Capítulo III: China

No voy a engañarles: no tengo ni puñetera idea de China, su cultura, sus costumbres, ni mucho menos su historia, pero todos Ustedes muy probablemente tampoco la tengan, así que lo que sigue, y lo que nos queda al respecto del “Imperio del Centro”, probablemente esté plagado de errores e inexactitudes. Pero dichas taras son en realidad virtudes si adoptamos la perspectiva de que: a) el servicio público LPD adquiere sus mayores cotas de conciencia cívica en ocasiones así, en las que se lanza al vacío de lo desconocido desde la legitimidad que le otorga su ignorancia; b) una microhistoria de China plagada de errores, papanatismo occidental y abrumadoras equivocaciones producto de la enorme barrera cultural que separa a los chinos de Occidente cumple perfectamente con los objetivos que nos marcábamos en las F.A.Q. de esta Historia del Resto del Mundo; y, finalmente, c) por poco que sepan Ustedes de China gracias a estas líneas, dentro de unos años, cuando su empleo penda de un hilo, o aún mejor, cuando un subdesarrollado soldado chino decida quién irá y quién no a los campos de reeducación, una oportuna alusión a la atávica grandeza del Celeste Imperio (manipulando en lo preciso las ya de por sí suficientemente manipuladas indicaciones aquí expuestas) puede resultarles de gran utilidad.

Como ya hemos visto en la revisión del desarrollo de la incivilización en Egipto y Mesopotamia, esas patéticas culturas, esas ridículas congregaciones pretendidademente civilizadas, se forjaron a partir de las dádivas proporcionadas por ríos caudalosos, alrededor de los cuales era relativamente sencillo conseguir frutos alimenticios suficientes como para olvidarse del nomadeo. China, en este sentido, no será una excepción, puesto que los primeros asentamientos propios de una sociedad sedentaria fundamentada en la agricultura (es decir, el Neolítico) surgirán (sobre el 4.000 a.c.) en torno a la cuenca del río Huang Ho (o Río Amarillo). Sólo la superior civilización griega será capaz de eliminar el dichoso río de la ecuación, sustituyéndolo por comercio y yoyah, y únicamente la majestuosa civilización española será capaz de rizar el rizo, creando no una, no, sino 17 civilizaciones libremente asociadas ligadas a otros tantos ríos totalmente secos, y haciéndolo, además, sin recurrir al comercio ni a hefestionadas de esa clase, puesto que se basaban en exclusiva en el reparto intensivo de yoyah.

Sin embargo, la civilización china, más allá del consabido río, reviste dos indudables méritos que la diferencian de las descritas hasta el momento, que son:

– La revolución neolítica surgió en Oriente Medio y a partir de allí, aunque lentamente, fue expandiéndose de forma más o menos continuada. Mesopotamia, Canaán y Egipto son territorialmente contiguas, y tiene cierta lógica que las civilizaciones posteriores surgieran en los márgenes de esa zona (Persia y Grecia, fundamentalmente). Sin embargo, la civilización china aparece como un polo aislado, y aislado permanecerá, ignorado por las demás, por muchísimo tiempo, no en vano estaba separada por miles de kilómetros, la enorme cadena montañosa del Himalaya y, sobre todo, hordas y hordas y hordas de bárbaros que pululaban en la “tierra de nadie”. Naturalmente, esto no quiere decir que no existiera contacto alguno a través de las migraciones y más tarde del comercio (y de hecho pueden detectarse curiosas concomitancias entre los primeros asentamientos chinos del Neolítico y los correspondientes de Mesopotamia y Egipto), pero éste no se formalizó hasta muchos siglos después gracias a la estabilidad de los Imperios de Roma y la dinastía china de los Han, ya con posterioridad al nacimiento de Cristo.
– A diferencia de las otras civilizaciones analizadas hasta la fecha, modelo emblemático de lo que podría llamarse, echando mano de un término prestado a la dialéctica hegeliana, “civilizaciones de perdedores”, la civilización china continuó existiendo de forma prácticamente ininterrumpida hasta la llegada del comunismo en el siglo XX, y en realidad puede considerarse que el comunismo siguió manteniendo la mayor parte de las líneas de fuerza de dicho modelo civilizatorio (cultura campesina, Estado centralizado y fuertemente burocratizado, autoritarismo, … vaya, el comunismo pero con campesinos, para entendernos), y ni siquiera la Revolución Cultural (que venía a ser como la “movida” madrileña de los 80 y tenía los mismos objetivos, sólo que si en la “movida” morían los artistas innovadores aquí lo hacían los conservadores retrógrados, y si en la “movida” la muerte era provocada por sobredosis de heroína, en la Revolución Cultural era el Estado quien se encargaba de dicha labor artística suprema) pudo acabar con las sólidas bases de esta civilización. Tan sólo la llegada de los mongoles, los Cal.loh del siglo XIII, logró poner en peligro la existencia de China, pero como ha ocurrido tantas veces en la historia (incluso en España, no les digo más) al final los invasores acabaron amoldándose a la cultura invadida, no destruyéndola.

