Capítulo LXXXVII: Pedro II y los albigenses
Año de nuestro Señor de 1196
El sucesor de Alfonso II, Pedro II (1196 – 1213) continúa la política expansionista de su padre en el sur de Francia aunando los dos argumentos clásicos de los aragoneses: cama y espada. Gracias a su matrimonio con María de Montpellier se hace con la ciudad del mismo nombre y una serie de feudos franceses que contribuyen a engordar aún más la hegemonía de la Corona de Aragón en el Mediodía francés. En este sentido, llama la atención el interés por incrementar territorios hacia el Norte que manifiesta Aragón, cuando aún disponían de potencial territorio de expansión en España, a costa de los árabes. No sabemos si pesó la españolidad de los enemigos musulmanes con los que tendrían que vérselas para crecer hacia el sur, o los kilos de oro que cada mes pagaban los musulmanes a los catalano – aragoneses a cambio de dejarlos momentáneamente tranquilos, pero el caso es que durante unos años el eje de la política aragonesa se orienta, cada vez más, hacia el otro lado de los Pirineos.
Lamentablemente, Pedro II cometió varios errores que acabaron convirtiendo el sueño en pesadilla; en primer lugar, una vez asentadas sus posesiones en Francia, a Pedro II se le ocurre montar un show de coronación solemne en el Vaticano, y allí acude con una brillante comitiva. Indudablemente Pedro II no recordaba las condiciones en las que su ancestro Sancho I Ramírez se presentó en Roma, ni tampoco era muy ducho en las costumbres de la Iglesia, pero el caso es que a cambio de la coronación el Papa le impone a la Corona de Aragón un pago anual perpetuo de otros 250 mancusos, de suerte que los aragoneses acababan enterrando todo el oro que sacaban de las taifas musulmanas en tierras extranjeras, clásica costumbre española de sufrir para conseguir riquezas y posteriormente cederlas a cambio de no se sabe muy bien qué. En el caso de Pedro II, a cambio de su coronación en Roma y la adquisición del apodo “El Católico”, que total, seguro que sus súbditos se habrían inventado uno mucho mejor sin cobrarle ni nada.
El segundo error de Pedro II fue presentarse en la batalla de Navas de Tolosa cuando los problemas en sus posesiones francesas eran cada vez más graves; aunque con sus 30.000 soldados su intervención es capital en la victoria, tampoco él puede aprovecharse de los frutos de la misma, pues tiene que presentarse en Francia para defender a sus súbditos albigenses de una Cruzada organizada por el Papa para acabar con ellos.
Los albigenses (el nombre viene del poblacho de Albi, en el sur de Francia) afirmaban, con una falta de vergüenza y sentimiento cristiano digno de mejor causa, que Dios no era Uno y Trino, o que el Espíritu Santo no era una paloma sino un jilguero, o vaya Usted a saber qué, cualquiera de las ridículas herejías desviacionistas que continuamente produce el cristianismo. Un pecado de tamaña categoría no podía quedar impune, opinaba el papado, que para acabar con la herejía recurre al remedio clásico: degollar. Los cruzados, al mando de Simón de Monfort, destruyen un pueblo tras otro, organizan grandes piras de fuego en las que queman a miles de albigenses (que, naturalmente, mueren en la confianza de ser acogidos por el Señor) y, en suma, devastan los territorios de la Corona de Aragón en el sur de Francia. Ante este hecho, Pedro II “El Católico” comete su último error; en lugar de pasar olímpicamente de sus súbditos albigenses, dejando que sean asesinados (a fin de cuentas, ¿no eran ellos herejes y él, transferencia mediante, “El Católico”?) para luego reconstruir los restos, le presenta batalla a los cruzados. Su ejército, debilitado por la gesta de Navas de Tolosa, no puede con el grupo de mercenarios montado por el Papa y compuesto -naturalmente- por la hez de la sociedad europea, y así Pedro II muere en batalla, quedándose el sinvergüenza de Simón de Monfort con todos los territorios franceses de la Corona de Aragón y con el heredero de la Corona, Jaime. La situación era, obviamente, muy grave, Aragón y Catalunya estaban a punto de deshidratarse. ¿Cómo saldrían del paso? Pues mucho me temo que tendrán que aguantarse otros 30 capítulos para saberlo, porque llegados a Navas de Tolosa primero es preciso que volvamos -otra vez- sobre nuestros pasos y les contemos lo que había ocurrido en Castilla en los últimos 200 años. Comenzaremos con el sucesor castellano de Sancho III El Mayor, “Fernando I el Balcánico”.
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