutar a buen seguro compensaban ampliamente este factor. En cuanto al tipo de intervención milagrosa que logra la fecundidad de Eva la Biblia es relativamente críptica al respecto: “El Señor visitó a Sara” y todo arreglado. La afectuosa visita y los términos de la misma, desgraciadamente, permanecen en la oscuridad.
El hecho es que nacido el chaval Abraham cumple con las formalidades al uso: le da un nombre (Isaac) y le circuncida salvajemente a los ocho días de vida. En cuanto a los primeros años de vida del zagal esta no es especialmente apasionante si exceptuamos ciertos episodios morbosos. Obviamente nos vamos a centrar en ellos.
En primer lugar Sara, una vez ha demostrado su capacidad reproductiva, no cabe en sí de gozo. Se sabe definitivamente “mujer, mujer” y lo demuestra en cuento puede. En efecto la vieja inquina con respecto a su esclava Agar y al hijo de esta, Ismael, reaparece inmediatamente. En el momento en que la presencia del hijo mayor de su marido no sólo es pasiva sino que comete la osadía de jugar con Isaac ella hace uso de sus poderes clásicamente femeninos: la histeria intransigente. Entre la espada y la pared, pues su mujer le exige que expulse a Agar y a su hijo, Abraham recurre como siempre a Dios, que en su infinita bondad le deja claro que puede librarse de su descendencia bastarda sin problemas de conciencia. Con el placet divino los problemas de conciencia de Abraham desaparecen rápidamente e Ismael junto a su madre esclava son manumitidos en un ejemplo de humanitarismo del que muchos deberían aprender. Como Dios es misericordioso Ismael es recompensado con un pozo en el medio del desierto y con una peculiar destreza con el arco, lo que le proporciona todos los elementos precisos para montar una fonda de carretera que haría furor en la época: agua y caza fresca.
Pero si algo en la infancia de Isaac es digno de ser destacado es el episodio de su cuasi-sacrificio. Dios, tan misterioso como acostumbra, decide probar a Abraham, y no se le ocurre otra cosa que exigirle una manifestación de fe que, a su juicio, debe probar definitivamente que sus creencias son firmes como el hormigón. Para ello le pide que sacrifique a su hijo. Y Abraham, por supuesto, se dispone alegremente a cumplir con la misión encomendada. Como es de todos sabido la escabechina infanticida es paralizada en el último momento, pues probada la fidelidad de su devoto número uno Él se da por satisfecho. Contento de sí mismo, Dios permite que Abraham sustituya a su hijo y único heredero por un pobre cordero, que acaba pagando los platos rotos.
De esta aventurilla se deducen al menos tres cosillas, a nuestro entender:
– En primer lugar nos parece extraordinariamente cruel lo que se hace con el pobre cordero. La sociedad protectora de animales de la época, ¿dónde estaba? ¿Cómo permite Brigitte Bardot esta situación? Lo peor de todo, como sí nos recuerda la inteligente actriz francesa, es que a raíz de esta anécdota bíblica tanto judíos como árabes encuentran una horrorosa justificación para liquidar cientos de miles de inocentes corderos cada año, medie fiebre aftosa o no.
– En segundo lugar, las consecuencias psicológicas que su sacrificio inconcluso deja en Isaac. No sabemos mucho de psicología infantil, pero suponemos que la imagen de tu padre atándote encima de leña para quemarte y acercándose a ti con un cuchillo presto a degollarte debe quedar indeleblemente grabada en la memoria de cualquier ser humano. ¿Se transmite este odio al padre secularmente a todo hijo varón? Dado que la edad de Sara la hace poco apetecible es posible que las pulsiones asesinas paterno-fiales tengan como origen no tanto la lucha por la madre como la mera supervivencia.
– Por último nos sorprende la estupidez de Dios, que convencido del profundo amor que siente Abraham por él puesto que está dispuesto a sacrificar a su hijo promete llenarle de riquezas y parabienes (más aún). Y nos sorprende porque la alegría con la que Abraham se va al monte dispuesto a liquidar a su hijo no nos parece una muestra de piedad sino más bien una evidente manifestación de que, en realidad, lo que él quería era deshacerse de Isaac. En efecto, tras la experiencia con Ismael y teniendo en cuenta lo insoportable que se estaba volviendo Sara, comprendemos que la mejor solución que se le aparece al viejo es cortar por lo sano. O Isaac o Sara. Dado que en breve, en nuestro próximo capítulo, desaparece Sara, nunca sabremos si su presencia habría provocado nuevos intentos infanticidas.
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