Capítulo V: La civilización micénica

A diferencia de los ejemplos de civilizaciones orientales examinados en los primeros capítulos, Mesopotamia, Egipto y China, la civilización griega, primera digna de ese nombre, se formó en torno a una tierra que no sólo no disponía de ríos caudalosos sino que, en verdad, apenas tenía recursos alimentarios para su población prehistórica: es la griega una tierra seca, montañosa, plagada de rocas calcáreas en las que ocasionalmente crece algún olivo, sin apenas planicies suficientemente fértiles en las que pudiera desarrollarse la agricultura, como puede verse claramente en la Afoto 1:

Afoto 1: Mapa físico de Grecia. Fuente: adaptado de aquí. ¿Cómo dice? ¿Que esto no es Grecia? ¡Si sabrá Usted cómo era Grecia hace 5.000 años! Bueno, para que no se me enfaden, allá va la Afoto 2, Grecia en la actualidad, tras diversos movimientos tectónicos antiespañoles:

Afoto 2: Mapa físico de Grecia en la actualidad. Fuente: aquí.

Pero pese a esas carencias, fue en Grecia donde se crearon los fundamentos de la única civilización digna de ese nombre, la occidental, que siglos más tarde, tras la necesaria revisión efectuada por el cristianismo (extraordinariamente fiel al original griego, contrariamente a lo que comúnmente se considera, en particular en lo que se refiere al capítulo de la orientación sexual), alcanzó sus máximas realizaciones, aún no superadas hoy, en la España de Felipe II (salvo, justo es reconocerlo, en lo que se refiere a la mencionada orientación sexual). Ahora en Grecia sólo hay hooligans de equipos de fútbol malísimos, pero hace 2.500 años existía una civilización impresionante en todos los órdenes de la vida, sobresaliente sobre todo en su ideal de lo bello, la sutileza de su pensamiento, y lo expeditivo de su acción militar, todos ellos combinados con una sistemática y espectacular metrosexualidad, lo cual nos hace pensar en Grecia como en un inmenso vestuario del Real Madrid.

La Historia de Grecia comienza un hermoso día de finales del III milenio a.c. En aquella época habitaba Grecia el pueblo de los pelasgos. La traducción tradicional de pelasgos es la de “pueblos del mar”, lo cual vendría a servir para denominar a un pueblo marítimo dedicado fundamentalmente a la pesca y al comercio, sin duda emparentado con la civilización de Creta, generalmente más avanzada, de la que los pelasgos serían clientes y, en la práctica, subsidiarios. También parece lógico que un pueblo que habitara una tierra tan pobre como Grecia no tendría más remedio que dedicarse a estas actividades, dada la escasa fertilidad del terreno. Pero traducir pelasgos por “pueblos del mar” también podría hacer referencia a su origen (se especula con que pudiera tratarse de un pueblo de Asia Menor), lo cual resultaría contradictorio con la idea clásica de que los pelasgos habrían sido los primeros pobladores de Grecia (lo mismito que los vascos, habitantes de Euskal Herria incluso desde antes que se produjera el Big Bang).

A nuestro juicio, esta indefinición deriva directamente de la incorrecta traducción de la voz “pelasgos”, en realidad proveniente de la antiquísima palabra griega “pringaos”, que podríamos traducir al español, más o menos, como “ZP’s”. Los ZP’s, o pelasgos, hablaban un lenguaje de raíz no indoeuropea no descifrado, pero que, con el liberalismo que nos caracteriza, denominaremos “Talante”. La existencia de los ZP’s en la tierra continental griega fue eminentemente paupérrima. En una mierda de tierra, siendo pasto de las burlas de egipcios y sumerios, ufanos en sus ricas tierras, riéndose diariamente de la ridícula estructura gramatical y absurda fonética del Talante, los pelasgos no pasaban de ser colonias comerciales de la potente civilización cretense.

Esta situación sufrió un vuelco importante con la llegada de las tribus griegas. Pueblo indoeuropeo proveniente, según todos los indicios, de las tierras al norte del Mar Negro, los griegos llegaron a Grecia buscando, en realidad, la mítica tierra de España, de la que todo el Mundo Antiguo oía hablar continuamente, una tierra de sol y tías buenas, cuyos ríos eran de leche y miel y donde la Jornada de Liga era diaria. Las pruebas arqueológicas (recuerden la tauromaquia cretense) demuestran esta sistemática admiración de los Antiguos hacia España, y no sólo eso, sino que podemos argüir que, en su camino en busca de España, los griegos preguntaron a un pastor, que les contestó “sigan tó recto, tres travesías a la derecha, doblen a la izquierda y, cuando lleguen a una península cuyos habitantes rechacen indignados que aquello sea España, allí es”.

