Capítulo IV: Creta

Ante el patetismo generalizado de las supuestas civilizaciones evaluadas hasta la fecha, sin duda dirán Ustedes: “no quiero pertenecer a un mundo con fundamentos tan lamentables”. Pero no se preocupen. Ustedes no pertenecen a ese mundo, sino a otro mucho más interesante, que comenzamos a relatar a partir de ahora. Aunque todos tenemos claro que los albores de la civilización se produjeron en España, al parecer los envidiosos historiadores extranjeros, en el clásico ejercicio de “quiero y no puedo”, tienden a afirmar que la primera civilización europea digna de tal nombre surgió en la isla de Creta, hacia el 3.000 a.c., y se desarrolló plenamente a lo largo del siguiente milenio, al final del cual se instaura en Creta una monarquía fuerte con centro en la ciudad de Knossos, capital de la isla.

No está claro el origen de tal civilización, aunque la historiografía tiende a apostar o bien por una invasión – colonización desde el Norte de Europa, quizás por una colonización egipcia (argumento notable si tenemos en cuenta que los egipcios no tenían flota, y nunca se les conoció interés alguno por colonizar nada), o bien, más probable, por una invasión desde Asia Menor. Hay que decir que con esta triple hipótesis los historiadores demuestran su ingente capacidad perceptiva. Cójase una isla, la de Creta, ubicada más o menos a “medio camino” entre Europa, Asia y África y dígase que su civilización proviene de Europa, de Asia o de África. Magnífico. Todo aclarado.

Nosotros, con la masculinidad que nos es característica, vamos a elucubrar un origen en apariencia mucho más aventurado, pero en realidad más factible, si tenemos en cuenta las múltiples pruebas históricas, sociológicas, lingüísticas e incluso metafísicas que la avalan, y diremos que en realidad la civilización cretense surge a raíz de una invasión española, proveniente en concreto de Palencia. Total, especular es gratis, y ya puestos, hágase al menos con tronío.

A diferencia de los casos atendidos en los capítulos anteriores, la civilización cretense no se fundamentaba en la agricultura, sino en el comercio. Como es lógico, Creta contaba con una importante flota, a través de la cual comerciaba con la Grecia continental, con los egipcios, los babilonios, todo tipo de tribus bárbaras e incluso con España, ocasión aprovechada por algunos cretenses para volver a visitar la tierra madre, dejar un dinerillo para los gastos de la familia y, eventualmente, montar algún bar con el que jubilarse. Dicho comercio se basaba en objetos de orfebrería, ropas ricamente tejidas y decoradas y todo tipo cerámicas. Es decir, Creta imponía la pauta de la moda en el mundo antiguo: si no vestías y decorabas tu casa al modo cretense, estabas totalmente out, y tus vecinos y amigos se reían de ti y te hacían el vacío.

El legado cultural de Creta arroja también otras manifestaciones artísticas, sobre todo pinturas y esculturas, así como espectaculares palacios (sobre todo en la ciudad de Knossos, capital de la isla) de hasta cinco plantas. Las pinturas solían representar, ante todo, dos tipos de situaciones: a) tías buenas mostrando los pechos al respetable; y b) maromos efectuando impresionantes fazañas acrobáticas con enormes toros, es de suponer que para impresionar a las tías buenas. Los palacios, por su parte, tenían la particularidad de no tener grandes murallas pensadas para contener a los enemigos, pues para eso ya estaba la flota, que como pueden Ustedes imaginarse no servía sólo para comerciar, sino también para soltar yoyah, ofensiva y defensivamente, manteniendo durante siglos la talasocracia cretense.

Es obvio que estos datos avalan la tesis hispánica de los orígenes de la civilización cretense, no sólo por el liberalismo sexual de sus mujeres y el cariz “echao palante” de sus hombres en situaciones absurdas, sino sobre todo por la temprana fascinación por el mayor arte de todos, la tauromaquia, indudablemente importado de España. En efecto, la Fiesta Nacional en Creta eran también las corridas de toros, si bien aquí el Arte no concluía al viril modo español (apiolando al bravo), sino que se dejaba vivir al animal (tengan Ustedes en cuenta que indudablemente los toros serían importados de España, y pueden imaginarse lo caras que serían las entradas al espectáculo si cada vez había que traer en barco seis toros para un solo uso).

Además, si hacemos caso a los orígenes míticos de Creta, se supone que el rey Minos, hijo del dios Zeus y de Europa, supuesto fundador de la dinastía de grandes monarcas cretenses y unificador de la isla (natural, como los propios Zeus y Europa, de Palencia, aunque algunos dicen que en realidad su familia era originaria de Motilla del Palancar, y emigró primero a Palencia y luego a Creta por la suavidad del clima y el dinamismo económico que las definía a ambas), era también un gran admirador de la tauromaquia al modo cretense, que desarrollaría en su grado más extremo. La mujer de Minos, Pasifae, se enamoró perdidamente de un toro por obra y gracia del dios griego del mar, Poseidón, al que Minos había ofendido, pero no en plan “mira mi peazo flota, ridículo diosecillo”, sino negándose a sacrificarle un toro que Poseidón le había regalado (pues, como pueden ver, Poseidón practicaba demasiado a rajatabla el dicho de “regálale a los demás lo que quisieras que te regalaran a ti”).

Haciendo gala de la relajación de costumbres propia de Creta, Pasifae, que por lo visto era una bruja, yació con el toro, de resultas de lo cual tuvo un hijo que era mitad hombre, mitad toro (o “mitad español, mitad aún más español”). Ante la pérdida de su honor, a Minos se le ocurrió una solución tan intrincada que sólo podía ser típicamente española: repudió a su mujer, quien le echó un maleficio para que sólo pudiera yacer con escorpiones y serpientes (aunque no está claro si esto era un verdadero maleficio, dada la ya mentada liberalidad sexual propia de Creta), y mandó construir un laberinto al arquitecto Dédalo para meter dentro de él al bisho, denominado “Minotauro”. A continuación, y como cornudo totalmente pasado de rosca, Minos ordenó a la tributaria Atenas que cada año enviase siete jóvenes y siete doncellas para alimentar al Minotauro, lo cual continuaría en este estado de cosas hasta que el héroe ateniense Teseo logró acabar con el Minotauro.

Detrás de esta leyenda puede intuirse más o menos lo siguiente: gracias a su comercio y a su flota, Creta pudo desarrollar un amplio abanico de relaciones comerciales por todo el Mediterráneo Oriental, en el que ostentaba claramente la hegemonía en plan Imperio del Monopolio, incluso manteniendo diversas colonias en otras islas y algunos Estados tributarios, sobre todo en Grecia continental y en las islas del Egeo. No está claro en qué condiciones se produce el declinar de la civilización cretense. Hacia el 1.700 a.c., un terremoto había destruido varias ciudades cretenses y, lo que es más importante, la mayor parte de los palacios reales, aunque el Imperio se recuperó prontamente del desastre, construyendo aún más palacios (piensen en el gigantesco potencial enriquecedor, en una cultura tan similar a la española, de tanto terreno sin edificar), y aún mejores. De hecho, la “Edad de Oro” cretense, cuando más comerció, más construyó, más corridas de toros celebró y más expolió a los griegos continentales, se ubica en el período que va desde 1.700 a.c. y el 1.400 a.c. Más o menos en esas fechas Creta sucumbe a una invasión de la Grecia continental, y su preponderancia en el Mediterráneo es sustituida por otra, de tipo más militar que comercial, con centro en la ciudad de Micenas.wedding sketchesкак сделать полный аудит сайта


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