Capítulo LXXXIV: Ramiro II el Monje de Aragón
Año de nuestro Señor de 1134
Puede decirse que aunque Sancho I Ramírez había acreditado en repetidas ocasiones su condición masculina, con sus hijos debía haber algún problema; Pedro I, como recordarán, había muerto sin descendencia; lo mismo ocurría con Alfonso I El Batallador, quien sublimaba su pasión sexual insatisfecha mediante los mandobles y el fervor secreto en las paredes de los castillos y fortalezas. Pues bien, cuando muere El Batallador los nobles aragoneses, que desde luego no tenían ni la menor intención de hacer caso a su testamento y convertir Aragón en una especie de tierra de promisión para cruzados de baja estofa de las órdenes militares, se ponen a buscar a un sustituto plausible de Alfonso I y no se les ocurre nada mejor que poner sus ojos en el tercer hijo de Sancho I Ramírez, Ramiro, quien para más inri había profesado el sacerdocio y tuvieron que sacarlo del monasterio.
Esto cada vez es más sospechoso; el primer vástago de Sancho I Ramírez muere sin hijos, el segundo también y con un acreditado historial de incompatibilidades femeninas a sus espaldas, y cuando llega el tercero el pueblo lo apoda rápidamente “El Monje”. ¿Se dan Ustedes cuenta? ¡Aragón, mitad monje, mitad soldado! Sin embargo, el Monje demostró que los monasterios, al menos en la época medieval, no tenían por qué estar clausurados a una única -y heterodoxa- concepción de la hombría, como quizás sea el caso ahora, y a lo largo de su reinado (1134 – 1137) tuvo ocasión de alumbrar a una hermosa niñita.
Pero su corto periplo de mando comenzó con un sinnúmero de dificultades; en primer lugar, la Iglesia, siempre preocupada por las desventuras de sus fieles, no dejaba de hacer notar que según rezaba en el testamento de El Batallador era ésta, a través de las órdenes militares, la dueña de Aragón, y a ver qué hacía el Monje renegado este pretendiendo aspirar al trono. Sin embargo Ramiro II, investido de muy buenas razones aliñadas en kilos y kilos de oro, consigue hacer llegar al papado sus hondas razones de preocupación por la firmeza de la fe en Aragón y se postula como candidato para limpiar los corazones de sus súbditos de impurezas. La Iglesia, una vez puestas a buen recaudo en el Banco Ambrosiano de entonces las donaciones de Ramiro, se aviene a razones y le anula los votos eclesiásticos para que pueda gobernar y tener hijos (bueno, esto último, habida cuenta de las costumbres del Papado en la Edad Media, casi suena a cachondeo).
Pero no acabaron aquí los problemas de Ramiro II; los mismos nobles que habían apoyado su llegada al trono se dedican, una vez investido rey, a pasar ostensiblemente de los mandatos de Ramiro II, a quien tenían como una especie de payaso totalmente inepto para gobernar, con lo que se dedicaron impunemente a cometer todo tipo de excesos en sus feudos (esto en sí no era malo, pero sí que lo hicieran de forma impune, esto es, sin la aquiescencia real). Pero Ramiro II era Monje, sí, pero eso no quiere decir que no los tuviera bien puestos. El hombre le envía un emisario a su maestro eclesiástico, retirado en un monasterio allende los Pirineos, pidiéndole consejo para hacer frente a esta situación y el Maestro, en plan críptico, sale al huerto del monasterio y golpea con un palo las lechugas del huerto hasta hacerlas caer de sus soportes. El emisario vuelve y le cuenta a Ramiro II tamaña estupidez, pero Ramiro II, más versado que el mensajero (y que nosotros) en las artes de la interpretación, está en condiciones de asegurar a los súbditos, al igual que años después haría Felipe González, que ha entendido el mensaje. Reúne a los nobles más significados en la catedral de Huesca, pues quería mostrarles “una campana que sonaría más alto que cualquier otra en la Cristiandad”, estos van ufanos a ver la última locura del abuelete y el hombre manda cortar las cabezas de los doce más rebeldes y con la cabeza del más malo y negatifo de todos crea un badajo un poco sui generis que se utilizará para repicar las campanas de la catedral. Justicia peculiar, lo reconocemos, pero para la época un sorprendente nuevo modo de hacer cumplir la ley (hasta el momento también se decapitaba, pero no se había pensado lo suficiente en los sorprendentes usos alternativos de una cabeza segada como Dios manda).
¡Qué duro era Ramiro II, a la hora de la verdad!, ¿no? Pues no se vayan todavía, aún hay más; llegó el momento que todos Ustedes (y miles de buscadores porno de Internet) estaban esperando: “Ramón Berenguer IV, el Pederasta”.
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