Historia Sagrada. 15
Agar, madre de alquiler (Génesis 16, 1-16)
Aunque el Señor había dejado claro que todo era cuestión de paciencia y que, tarde o temprano, Abram tendría la recompensa de la descendencia, el feliz desenlace se retrasaba. Por ello, como no podía ser de otra manera, acabó interviniendo su esposa, Saray, cada vez más ansiosa. Aduciendo que su “reloj biológico” le impedía esperar más, e intuyendo que quizá el problema no era la falta de pasión con la que Abram se empleaba sino alguna cuestión más de tipo físico, Saray incita a su marido a acostarse con su criada Agar. Lo importante, a fin de cuentas, era que Abram tuviera descendencia, y Saray debió pensar que tras lo que ella había disfrutado con faraones y demás corte de Egipto no era tan grave que su marido echara alguna cana al aire.
El éxito coronó la empresa y Agar quedó preñada con rapidez. Tal situación, sin embargo, no satisfizo especialmente a Saray, ejemplo de inconsciencia donde los haya. Tras haber echado a su marido en los brazos de su criada, tras haber logrado que la pobre chiquilla quedara encinta, a Saray no le hizo gracia la cosa y empezó a manifestar una gran preocupación por la actitud de “macho hebreo” que empezaba a adornar a Abram, así como no le gustaba nada la actitud de Agar, cada vez más chulesca respecto de ella.
La experiencia de las madres de alquiler, por primera vez en la historia y marcando lo que sería después la pauta posterior, se convertía en una pesadilla. La madre biológica del chaval, aunque desde el primer momento las cosas hubieran sido aclaradas convenientemente, acaba por exigir una serie de derechos maternales que en ningún caso le corresponden. Incluso, en el caso que nos ocupa, la esclava Agar empezó a mirar por encima del hombro a Saray, su dueña, algo directamente inaceptable. A tal punto de tensión llegó la situación que Saray recrimina en alta voz a su esposo su felonía: Oh, sinvergüenza, ¿cómo se te ocurrió hacerme caso? “Tú eres el responsable de la afrenta que me hace. Yo puse a mi esclava en tus brazos, y ella, al verse embarazada, me mira con desprecio”. Sorprende que alguien que ya se ha metido en un lío por seguir exactamente las recomendaciones de su esposa trate de solucionarlo haciéndole de nuevo caso punto por punto, pero esto es lo que hace Abram (y lo que, desde Adán y Eva, hace cualquier hombre). De modo que Abram deja en manos de Saray hacer lo que le parezca y comienza en ese momento el primer episodio de malos tratos a una embarazada de la Historia, aunque a manos de una mujer y no del hombre.
Demostrando que esta no era la solución más apropiada la larga mano de Saray provocó la fuga de Agar, lo que dejaba de nuevo a Abram sin descendencia. Es en este momento en el que el Señor interviene, pues de ora manera su promesa de dar descendencia a Abram debiera contar necesariamente con Saray y mejor jugar sobre seguro. Como es tradición de la casa en Señor, a la hora de manifestarse a mujeres, opta por hacerlo a través de un emisario: un ángel esbelto que le convenció de que volviera a cambio de asegurar a su hijo una amplia descendencia y no sabemos muy bien qué más. Nacido el chaval finalmente en casa de Abram se le pone por nombre Ismael, tal y como el Señor había manifestado era su voluntad. Mal que bien, la vida sonríe a Abram.
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