Capítulo LXXXVIII: Fernando I el Balcánico
Año de nuestro Señor de 1035
Fernando I (1035 – 1065) es el último de los hijos de Sancho III el Mayor cuyo devenir histórico nos quedaba por reseñar. Recuerden que el Mayor había dividido sus posesiones entre cuatro churumbeles, que tan pronto toman posesión de sus reinos comienzan a añorar la bonanza de la Corte de su padre, el Mayor, y ansían hacerse con más territorios. Quizás habría sido una medida inteligente conseguirlos a costa de los reinos musulmanes, que por aquella época rivalizaban con los cristianos en cuanto a dispersión, pero “los caminos de un gobernante español son inescrutables”, así que, como ya dijimos anteriormente, los hijos de el Mayor se atizan entre sí sin freno hasta dilucidar quién de entre ellos merecía el apelativo de “el (hijo) Mayor”. Mientras Ramiro I se hace con Sobrarbe y Ribagorza, Fernando I no pierde el tiempo y se carga a García, rey de Navarra, aunque, magnánimo él, deja que sea el hijo de García, Sancho IV, quien reine en esos territorios, en lugar de apropiárselos.
Tal vez porque para Fernando I nunca hubo nada más importante en el mundo que la Familia, así, con mayúsculas, y su principal objetivo será que él o sus familiares gobernaran sobre todos aquellos a quienes consideraba sus “hermanos de raza”. Por eso Fernando I pasa ostensiblemente de apropiarse de territorios musulmanes y en lugar de esto busca la confrontación con el rey de León, Bermudo III, a quien destrona en 1037 y une nuevamente Castilla y León bajo su cetro. ¿Un intento de recuperar el tiempo perdido por su padre el Mayor y crear un poderoso reino que, por fin, pudiera acometer la Reconquista con garantías?
No se engañen; bajo la fachada de admiración por el Mayor que mostraba Fernando I emergía un odio profundo al padre, una envidia por sus logros que hacían palidecer los éxitos de Fernando, un deseo de liberarse de la sombra de el Mayor, que como Ustedes comprenderán, con ese apodo, debía ser alargada. Sin embargo, la vía para conseguirlo no fue acostarse con su madre, ni conquistar aún más territorios que su padre, sino demostrar que la pasión por conquistar territorios y luego dividirlos absurdamente entre miles de hijos que a su vez comenzarían a atizarse entre sí no era privativa de el Mayor.
Por eso, en una decisión sorprendente habida cuenta de las luchas que se habían producido entre los hijos de Sancho III a la muerte de éste, Fernando I redacta un testamento que merece estar en el panteón de los antecedentes históricos del movimiento surrealista. Puesto que Fernando I era aún más fogoso que su padre en las lides sentimentales (bueno, más bien en lo que viene después -o en el verdadero objetivo, según se mire- del sentimiento) y había tenido cinco hijos, y dado que Fernando, además, mostró un talante ligeramente más liberal que el de su padre, el hombre también hace partícipes de su herencia a sus dos hijas y divide el reino en cinco partes, como si unos territorios poblados de gentes y municipios con acendrada personalidad histórica pudieran dividirse así como así, como un pastel de cumpleaños.
En efecto, en la Edad Media aquello de los “reinos” no iba mucho más allá de unas posesiones personales, intercambiables y fácilmente fragmentables, de los monarcas, con lo que Fernando, al que ahora sí podemos llamar “El Balcánico”, divide su reino como sigue: a su hijo Sancho lo nombra rey de Castilla; a Alfonso, de León; a García, de Galicia; a Urraca la convierte en “soberana” de la villa de Zamora; y a Elvira, de Toro. Los resultados de tan inteligente política son los previsibles; demostrando ser auténticos nietos de Sancho III el Mayor, los hijos de Fernando I se lanzan unos contra otros para reconstruir lo que su padre había destruido: “Bellido Dolfos, el Traidor”.
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