Capítulo XCVI: Fernando II de León
Año de nuestro Señor de 1157
Al morir Alfonso VII “El Emperador” toda la cristiandad queda imbuida de un profundo pesar y, al mismo tiempo, una honda admiración por las grandes fazañas llevadas a cabo por el Gran Rey. No cabe extrañar que sus sucesores intentaran por todos los medios hacerse acreedores a apropiarse de su legado, y tan pronto como se produce la separación de los dos reinos castellanos y leoneses se disponen a seguir la senda marcada por Alfonso VII para adquirir la Gloria Imperial. De esta forma, durante la segunda mitad del siglo XII “hubieron hondonadas de yoyah” entre ambos reinos por adquirir la supremacía política en la península, entre los aplausos del público almohade.
Dada la temprana muerte del rey de Castilla Sancho III, un año después de subir al trono, el rey de León Fernando II (1157 – 1188) se dedica a mangonear en Castilla todo lo que puede, entrando en Toledo y persiguiendo al heredero castellano, el “Rey Chico” Alfonso VIII, con objeto de capturarlo, torturarlo, encerrarlo y lo que es aún peor, conseguir que le rindiera pleitesía en la Corte leonesa como diciendo “Niño, a ver si aprendes quién es el Más Listo de la Clase”. Alfonso VIII huye por los pelos y entonces Fernando II da un revolucionario giro a su política aliándose con los almohades para intentar doblegar la voluntad de Castilla, pues Fernando sentía una profunda envidia hacia los castellanos por su superior devoción al Altísimo, su impenitente salvajismo fruto de su enraizamiento con lo mejor del pensamiento jugosamente hispánico y la insultante riqueza de sus tierras, en donde los cronistas comentan que cuando las condiciones atmosféricas eran favorables se conseguían cosechas cada seis años.
Pero no crean que Fernando II entró en guerra abierta con Castilla, no; para eso ya estaban los almohades. Mientras Castilla se desangraba ante la marea islámica, Fernando miraba para otro lado, más concretamente hacia el nuevo Reino de Portugal, uno más de tantos regalitos envenenados del legado de Alfonso VII El Emperador. Aprovechándose de su superioridad moral frente a los portugueses, Fernando II logra hacerse definitivamente con la ciudad fronteriza de Badajoz, sometiéndola a vasallaje (1169). Una vez logrado un municipio más que le dijera a intervalos regulares lo cojonudo que era, Fernando se dedica a aumentar, con el mismo objetivo, la población de su reino, en estado comatoso de resultas de las batallitas del Emperador y la pervivencia de una “zona de nadie” en sus fronteras con la España islámica. Para ello, tras el fracaso de una ambiciosa política de promoción turística en el continente europeo que finalmente no cuajó (“Ven a León. Sus iglesias. Su rey, alabado sea. Que no te lo cuenten”), Fernando opta por promocionar entre sus gentes dos actividades tan típicamente hispánicas como la procreación y los movimientos masivos de población, además ambos claramente estipulados en su día por el propio Pueblo Elegido y, por tanto, por la Biblia.
Conquistar, lo que se dice conquistar, pues no conquistó mucho, pero fue alabado que no veas a lo largo de todo su reinado, desarrolló la cohesión social de sus vasallos mediante una repoblación enormemente meritoria en una época en que todas las gentes de bien entraban o bien en el convento o bien en la milicia, actividades ambas en principio poco adecuadas para fomentar el crecimiento poblacional, y puso así las bases para que en el siguiente siglo dicho pueblo, unido, ilusionado y al borde de la inanición, decidiera emigrar del rico campo leonés para ser esclavizado en Andalucía.
Mientras tanto, los almohades no paraban de atizar yoyah al común enemigo castellano, ante la pasividad de la propia Castilla, demasiado ocupada en seguir los avatares del primer culebrón al estilo venezolano de que tenemos constancia: “Infancia del rey Chico”.
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