Estas dos características fundamentales, el aislamiento y la continuidad, explican gran parte de la organización, estructura y realizaciones de la civilización china: un Imperio imponente pero normalmente retraído en sí mismo, con escasas o nulas ambiciones expansionistas, altamente despreciativo respecto de los pueblos que lo circundaban, inmovilista. Y un Imperio, al mismo tiempo, muy bien organizado por una administración centralizada modelo “Madrid” que intentaba mandar a las provincias, con continuas dificultades, movimientos disgregadores y levantamientos en cuanto levantaba algo la mano.

No disponemos apenas de datos que expliquen los orígenes de la civilización china, pero parece ser que el nacimiento de un Estado digno de tal nombre tuvo lugar en torno al 1.600 a.c., en la susodicha cuenca del río Amarillo, con la llegada de la Edad del Bronce, prácticamente coetánea de la aparición de la Dinastía Shang. Anteriormente existen referencias a una dinastía anterior, la Hsia, pero la fiabilidad de su existencia es similar a la de la Selección Española cuando llega a cuartos de final, así que no se la tomen muy en serio.

Para entendernos, para estrenar mi flamante escaner y para hacer uso del derecho de cita en una obra sientífica y akadémica como la que nos okupa, me voy a permitir el lujillo de ponerles una Afoto ilustrativa:

Afoto 1. La China de los Shang, 1.600 – 1.100 a.c., así a ojo. Fuente: El Mundo. Gran Atlas de Historia vol. 2, Barcelona, Ebrisa, 1985. P. 62.

El ridículo circulito morado corresponde a la zona en la que puede hablarse de un Imperio Shang, y el naranja, a su supuesta influencia cultural. La verdad, no suena muy impresionante el asunto. Téngase en cuenta que un Imperio así te lo monta el general Galindo no con seis, sino con la ayuda de dos españoles, en un par de meses. En realidad, no puede hablarse de un Imperio en puridad, dado que la ligazón entre el supuesto Imperio y la zona que lo circundaba se basaba en el etéreo criterio de la Libre Asociación (que los señores feudales hacían lo que les venía en gana, vamos). Aquello era un cachondeo de Imperio, que provocaba las risas de todo aquel que se paraba a mirarlo un momento, incluso de los egipcios, lo cual tuvo el efecto doble de, por un lado, contribuir al retraimiento de la civilización china y, por otro, que la Dinastía Shang acabara siendo abruptamente destituida por razón de los Zhou (o Chou, si son Ustedes de provincias). Por la razón de la fuerza, naturalmente.

Los Zhou eran una de las familias feudales que más habían logrado medrar a la sombra de la incompetencia Shang, entre otros factores porque al ubicarse en el extremo occidental del Imperio Shang habían podido hacerse fácilmente con tierras adicionales requisadas a los pueblos primitivos circundantes (en lugar de perder el tiempo en estériles luchas con otros señoríos feudales). Pero con unos orígenes como estos (soltar yoyah en medio de un sinnúmero de señores feudales independientes) era complicado augurarle éxito a la dinastía, dado que, si los Zhou habían derrocado a la anterior, ¿por qué no iban a intentarlo también otros?

Para evitar nefandos intentos de sublevación, los Zhou adoptaron una medida más vieja que el mundo: repartir prebendas entre los familiares y amiguetes. En efecto, los Zhou, en lugar de mantener el caótico sistema feudal precedente, lo sustituyeron por un revolucionario sistema feudal basado en asegurar que la mayor parte del pastel estuviera siempre en manos más o menos fiables, de manera que una hipotética rebelión fuera impensable. Pero, claro, como todo el mundo sabe, en situaciones como la descrita (“hola, soy el Emperador Zhou y tengo tierras que adjudicar, ¿sabría Usted de alguien a quien pudieran interesarle?”) te surgen familiares y amigos incluso defendiendo el socialismo científico en una convención de liberales españoles, así que los pobres emperadores Zhou no daban abasto: los familiares siempre querían más y más, y los amiguetes del Emperador no veían la hora de despilfarrar y corromperse en la gestión de sus nuevas provincias. Por este motivo, los Zhou tuvieron que llevar a cabo un impulso expansivo que les permitiera ampliar su Imperio para a continuación repartirlo, expansión que les llevaría a integrar en su Imperio el valle del río Yangtze (río Azul), tal y como se ve en la Afoto 2:

Afoto 2. La China de los Zhou, 1.100 – 900 a.c. Fuente: El Mundo. Gran Atlas de Historia vol. 2, Barcelona, Ebrisa, 1985. P. 62.

