Capítulo XCIV: Una mujer al volante
Año de nuestro Señor de 1109
Escenificando la entrada efectiva de Castilla en la Modernidad, marcando distancias respecto al sórdido machismo inherente a las sociedades islámicas de Al – Andalus, y demostrando una visión de futuro que para sí querrían muchos estadistas y líderes mundiales de nuestra época, Alfonso VI nombra heredera a su hija Urraca, debido a todo lo anterior y a la desgraciada muerte del falocrático heredero inicial del trono, Sancho, en la batalla de Uclés (1108).
Rápidamente Urraca (1109 – 1126) responde a las enormes expectativas suscitadas por su ascenso al trono entre el populacho y, dando un paso de gigante en la historia de la condición femenina en España, se dedica a buscar marido a toda costa ante la evidencia de que no tenía ni la menor idea de gobernar y, de cualquier manera, tampoco le resultaba particularmente atractivo adoptar decisiones entre la hilaridad general de los aristócratas. Así que en cuanto tiene ocasión Urraca decide casarse con Alfonso el Batallador de Aragón para que su marido se dedique a gobernar mientras ella se da a la vida alegre.
Parecía un plan ideal: la voluptuosa Urraca se unía al rey de Aragón para provocar una unión de los, en ese momento, principales reinos cristianos frente al enemigo común musulmán. Pero, lamentablemente, algo salió mal. No estamos seguros de si salió mal una vez consumado el matrimonio o si éste, dada la afición de Alfonso a frecuentar gimnasios, tugurios de mala muerte y batallas absurdas plagadas de representantes del Pensamiento Gay, y la costumbre de Urraca de frecuentar, en líneas generales, a todo hombre que se le pusiese a tiro salvo su marido (es decir, “a todo hombre”), acabó dando lugar a todo tipo de habladurías que dieron por resultado una incipiente guerra civil entre los partidarios de Urraca (nobleza y clero, es decir, el principal surtidor de amantes de la Reina) y los de Alfonso (burguesía, compuesta por sufridos padres de familia con mujeres ligeras de cascos y compañeros de sauna de Alfonso a partes iguales).
Así que por quítame allá unos cuernos no pudo consumarse ni el matrimonio ni la unión de Castilla y Aragón en fecha tan temprana, con lo que miles y miles de habitantes de la Meseta tuvieron que seguir ensayando esa especial entonación con la que dicen “de provincias” para designar a un habitante de la periferia. Una vez el Papa anula el matrimonio al descubrir súbitamente que Urraca y Alfonso son primos (1114) y por tanto viven en pecado (lo cual no es totalmente exacto; ambos vivían en pecado, pero no precisamente por ser primos), Alfonso el Batallador acepta los términos de la nulidad, da una lección de madurez y se dedica a arrasar periódicamente el reino de Castilla al frente de su ejército, alegando que no podía permitir que Urraca siguiera fabricando sus armas de destrucción masiva. Por su parte, Urraca, investida nuevamente de los poderes reales, se dedica a ejercitarlos como sólo ella sabía: copulando sin freno con todo lo que se le ponía por delante. Los nobles que no estaban copulando con Urraca se dedicaban a medio independizarse en sus feudos y conspirar, promocionando a Alfonso Raimúndez, producto del primer matrimonio de Urraca con Raimundo de Borgoña (pobre hombre, lo que tuvo que sufrir), como rey de Castilla. Pero todas las comisiones negociadoras que buscaban la abdicación de la reina terminaban en su alcoba, con lo que Alfonso tuvo que esperar a la muerte de su madre para dedicarse a mangonear: “Alfonso VII, El Emperador”.
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