Al poco tiempo, los griegos llegaron a una Península donde hacía un sol de justicia, todos los ríos estaban secos (recuerden que los Antiguos eran muy dados a exagerar y a hacer poesía barata, vean si no se lo creen El Libro) y la gente se pasaba el día durmiendo la siesta, lo cual podía ser parte de un ritual de los lugareños, pensaron los griegos, para alcanzar la perfecta comunión con la Naturaleza mientras escuchaban los avatares de la liga a través de un transistor. Sin embargo, sus habitantes no respondían al canon de virilidad español y, sobre todo, las mujeres tenían bigote (lo cual, a su vez, ayudaría a explicar las discrepancias respecto del canon). Finalmente, decidieron hacer caso a las inexactas instrucciones del pastor, y preguntaron si aquello era España. Dado que la respuesta de los nativos fue “no, esto no es España, ya nos gustaría, sino Grecia”, y aunque no parecían excesivamente indignados, habida cuenta de que no deja de resultar lógico que a los griegos les pareciera oportuno vivir en Grecia, acabaron allí.

Sea esta, la más plausible de todas, la explicación de las invasiones griegas, o alguna otra, lo cierto es que el II Milenio a.c. comienza con un proceso migratorio sistemático de multitud de pueblos nómadas, en particular desde las estepas de Asia Central, que trastocaron considerablemente el escenario sociopolítico previo. Dos factores pudieron influir en semejante Efecto Llamada: la invención de la rueda y la doma del caballo, factores ambos que obviamente facilitaban los desplazamientos. Aunque tampoco me hagan mucho caso: en tiempos tan remotos no sólo no están claras las fechas de las sucesivas invasiones, sino ni siquiera su procedencia. Todos sabemos, por ejemplo, que la Guerra Civil Española comenzó en 1934, pero al fin y al cabo dicha guerra es muy reciente, si la comparamos con la época de la que estamos pontificando.

Los griegos, denominados “aqueos” en las inscripciones antiguas y en la Ilíada, se encontraron frente a frente con los ZP’s, o pelasgos, que llevaban ya 1000 años dedicados a la vida contemplativa. Pronto comenzaron los aqueos a mirar a los ZP’s con abierta hostilidad, deseosos de hacerse con sus riquezas, pero éstos ni se inmutaban. Bien al contrario, estaban contentos de poder establecer los siempre necesarios cauces de diálogo con el Diferente, que contribuirían a enriquecer la cultura de ambos pueblos. Pero por desgracia, por toda respuesta los aqueos sacaron sus espadas de bronce y comenzaron a repartir yoyah a diestro y siniestro. Sin embargo, ni así los pelasgos se inmutaban, y siempre intentaban ponerse en la posición del Otro, comprenderlo, interorizarlo, darle un fuerte abrazo que eliminara todo resquemor y desconfianza. Nunca definieron los pelasgos su difícil relación con los aqueos en términos de invasión, bien al contrario. Si alguna vez mataban a un aqueo, era siempre por accidente, y en todo caso intentaban dejar bien claro que para ellos la muerte de un aqueo no constituía una victoria, a lo sumo “el comienzo de un nuevo Espacio de Diálogo constructivo”.

Hasta los mismísimos huevos de los ZP’s, los aqueos exterminaron a todos los que pudieron y a los demás los emplearon como esclavos; aunque esta visión tan drástica de la Historia, propia de los tiempos primitivos de los que apenas sabemos nada, consistente en “y finalmente A eliminó a B de la faz de la Tierra”, más bien puede corresponder a que, sencillamente, vencedor y vencido se fusionaron en un único pueblo (lo que avalaría la estrategia dialogante de los pelasgos), bien entendido que, por supuesto, mandaba el vencedor, esto es, los aqueos.