Pero, naturalmente, el sistema administrativo de los Zhou acabó colapsando por efecto de las envidias mutuas, querellas internas y ansias de poder de familiares y amigos, de manera que a partir más o menos del siglo VIII a.c. y a lo largo de más de 400 años, el Imperio entraría en un período de progresiva disgregación, y el Emperador Zhou quedó cada vez más arrinconado en un puesto testimonial, sin poder efectivo. Así, son otras familias, como la de los Ch’i y los Chin en el VII a.c. y los Ch’u en el VI a.c., las que ostentarían momentáneamente la preponderancia, pero siempre por un período transitorio, no en vano todas ellas tenían nombres carentes de la presencia y el glamour que seguían siendo característicos de los Zhou. Finalmente, el Imperio caería en un estado de auténtico colapso, momento siempre oportuno para que aparecieran los típicos místicos y vendedores de crecepelos, en este caso Lao Tsé y Confucio (siglo V. a.c.), autores ambos de sendas doctrinas fundamentadas en el inmovilismo y la carencia de cualquier ambición, justificadas por la necesidad de que las clases superiores, nobles y funcionarios de la Corte, siguieran siéndolo por la vía de acaparar poder y tierras, o lo que se vino en llamar –traduzco del chino, aunque les aviso de que en realidad mi formación se circunscribe más bien al dialecto cantonés- “Dios y leyes viejas”.

China, en resumen, se había convertido en un putiferio donde cada uno iba por su lado e imperaba, en el contexto de un caos absoluto, la ley del mas fuerte. Por fortuna, a la descomposición de facto del Imperio Zhou siguió un período de progresiva reagrupación en torno a los llamados Reinos Combatientes (siglos V a III a.c.), donde seguía imperando la ley del más fuerte pero ya no iba cada uno por su lado, porque si lo intentaba, recibía instantáneamente una somanta de yoyah de cualquiera de los siete reyezuelos que pugnaban por la supremacía (colocar ellos, y sólo ellos, a sus amiguetes). En este período se construyen diversos sistemas defensivos en cada uno de los reinos combatientes destinados a defenderse de los rivales, que más adelante serían el germen de la Gran Muralla China, y es también en este contexto, caracterizado por las continuas guerras y escaramuzas, en el que Sun Tzu elabora su “Arte de la guerra” para solaz posterior de ejecutivos, financieros y demás gentes que por fin pueden decir que han leído un libro.

Es de nuevo un reino occidental el que acaba imponiendo orden, en este caso la tribu fronteriza de los Ch’in, que a lo largo de 100 años, haciendo uso de las sabias enseñanzas de Sun Tzu (traducidas a los efectos en que los Ch’in, en realidad y aunque China recibe el nombre del de su tribu, más que chinos eran una tribu bárbara, tan bárbara que los mongoles parecían auténticos Hefestiones a su lado), no sólo consigue anexionar el territorio de los otros Reinos Combatientes, sino que acaba expandiéndose hacia el Sur, tal y como puede verse en la Afoto 3

Afoto 3. Formación del Imperio Ch’in, 328 – 206 a.c. Fuente: El Mundo. Gran Atlas de Historia vol. 2, Barcelona, Ebrisa, 1985. P. 80. No se crean, manejo infinidad de fuentes, aunque casi todas son traducciones japonesas algo deficientes, pero no me negarán que no es fácil encontrar esta pocholada de mapas en muchos sitios.

El período de expansión culmina con la entronización del Primer Emperador Ch’in, que, aunque por ser vox populi probablemente no haga falta ni mencionarlo, respondía al nombre de Shih Huang-ti. Con su llegada, y como pueden Ustedes imaginarse, todos los familiares, amigos y conocidos de Shih Huang-ti se frotaron las manos, ansiosos por ver qué les tocaba en el reparto de beneficios. Sin embargo, Shih Huang-ti era un hombre singular, y al grito de “a este Imperio Medio no lo va a conocer ni el mariconsón que lo adoptó”, se dispuso a acabar, de una vez por todas, con el problema atávico de la decadencia del poder imperial:

