Capítulo LXX: Los orígenes de Aragón
Año de nuestro Señor de 809
En sus comienzos, Aragón es un pequeño condado situado en la mitad de los Pirineos, que se defendía de los ataques musulmanes gracias a las agrestes montañas que lo rodeaban. Podríamos decir que los ataques musulmanes tampoco menudearon demasiado, pues ¿quién querría vivir allí, no estoy hablando de esquiar o hacer montañismo, no, vivir, y sin luz eléctrica ni televisión por satélite? Los árabes no, desde luego, pues ellos tenían prácticamente todas estas comodidades en Córdoba y el condado de Aragón no constituiría una amenaza seria hasta muchos años después.
Sin embargo, y sorprendentemente, en Aragón vivía gente, es más, mucha gente, cada vez más, con un índice de natalidad que desmiente todos los tópicos sobre la demografía en España. Eran cada vez más, y necesitaban conquistar territorios, cada vez más territorios, para no morirse de hambre. De ahí el carácter combativo de estas gentes del Pirineo, que siglos más tarde reaparecería con los almogávares y en la actualidad pervive en las almas de muchos habitantes del Pirineo, deseosos de clavarte un buen sablazo a la que te descuidas y te vas a esquiar un fin de semana.
Ese carácter combativo les permitió sacudirse el dominio de los francos, de una forma menos sutil que los catalanes (quienes simplemente dejaron que pasara el tiempo) pero no menos efectiva: degollando sistemáticamente al primer recaudador de impuestos del Imperio carolingio que se les pusiera por delante. La forma de descubrirlo era sencilla: el aragonés en cuestión se ponía delante del sospechoso y le espetaba: “Llo charro fabla con los mebos morros”. Si el sospechoso no respondía a esta frase, proveniente de la antiquísima lengua de Aragón, la Fabla, el lugareño lo degollaba. Recordando lo desagradable que resultó Roncesvalles en su momento, los francos deciden no repetir la experiencia y Aragón consigue la independencia de facto.
Y estamos en condiciones de afirmar que esta época de independencia absoluta, solos en sus montañas, sin un solo influjo cultural de cualquier civilización que fastidiase su armonía con la naturaleza, fue enormemente bella. Para ello nos remitimos a un dato objetivo: todos los condes de Aragón, hasta su unión con Navarra, tienen algo en común: todos se llamaban Aznar. Con las recetas macroeconómicas del primer conde del que se tienen noticias, Aznar Galíndez I (809 – 858), Aragón consiguió el mayor crecimiento económico de Europa durante cuatro años consecutivos, y si se torcían las cifras, Aznar Galíndez I le echaba la culpa al petróleo y todos contentos. Aznar Galíndez casó con una hermosa dama de la que tuvo tres hijos: Galindo, Matrona, y Céntulo Aznar (o Centulito para la familia).
Sin embargo, no todo era felicidad en la corte de los Aznar. Porque Aznar Galíndez, en su infinita bondad, acogió bajo su seno a un ser despreciable, García, que casó con la hija de Aznar. García fue bien pronto apodado (ya saben: ni un rey, o aspirante a rey, sin apodo) “El Malo” por sus coetáneos, y remitiéndonos a los hechos hay que considerar que el mote estaba bien elegido. Porque hay que ver lo Malo que era García. Al grito de “el Estado de Derecho también se defiende desde las alcantarillas”, García el Malo se cargó a uno de los hijos de Aznar Galíndez, el pobre Centulito Aznar, expulsó a Aznar Galíndez del trono y luego se negó a yacer con su esposa Matrona, indicando que era más fea que picio, como su padre. ¡Como si eso fuera motivo suficiente para eludir el juicio de Dios!
Afortunadamente, el último hijo de Aznar Galíndez I, Galindo, consiguió eliminar a García el Malo de una forma expeditiva (arrojándolo por uno de los muchos barrancos que poblaban las tierras del Pirineo) y coronarse rey con el nombre de Galindo Aznar I (858 – 867). Asistimos a una sucesión de nombres con el patronímico “Aznar”, lo que es garantía de buen gobierno, pues a Galindo Aznar I le sucede su hijo Aznar Galíndez II (867 – 893), y a este, en un alarde de originalidad que hacía prever que algún día Aragón se uniría con Catalunya, pues sólo en Catalunya eran tan pesados con aquello de repetir nombres (recuerden: Ramón Berenguer, Berenguer Ramón, y así todo el rato) Galindo Aznar II (893 – 922). De todos estos “reyes” no sabemos prácticamente nada, lo cual quizás es buena señal, síntoma de que en Aragón, bajo la égida de los Aznar, todo el mundo era feliz y nadie protestaba, con lo que pese al problema demográfico ni siquiera se molestaron en conquistar territorios en el Sur. Para conquistar necesitaron unirse con otro reino que también tenía afición a repetir nombres, Navarra. Pero antes quizás convenga indagar algo en los comienzos de este reino, ¿no creen?: “El reino de Navarra”.
Compartir:
Tweet
Nadie ha dicho nada aún.
Comentarios cerrados para esta entrada.