Conviene precisar que no está nada claro tampoco que fueran sólo los aqueos los que conquistaran Grecia; en realidad, existe una confusión entre distintos pueblos de raigambre griega y distintos dialectos del griego: simplificando la cuestión, podríamos encontrar tres grandes pueblos-dialectos griegos, el eólico (que, se supone también, hablarían los aqueos), el jónico y el dórico, pero no podemos asegurar (o al menos yo no tengo ni idea de la cuestión) que estos dialectos y pueblos estuvieran claramente diferenciados desde un principio o que, por el contrario, la fragmentación se produjera posteriormente, en plan “derechos históricos” (primero la lengua y luego lo demás). En cualquier caso, ya hablaremos de los pueblos jonios, eolios y dorios en el siguiente capítulo, aquí haremos referencia a los “aqueos” para denominar genéricamente a los primeros invasores griegos.

Aunque los aqueos se apresuraron a esclavizar a los pelasgos y a hacerse cargo del cotarro, algo ganaron los ZP’s en su afán integrador: el gusto por la belleza, el refinamiento, la metrosexualidad, en suma, característicos de la civilización cretense acabaron influyendo en los aqueos, que se convirtieron, a su vez, en colonias de facto de la talasocracia cretense, con la que no podían competir. Lamentablemente, por efecto de la peculiar orografía griega, plagada de montañas que escondían profundos valles (único terreno en el que podía cultivarse algo), el afán integrador pelásgico no pudo darse también en el plano político, pues resultaba prácticamente imposible mantener un mínimo de unidad en un territorio tan accidentado y fragmentado, con lo que a la invasión aquea le sucedió rápidamente el afloramiento de un sinnúmero de ciudades-Estado, cada una de las cuales tendía a dominar un ridículo valle rodeado de montañas, y que rápidamente inauguraron una de las constantes de la Historia griega: las guerras fratricidas que, por lo común, no llevaban a ningún lado. Esto explica que, frente a la ausencia de murallas de Creta, las ciudades griegas del continente tuvieran que construir gigantescas fortificaciones para defenderse de sus enemigos y mantener sus riquezas a buen recaudo cuando salían en ocasionales expediciones de castigo frente a las murallas de otras ciudades, y también ayuda a comprender la eficacia militar de los griegos en épocas posteriores.

En torno al año 1.500 a.c., la ciudad de Micenas, ubicada en la esquina nororiental de la península del Peloponeso, había llegado a dominar de facto a las demás ciudades-Estado griegas. Es también por esta época por la que se desarrolla la escritura (denominada, en uno de los nombres más asépticos jamás creados por los filólogos, “Lineal B”), y en la que comienza la decadencia de Creta. Ambos factores, el esplendor de Micenas y la decadencia de Creta, nos permiten hablar de una civilización Micénica, que acaba por conquistar la misma Creta y heredar de ella, aunque con el característico belicismo cultivado durante generaciones por los griegos, su afán comercial y expansionista fundamentado en el poderío marítimo. Es a partir de esta época de esplendor micénico cuando se fundan los mitos griegos, como la expedición de Jasón y los argonautas en busca del vellocino de oro (que puede narrar, en realidad, la extensión del comercio griego hasta las llanuras del norte del Mar Negro, muy ricas en cereales), la propia historia de Teseo y el Minotauro comentada en el capítulo anterior y la guerra de Troya que nos cuenta la Ilíada.

Es precisamente a raíz de este impulso expansionista micénico como surge el conflicto con la ciudad de Troya, que mantenía una posición de gran interés estratégico en la parte asiática de la entrada del estrecho de los Dardanelos. Troya, modelo de ciudad-Estado comercial, habría basado su fuerza en la imposición de aranceles comerciales a todo aquél que quisiera atravesar los Estrechos. Los griegos micénicos, partidarios de un comercio considerablemente más viril que el cretense que los había precedido, decidieron quitarse de en medio la mosca cojonera de Troya por la vía de exterminarla, y a tal efecto enviaron un peazo Ejército-coalición griega que, tras grandes dificultades, logró acabar con la díscola ciudad. Pero justo en esa época, o poco después, se produce una nueva invasión de Grecia por parte de otro pueblo griego, los dorios, que sumirían a Grecia, y en realidad, indirectamente, a casi todo el mundo conocido, en un caos de tal magnitud que merece que le dediquemos el siguiente capítulo y que, además, le pongamos el título favorito de todo pseudohistoriador de LPD que se precie: “La Época Oscura”.продвижение нового бренда алкогольногоenglish to german free translation


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