– En primer lugar, Huang-ti creó por primera vez el sistema fuertemente centralizado al que hemos hecho referencia al principio. El Imperio ya no se dividió anárquicamente en asignaciones a señores feudales, sino en 36 prefecturas, subdivididas a su vez en más de 1.300 distritos. La gestión del territorio correspondía a funcionarios, no a nobles, nombrados por el Emperador, y sus cargos no eran hereditarios. Todo el territorio, por último, estaba fuertemente sometido al poder central. Esta racionalización administrativa tuvo su correlato en la unificación del lenguaje a través de la escritura, común a todas las prefecturas con independencia de la forma dialectal de cada una de ellas. Al parecer, cada vez que algún súbdito se quejaba se le espetaba el equivalente chino de “en cristiano, coño”, y todos contentos. Por otra parte, la soberana putada de obligar a los funcionarios imperiales a aprender la escritura ideográfica nos indica bien a las claras el grado de excelencia requerido para trabajar en la Administración, y no se crean, aquí no podían tumbarse a la bartola una vez aprobadas las oposiciones.
– Al mismo tiempo, se procedió a un reparto de las tierras, cuya propiedad se había concentrado cada vez en menos manos, de manera que el sistema feudal fuera definitivamente sustituido por un modelo de pequeños propietarios.
– Además, Huang-ti abandonó la clásica introspección de China lanzándose a una abrumadora carrera de conquistas posterior a su nombramiento como emperador, e incorporando al Imperio territorios de población no china (sobre todo mediante adquisiciones en el sur). Al mismo tiempo, también desarrollaría enormes proyectos de obras públicas, pero, a diferencia de las absurdas pirámides egipcias, Huang-ti se centró en mejorar las fortificaciones del Norte (en lo que acabaría siendo la Gran Muralla siglos después) y en desarrollar un gigantesco canal que comunicara el Yangtsé con Cantón, con propósitos de nuevo, naturalmente, militares (aprovisionar rápidamente a las tropas del sur).
– Finalmente, y para sustentar todo el tinglado, Huang-ti fundamentó el poder del Emperador, como también harían los egipcios, en la divinidad, haciéndose nombrar Dios (Huang-ti, como espero que ya hayan apreciado, tenía unos genitales de tan enorme tamaño que parecían talmente venidos de Cercedilla).

Naturalmente, estas medidas no fueron del agrado de todos, y en concreto no puede decirse que la nobleza y los seguidores del credo confucianista las acogieran con los brazos abiertos. En consecuencia, expusieron en repetidas ocasiones, con gran energía y decisión, sus quejas, aunque cabe decir que tras la subsiguiente decapitación de todos aquellos que protestaban dichas quejas tendían a ser siempre sobreseídas. Sin embargo, los militantes antihuangtistas no se quedaron ahí, ni mucho menos: poniendo en riesgo su propia vida, denunciaban en todos los foros públicos la insoportable dictadura personalista de Huang-ti, la debilidad estructural del Huangtismo y la necesidad de superar este negro período de la historia china para proceder a la reconciliación de todos los chinos. Algunos en ocasiones llegaban incluso a asistir a manifestaciones de protesta en las que corrían delante de las siniestras fuerzas de seguridad de Huang-ti, y se rumorea que varios de ellos dieron con sus huesos, varios días seguidos, en la cárcel.

Al final, tan intensa y contundente fue la labor de crítica a la dictadura de Huang-ti que el pobre hombre se murió del disgusto, naturalmente, en la cama. Pero la heroica labor de estos mártires de la libertad no cayó en saco roto, puesto que al poco de muerto el Emperador (206 a.c.) un levantamiento acabó con su débil hijo y acabó entronizando, tras un interregno de largos años, a la dinastía Han, durante la cual el Imperio Chino alcanzó enormes realizaciones y, sobre todo, en el seno de la cual prosperaron los más significados antihuangtistas, sus hijos, los hijos de sus hijos, los hijos de los hijos de sus hijos, etc., en puestos-chollo otorgados por los nuevos emperadores ante el argumento impepinable de “yo, que me he chupado años y años en la cárcel y he sufrido torturas en mi incesante lucha por la libertad, represaliado por el huangtismo”. Sin embargo, y allí radica la importancia de Huang-ti, sus realizaciones superaron el paso del tiempo y la impecable crítica ideológica que sus adversarios le aplicaron sin cesar (sobre todo, después de su muerte), y allí radica su importancia: la idea de una administración centralizada como contrapeso a la disgregación regional, el reparto de la tierra, la homogeneización y simplificación (dentro de un orden) de la escritura, … continuaron formando parte de la civilización china en las dinastías que le sucedieron. Pero eso, si me disculpan, lo veremos en breve, dentro de unos 50 capítulos.пиар продвижение сайта яндексадвокат полтава


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